Los bufones asaltan la Corte. Teatro desde esos confines del sur, donde el turismo (como en cualquier páramo) ha vampirizado eso que llaman cultura. Ceceo periférico para tomar durante diez días uno de los grandes escenarios del país. Esta compañía de cómicos de un pueblo de Sevilla, Morón de la Frontera (unos 28.000 habitantes), lleva unos cuantos llenos consecutivos después de estrenar Solo queda caer el pasado 29 de febrero —"¿hay una fecha más periférica que esa?"— y el regusto de satisfacción no se le quita a Raúl Cortés (1979), director teatral y dramaturgo moronero.
El espectáculo, que podrá verse hasta el 10 de marzo en la sala José Luis Alonso de La Abadía (20 horas, de martes a sábado; 19.30 horas los domingos), "es como si Kafka hubiera pasado unas noches en Morón de la frontera", en palabras de Juan Mayorga, uno de los grandes autores de la escena contemporánea y director de La Abadía madrileña. Una tragicomedia bufonesca e irreverente que cuenta en el reparto con Cristina Mateos, Pablo Rodríguez y Sara Velasco.
"Una caricatura del poder o la lucha por las migajas de algo que ni siquiera nos va a significar un cambio sustancial; en realidad, se lucha por ascender un centímetro más que el otro en una escalada hacia la nada, o hacia la servidumbre mayor. Y eso es algo que sucede en todos los apartados de la vida, también en lo artístico", dispara Cortés, que ha publicado diferentes textos, un ensayo sobre teatro experimental y ha cosechado premios nacionales e internacionales en reconocimiento a su trabajo.
Afirma Mayorga que "el teatro de Raúl Cortés es una de las revelaciones más gratas que nos ha dado el teatro español en los últimos tiempos". Tan convencido está este reputado hombre de teatro que decidió, esta vez bajo su condición de director del Teatro de La Abadía, programar al grupo La Periférica compañía de cómicos en la presente temporada de este templo de la cartelera madrileña. Al otro lado del teléfono, el autor y director teatral muestra agradecimiento, pero también agita la reivindicación del hecho teatral con poso, raíces y acento andaluz.
Todo debe ser casi un milagro en Madriz, "un error en Matrix", asegura burlesco. El pasado Día de Andalucía, un día antes del estreno en La Abadía, Cortés publicó La ópera de los caricatos (Pepitas de calabaza / Hiru), un nuevo texto teatral que esta vez gira en torno al “fanatismo de las banderas”. Un día después, el salto de su compañía a la capital, tras más de dos décadas de teatro estable en la mochila. Una buena nueva que ha coincidido en el tiempo con la temporada de La Zaranda, el "faro" andaluz para las compañías teatrales más inestables de ninguna parte, en el Teatro Español, a solo unos kilómetros de distancia de La Abadía.
"A nosotros, por un lado, nos fastidia no haber podido ir a ver a La Zaranda, que es lo que nos gustaría, pero por otro, nos entusiasma la posibilidad de estar tan cerca unos de otros subidos al escenario en este centro de producción de la capital, siendo como somos dos compañías que aspiramos a salirnos de este ritmo espasmódico del mercado, que no deja tiempo más a que a reafirmar lo que ese mismo mercado impone. Ellos son un ejemplo de resistencia".
Como practicante de un lenguaje teatral propio, Cortés no tiene reparos en defender las señas de identidad de un teatro andaluz. "Sinceramente, creo que se está haciendo todo lo posible para que no se hable de teatro andaluz. Creo que desde las instituciones, o hay mucha torpeza, o esto responde a un programa perfectamente premeditado". ¿Para qué? Él mismo responde: "Para que cada vez las compañías andaluzas tengan menos aire y menos espacio para trabajar. Y en esas condiciones es muy difícil, a pesar de que es una región con unas características muy determinadas, con una manera de ver el mundo pegada a la tierra y al castigo de la tierra, pero parece que en nuestra propia casa hay un afán bastante claro porque el teatro andaluz no encuentre su su vía de expresión; es sorprendente, pero así lo sentimos".
Como curiosidad (perversa, ridícula, cerril, si se quiere), cuenta el dramaturgo sevillano que hay programadores de teatros andaluces que no programan a La Periférica en sus escenarios y, en cambio, "se han hecho 500 o 600 kilómetros para vernos en La Abadía". "No se cuida el tejido teatral propio, uno siente como el desierto en Andalucía va expandiendo sus dominios cada vez más; no sé exactamente a qué programa responde esto, pero creo que quien pierde son los espectadores, la ciudadanía".
Su teatro es hipercrítico y tiene muchos vasos comunicantes con los quejidos zarandianos (autobiográficos y hasta autoparódicos) que resuenan varias calles y plazas más abajo de Chamberí. En Solo queda caer los tres personajes aguardan la llegada de Su Eminencia, que "en el fondo no es más que un pobre desgraciado que se cree algo por tener un cargo, aunque realmente es una síntesis de los mecanismos del poder, de la servidumbre, y de cómo nos relacionamos con el poder". Y luego está la propia tragicomedia que, a menudo, es España desde tiempo inmemorial. "El público que se acerque a La Abadía se encontrará con una obra muy gamberra y canalla. Una caricatura del poder y la burocracia, llena de humor y, al tiempo, de verdades", cuenta la actriz Sara Velasco, una de las integrantes del trío protagonista.
"Seguimos anclados en esa cultura de la apariencia, donde lo que viene inmediatamente después es la puñalada por la espalda", dice Cortés. Y, visto lo visto, en una secular picaresca donde el sinvergüenza siempre recibe premio. Pero esa cuarta pared, termómetro del pueblo, reflejo social, espejo cóncavo y convexo, cada vez tiene menos margen en tiempos de streaming e individualismos. Y menos en los márgenes, donde se mueven estos bufones periféricos.
Según Cristina Mateos, intérprete del espectáculo y miembro de la compañía,"hacemos un teatro de personajes. Para ello, el trabajo del actor, lo que aporta, es muy importante. Raúl Cortés tiene claro el montaje, pero aborda los ensayos con el actor desde la libertad más absoluta. Así que todo es modificable. Si hay una propuesta que funciona, la aceptamos como grupo y modificamos, porque al final el escenario es más listo que todos nosotros".
La resistencia teatral desde los márgenes
"El teatro ha resistido tantos embates… si permanece, a pesar de todo el desprecio y de cómo lo están empujando desde todas las administraciones, en mayor o menor medida, es justamente por eso. Porque cuando el espectador se sienta en el patio de butacas, realmente está frente a una herramienta tan rudimentaria como una lupa que amplifica lo que nos sucede en nuestras casas, en el interior de cada uno y también lo que sucede en el cuerpo social". Sobre el pensamiento único, las plataformas, las redes sociales, la IA... todo va contra el derecho de reunión, el teatro como experiencia grupal y el hecho teatral como comunión entre intérpretes y público. En todo caso, zanja, "tenemos que evitar que a la sociedad se le prive del derecho de juntarse, que ese creo que es el peligro que tiene el teatro, que define fundamentalmente por su capacidad de arrebujar a la gente; y cuando nos juntamos siempre puede haber una chispa que detone la llama. El dispositivo está mucho más tranquilo si prospera esta cultura que nos refugia a todos en casa y falsamente conectados".