Según John Keats, uno de los más representativos poetas ingleses del romanticismo, La verdad es belleza. En ese mismo sentido, el libro Mis escritos secretos, de José López Sánchez se podría considerar como uno de los volúmenes más bellos que he leído últimamente. Pues bien, los relatos de este novel autor de 86 años son verdaderamente auténticos ya que cuentan experiencias vividas en primera persona o contadas por fuentes muy cercanas, fáciles de verificar y creer.
El volumen es una cápsula en el tiempo realista que nos permite retrotraernos al pasado como si fuésemos también coprotagonistas de lo que aconteció. Esta marcha atrás en el tiempo se para en la época de la República. Así en el relato in memoriam se homenajea a Juan Antonio Campuzano Hoyos, que fue el alcalde de Puerto Real, tras las elecciones de 1931, en representación del Partido Radical fundado por Alejandro Lerroux por el que concurrió.
Posteriormente, este regidor fue también, entre otros cargos, presidente de la Diputación de Cádiz. Y cuenta la espeluznante realidad de este hombre que, con convicciones republicanas y siendo masón, tuvo que apuntarse voluntario a la División Azul para salvar su vida. Hoy que está de moda la memoria histórica es imprescindible conocer que muchos de nuestros actos están condicionados por las circunstancias personales y por el contexto histórico, ante lo cual, no por ello se nos pueden calificar de forma maniqueísta como buenos o malos, siempre hay muchos matices, siempre hay mucha gente entre la espada y la pared que tiene que decidir entre morir o matar.
Asimismo, el escritor nos presenta con su pluma también muchas escenas, muchos momentos gráficos de la represión durante la guerra civil, como, por ejemplo: la ingesta obligada y caprichosa de aceite de ricino para humillar a los sospechosos y a los oponentes. Y, sobre todo, nos muestra una España de miseria, roña, sarna, de cartillas de racionamiento, en los tiempos de la posguerra, donde solo prosperaban el hambre, las enfermedades y los piojos. A pesar de la dureza de los escenarios que nos destapa, el tono empleado es conciliador y tranquilo, sin visceralidad, propio de una persona buena que, aunque no olvida, no guarda rencor, a pesar de los muchos sinsabores. Aunque, eso sí, refleja con crudeza el dolor, especialmente de las ausencias, de las pérdidas de los seres queridos.
Además, para resaltar más esas aflicciones, se esbozan en el libro muchos sujetos decadentes, autodestructivos, en estado de depresión, adictos al alcohol. Individuos que han perdido a las personas amadas y, con ello, su fe por la vida. Semejantes a los que les cuesta superar esos duelos hasta el punto de desear también su propia muerte.
La mayoría de sus personajes son costumbristas, gentes cercanas del pueblo llano: parturientas, lisiados, barberos, telefonistas, colilleros, toreros frustrados, vendedores de higos, helados o de cangrejos y camarones, guardas, campesinos, profesores que daban reglazos a sus alumnos, niños jugando con pelotas de trapo.
En la última parte de la obra titulada Ella, ya no hay tanta narrativa y sus páginas son menos descriptivas, pero es el autor se muestra más espiritual y sentimental, ya que se centra en el amor. En ella conviven muchos poemas con pequeños textos. Aquí el poeta se sumerge en el lirismo y, como él mismo diría, escoge la profesión más hermosa que debemos ejercer todo ser humano: AMAR. Por lo que, en esta sección del libro, el escritor declara que el amor es todo lo importante, se lleva impreso, está enraizado y es eterno. Es por ello, por lo que el afecto no entiende ni de fechas ni de jueces que den fe, como tampoco de curas que lo bendigan. Al mismo tiempo, menos aún requiere el cariño de relojes ni depende de las burbujas o de la música del momento.
Todo el volumen está escrito de forma clara, sencilla y directa, por lo que conecta fácilmente con el lector en un tono amable y próximo. De hecho, cuando uno lo lee se puede ver a sí mismo fácilmente auto reflejado en los textos. Por si fuera poco, su lectura aporta tanto una valiosa lección de vida y de sentimientos nobles como de memoria de tiempos pasados que nunca hay que olvidar. Aparte, muchas de las historias están ilustradas con el refranero español para hacerlas más dramáticas y sarcásticas, como aquella en el que una médico suelta a su paciente, que lleva mucho tiempo agonizante, “muerto el perro se acabó la rabia”, al objeto de alentarlo para provocar su reacción y, con ello, incitarle a que sacase ánimo en su estado y se agarrase a la vida.
En definitiva, un gran libro en el que se combina la prosa y la poesía, en una buena y amena combinación, que no dejará a nadie indiferente y en donde el mensaje principal consiste en transmitir amor, concordia y paz en nuestros corazones sacando. Al mismo tiempo su lectura sirve para avivar los recuerdos de tiempos pasados difíciles, no tan lejanos, y nos ayudan a comprender que, en contra de lo que decía Jorge Manrique y el refranero español, “cualquier tiempo pasado NO fue mejor”.
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