Rara vez se alinean los astros en el mundo literario y consiguen que gran parte del espectro de lectores y profesionales del sector se pongan de acuerdo. Lo dicen en librerías, lectores, editores y también, a regañadientes y con envidia camuflada, escritores. Irene Vallejo ha escrito uno de los ensayos más brillantes de los últimos años: El infinito en un junco.

Con el pretexto de tratar la historia de los libros como objeto, la autora realiza un recorrido más o menos cronológico sobre la evolución del ser humano, su proceso de civilización y su relación con la cultura escrita. Y es que, en los libros y a través de los libros, está todo cuanto acontece, ese infinito al que alude el título de la obra. En estas páginas encontramos las diferentes sociedades y su ordenamiento sociopolítico, el nacimiento del arte, su fórmulas de expresión e interconexión, las relaciones de poder y la política, los instintos más bajos del ser humano y toda su grandeza, y están también cientos de historias singulares, casi microrrelatos, que hoy se capitulan en este ambicioso texto.

La voz narradora te envuelve con divertidas metáforas, sorprendentes figuras literarias y saltos temporales de lo más variopinto. A veces cuentacuentos, a veces maestra de escuela, a veces articulista, casi siempre escritora en estado de gracia. Superponiendo las grandes civilizaciones antiguas sobre la nuestra, perfila ese viejo dicho de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos.

Gracias a este alucinante viaje temporal, una especie del Ministerio del Tiempo del ensayo en castellano, comprendemos mejor cómo fueron los comienzos de la cultura y del formato libro, su artesanía, sus propósitos, su conversión hasta el modelo actual. Alrededor del libro, ha acontecido la persecución, la barbarie, la censura y el odio -compañeros de vida del ser humano-, pero también la genialidad, la ocurrencia, la inventiva y la resiliencia.

El infinito en un junco juega también con el espacio tiempo. La autora deambula por los confines de la historia como una niña en los pasillos de una juguetería. De repente estás casi rozando la tela de la capa con la que Julio César trataba de ocultar su sexo en el momento antes de morir, que te encuentras junto a la autora repasando cómo en su infancia, la literatura se convirtió en un refugio, y cómo ahora es sencillamente una forma de vivir. Los escasos pero bien elegidos momentos autobiográficos nos muestran una persona con curiosidad infinita, imaginativa y con gran ética de trabajo. Una letraherida que, más que herida, está henchida de literatura.

Este libro tiene un gran trabajo de orfebrería literaria detrás. Su viaje contextualiza historias de figuras importantes de la literatura en la antigua Grecia o de Roma, y también clásicos contemporáneos que han hecho aportes significativos para que entendamos el mundo como hoy lo entendemos. Pero sobre todo, recoge y dignifica el aporte de las personas que la historia olvidó, sin nombres ni rostros, que simbólicamente son rescatados siglos más tarde, como un reconocimiento por los servicios prestados. Desde los esclavos que se las ingeniaban para poder escribir en el cautiverio, hasta las mujeres que silenció de forma continua e injusta la historia, o los grandes artesanos que levantaron, con sus manos, la literatura.

Tiene además, un caprichoso enclave temporal, muy significativo. A lo largo de la historia, los libros nos sirvieron de evasión o como un atajo para entender el mundo. En este atípico 2020, confinados o bajo la sombra de un cocotero, este libro nos evade y nos implica, nos hace rebajar el drama y entender mejor lo que somos.

Se trata, además, de un libro objeto, con una fantástica edición de Siruela que se lee con comodidad y es fácil de transportar, no como los antiguos papiros que referencia el ensayo. No podía ser de otra forma, la obra de Irene Vallejo, homenaje al libro como objeto, una carta de amor a la literatura, merecía un contenedor así. Tenía que respetar a su autora, la niña que fue, cree que solo se han hecho un ejemplar y lo sostiene ahora mismo entre las manos.

Sobre el autor:

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Javier López Menacho

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