Sid Vicious pasó a la historia por el pogo, su versión desbocada de My Way y, sobre todo, por sus excesos en la habitación 100 del célebre Chelsea Hotel con su malograda Nancy Spungen. El exceso cansa. Alguien puede resultar herido. Todo lo que se junta se separa. La ironía sobra. Y más en sede parlamentaria. Los regímenes dirigen a sus súbditos al pudridero prometiéndoles el paraíso del cielo en la tierra. Por un alto al fuego verbal se ha promovido cientos de guerras.
Jóvenes intrépidos promueven la inestabilidad mientras un próximo Jean Cocteau se echa a perder en una de esas marchas de camisas negras por las calles del centro de Madrid. Si tuviese una banda de punk la llamaría Los Enemigos del Comercio. No dejemos que la historia la cuente los vencedores porque en los pueblos sólo hay vencidos.
Todo crimen ha de ser revelado. Los regímenes dirigen a sus súbditos al pudridero prometiéndoles el paraíso del cielo en la tierra. Por un alto al fuego verbal se ha promovido cientos de guerras. La tibieza del calor entre las sábanas desvelan nuestras obsesiones de media noche.
Los mercenarios de la verdad están de enhorabuena: todas sus fechorías les salieron gratis. ¿Cómo es posible que ni siquiera teman por sus pescuezos en el día a día? Simple: estos indeseables conviven con una pusilánime sociedad secuestrada por malhechores miserables. ¿Hasta cuándo perdurarán los mercenarios de la verdad?