'La España vacía', un éxito editorial gracias al boca a boca.
Escribo esta reseña justo después de ver La caza (1966) de Carlos Saura, y no puedo dejar de establecer vínculos entre la atmósfera opresiva y destartalada, casi malsana, que el director aragonés nos planta delante de las narices, y el poderoso discurso que Sergio del Molino desarrolla en La España vacía (Turner, 2016), justo cincuenta años después. Cuando Saura nos muestra sin escatimar planos la caza de los conejos, su ajusticiamiento, o la matanza a la que asisten dos de los protagonistas en el pueblo cercano, me vienen a la mente las imágenes de Las hurdes, tierra sin pan, el famoso documental de Buñuel que el autor del libro desbroza con minuciosidad para hablar de esa España agreste, incivilizada, tan brutal y áspera como el film de Saura.
Es solo una de las múltiples perspectivas que Sergio del Molino afronta con perspicacia, sencillez e innegable pundonor a lo largo de un relato que se lee sin descanso, con adicción incluso. Del Molino arroja la frialdad de los datos estadísticos para zambullirse en una España de proporciones gigantescas pero demoledoramente desierta, con carreteras que serpentean por un paisaje árido en el que no se vislumbra nadie en muchos kilómetros a la redonda. Ya lo hicieron antes viajeros como Azorín, Dumas o Richard Ford, autores de los que Del Molino entresaca y comenta pasajes con exquisita sagacidad.
El autor de La hora violeta se dibuja a sí mismo manifestando de entrada sus intenciones: tratar de entender a una España vacía que se perpetúa en el tiempo a pesar de curiosas tentativas para sacarla del ostracismo -pienso, por ejemplo, en la localidad vallisoletana de Urueña, rebautizada como la Villa del Libro-, viajando con su coche por esos campos de Castilla y tierras yermas que atraviesan España casi de punta a punta. Del Molino recurre con maestría a la intertextualidad, a poner en relación numerosas disciplinas como la política, el cine, la música, la agricultura o el turismo, indagando con pericia en ese doble fondo que todo cajón -o mojón kilométrico- tiene, para tratar de encontrar una mirada limpia, alejada de estereotipos y lugares comunes, al paisaje que nos rodea para bien o para mal.
La España vacía es un libro que, críticas favorables aparte, se ha vendido gracias al boca a boca, y que, mientras escribo esto, ha alcanzado ya la quinta edición, algo poco frecuente en un ensayo o libro de viajes, o lo que quiera que sea este pedazo de libro.