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¿Pasamos un mal rato? De 'Scream' a 'Paranormal activity'.

Hay asesinos en serie, psicópatas dementes, sádicos inadaptados, espíritus, fantasmas, monstruos, poseídos… Los protagonistas son siempre los mismos. Ya sean slashers o el mismísimo Frankenstein. Cambian la crueldad de sus actos, sus motivaciones y sus formas de hacer el mal. El cine de terror guarda patrones comunes en todas sus manifestaciones y si, en muchas ocasiones, los relatos empiezan bien y el nudo puede ser convincente, ¿por qué casi siempre naufragan en el desenlace? 

Es habitual ver una peli de miedo en la que al final ni da tanto medio ni resulta verosímil su desarrollo y conclusión. Al contrario, provocan el efecto inverso: la carcajada. Resultan construcciones hilarantes, donde la muchacha grita y grita al encuentro con su asesino por los callejones o maizales más oscuros; donde tanto gorecausa sonrojo; donde esa criatura infecta parece no morir nunca a la espera del susto final; o donde la música acentúa las secuencias hasta envolverlas de una previsibilidad irritante. 

Maestros del género ha habido muchos a lo largo de la historia del cine, con grandes artefactos para causar pavor en las salas, pero también ha habido truños y sagas infumables. En esta lista proponemos cinco alternativas de buen cine de horror. Del que da miedo, del que desata la adrenalina en el espectador cual atracción diabólica de feria. Cine que al menos nos dio miedo en su momento pese a que una vez revisionado al cabo de los años quizás ya no sea para tanto. ¿Truco o trato?

Scream (1997). Wes Craven volvió por sus fueros hace 20 años con aquella primera entrega de la saga del serial killer de la careta puntiaguda, con pinta de El grito de Munch, y siempre nos entusiasma volver a verla —y, acto seguido, imitar la voz del psicópata mientras amedrenta a Sidney por teléfono—. Autor de obras míticas del género como Las colinas tienen ojos y la archiconocida Pesadilla en Elm Street, su ghostface es en gran parte mérito del guionista Kevin Williamson, que aprovechó esa ola noventera del pandilleo y la sensación de vivir para llenar de sangre las repipis hermandades universitarias norteamericanas. El cine de terror adolescente encontró en Scream, con sus errores y sus aciertos, una reinvención que ha dejado huella en lo que ha venido después. Y cuando escribo esto suena el teléfono y me dicen: “Hola Sidney, ¿te acuerdas de mí?” (con voz ronca).

Funny games (1997). El cine de terror psicológico puede dar mucho más miedo que el físico. Tenemos pruebas fehacientes. El cineasta austriaco Michael Haneke es un auténtico maestro en esta variante de un género en el que no todo es sangre, vísceras y alaridos. Pasar una noche de Halloween en compañía de Mike Myers puede estar bien, pero si se trata de Peter, ese joven tan pijo y educado que se cuela en la cabaña del lago a por huevos, resultará de un mal rollo casi insoportable. Una cinta macabra y radical, que deja sin aliento y en la que el cineasta, psicólogo de formación, nos manda derechitos a sufrir el infierno que habitan sus protagonistas. Una perversa y feroz crítica, por si fuera poco, a la violencia que nos rodea y con la que convivimos más o menos alegremente.
Alta tensión 
(2003). El debú en la dirección del francés Alexandre Aja le catapultó a Hollywood. Allí no afianzó la prometedora trayectoria que apuntó en este desasogante filme tan sanguinolento como fiel a su título. Dos jóvenes se van a la casa de campo de la familia de una de ellas para escapar de la urbe y concentrarse en sus estudios. Los crímenes de un perturbado con pinta de Chiquito de la Calzada no se hacen esperar, aunque lo suyo es aguardar a la sorpresa final para armar el rompecabezas —nunca mejor dicho— que nos propone Aja. Con fans y detractores casi a partes iguales, esta cinta de terror a la europea reúne clichés y tópicos del género, pero también una angustiosa sobriedad que era desconocida hasta que la descubrimos por primera vez.
La casa de los 1.000 cadáveres
 (2003).
Rob Zombie, un músico de death metal, debutó en un largometraje con este filme de horror. Dos atrevidas parejas van en busca de emociones fuertes en la noche de Halloween de 1977. Quieren visitar el local del doctor Satán, donde fue enterrado aquel monstruo y del que ignoran que está regentado por una macabra familia que convertirá su estancia en un auténtico pasaje al terror. Solo otra cinta de culto como Re-animator me produjo tal repulsión. Una película que explora el mal en toda su dimensión a partir de esos secretos que oculta la América profunda. Grotesca y diabólica —insana, a veces—, es un ejercicio de estilo cinematográfico rodado a golpe de videoclip, con un envoltorio entre el carnaval y la barraca de feria.

Paranormal activity (2007). Una semana. Os juro que estuve una semana teniendo la sensación de que me destapaba alguien mientras dormía. Es el efecto que me dejó la ópera prima del israelí Oren Peli. Una cinta rodada sin recursos (en una semana y con 15.000 dólares) y que, oh sorpresa, lejos de la estafa de El proyecto de la bruja de Blair, sí da miedo. Y da miedo porque apenas pasa nada. ¿Cómo? Pues así es. Rodada en formato documental, los grandes sustos parten de las grabaciones de la cámara de vigilancia del nuevo hogar en San Diego de la joven pareja protagonista. Sin presencias, solo con pequeños detalles, con insinuaciones y pequeños pasos por el pasillo. Dejando volar la imaginación del espectador, que se esfuerza por tratar de entender cuál es el origen de esos fenómenos paranormales muy lejos de aquel ‘ve hacia la luz, Caroline’ de Poltergeist. Todo es más psicológico, sin efectismo, acojonante. En serio. Yo me acuerdo todavía de aquella semana en la que encendía todas las luces de la casa para ir al baño en plena noche.

Sobre el autor:

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Paco Sánchez Múgica

Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Fundador y Director General de ComunicaSur Media, empresa editora de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero'.

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