Si hay una fortaleza propia de la denominada cuarta ola feminista es haber aunado distintas generaciones en un mismo espacio reivindicativo.
Las feministas jóvenes viven su lucha con una estimulación constante y un activismo consciente, mientras las feministas veteranas han vivido un proceso de empoderamiento a través del tiempo y cargan con la experiencia como principal garantía. Esta transversalidad tiene, obviamente, su nacimiento como respuesta hacia un machismo hegemónico, que todo lo inunda. De ahí que se produzcan lazos de lo más variopintos, y las heterogéneas estampas de cada 8 de marzo.
Este es uno de los grandes temas de El hijo zurdo, el segundo trabajo de Rosario Izquierdo (Editorial Comba), que acaba de ver la luz. En la novela, dos mujeres, Lola y Maru, de familias tan distintas como iguales, conectan entre sí porque sus necesidades son las mismas, porque el mundo las ha maltratado de la misma manera, porque ansían una reparación que nunca acaba de llegar. El factor común es un pasado del que aprender y huir, y un presente no muy halagüeño: Ambas tienen que lidiar con un hijo neonazi.
En El hijo zurdo se reconoce el imaginario de la autora que desplegara con brío en Diario de campo, un novela en forma de bitácora sociológica con la que la autora se plantó en el panorama literario español, allá por 2013. En esta incursión, mucho más ficcional, vuelve por sus fueros. El papel de la mujer en una sociedad patriarcal, la marginalidad en las zonas deprimidas, las relaciones afectivas, los sueños frustrados, el ejercicio sanador de la literatura, las segundas oportunidades, el contraste entre periferia y centro, todo está aquí adquiriendo perspectiva como si formara parte del mismo universo.
Con distintas voces literarias, El hijo zurdo cuenta la odisea de una madre por recuperar a su hijo de las garras del fascismo, del odio y de la incomprensión, y cómo este camino sirve a la vez de catarsis personal. En pleno auge de Vox y de la extrema derecha en Europa, no puede resultar más premonitoria, ni más conveniente.
Es esta también una historia de mujeres valientes, la de Inés, una hija capaz de hacer de sostén de una familia al borde la quiebra, la de Consuelo, una matriarca capaz de gobernar lo ingobernable a base de pucheros y estudiados silencios, o Gloria, una editora romántica, para la que sus autoras son también amigas. La misma Lola, sale de la prisión social en la que se vio abocada para buscarse a sí misma, sea lo que sea lo que encuentre. Entre ellas tejen un retrato coral tan duro como hermoso, donde la sororidad está latente sin siquiera pronunciarse. La literatura debía un testimonio justo a las mujeres que sufren el impacto brutal de la violencia y el odio en el seno familiar. Ojalá, con el tiempo, se reduzca a un testimonio histórico, felizmente superado.
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