El centro hace suyo estos días el Festival de Jerez, que sale puntualmente de sus espacios escénicos del Villamarta, las salas Compañía y Paúl, las bodegas González Byass y el Centro Andaluz de Flamenco, entre otros, para beberse un vino a granel, comer a base de tapas que se despachan en papel de estraza o ponerse perdido con la tiza de la barra de los tabancos. Aunque hay una extensa y renovada oferta gastronómica con importantes restaurantes y mesones, lo mejor para el común de los mortales es ser prácticos en estas dos semanas vertiginosas de idas y venidas entre cursillos y espectáculos. No hay tiempo que perder y por unos pocos de euros podemos solventar almuerzos y cenas en un abrir y cerrar de ojos. En #ABocaLlena les proponemos un ramillete con diez establecimientos para ir sobre seguro. Bueno, bonito y barato.
Sin alejarnos mucho del núcleo sobre el que gira todo, el Villamarta, comenzaremos el recorrido por El Pasaje (calle Santa María, 8). Junto al de San Pablo, puede presumir de ser el único tabanco que resistió a la madre de todas las crisis. Sus viejas paredes rezuman un duende especial. Allí no sólo no se prohíbe el cante, sino que se fomenta. Vinos a granel de la bodega del Maestro Sierra en vasos de cristal y comandas de embutidos frescos e ibéricos, chicharrones, carne mechada, conservas, tostas y algún guisito a precio de amigo.
A muy pocos metros, el eterno centinela del Villamarta y por ende también del Festival, la freiduría gallega El Nuevo Jerezano (calle Arcos, 5). Una bendición su escaparate colmado de un gallo sublime, de chocos, acedías, pavías... Que le pregunten a la parroquia nipona. Nada mejor que un buen papelón para solventar cualquier comida o una tapa en el mismo local acompañada de un jerez para saciar el apetito que nos ha despertado el inconfundible olor a adobo.
En la misma acera, pero en el número 33, el barrio torero de La Albarizuela nos ofrece una buena muestra de la cocina de la tierra en el Mesón de Paco. Entre retratos de matadores de toros y carteles de festejos de todas las épocas, el guiso de rabo de toro y la carrillada al oloroso adquieren otra dimensión a muy buen precio.
Casi en la misma manzana se nos abre otra ruta paralela. La que va desde un nuevo tabanco a otro de los de toda la vida. Estamos en la calle Bizcocheros, esquina con Doctrina. Concretamente en el número 16 lleva algunos años ganándose la simpatía de sus paisanos El Guitarrón, un tabanco moderno con el aire de los de siempre. Sus guiños al flamenco han sido constantes desde que se inauguró. En su angosto reservado se ha escuchado muy buen cante. Aconsejable, su tortillón, los quesos de la sierra de Cádiz, las alcachofitas, los mejillones gallegos al natural y los chicharrones, además de sus vinos de Jerez claro. Todo a precio de risa.
A dos o tres cuadras de distancia, en la calle Valientes 14, vuelve a tener su sede uno de los tabancos clásicos de Jerez. Y digo vuelve porque después de haber cerrado sus puertas durante veinte años las reabrió hace cinco para regocijo de los que peinamos claras, que estamos disfrutando de una segunda juventud en el viejo bodegón. Con el encanto de siempre y unas amplias instalaciones, La Pandilla es de paso obligado. Por sus vinos a granel sí pasan los años. Tapas, montaditos, papelones y tostas a menos de 2 euros. Y si alguna reunión ha traído papas con chocos, igual le cae un plato. Una ganga.
Para pulsar la vida de la ciudad en pleno Festival, nada mejor que La Moderna (calle Larga, 67). Los hermanos Pacheco podrían escribir un tratado sobre el Festival y sus gentes. La de lagrimitas de pollo que se meten entre pecho y espalda los cursillistas con una o dos copas de oloroso para echar para abajo. Con ochenta años de vida, es el lugar imprescindible para conocer Jerez en sus variadísimas manifestaciones.
El público mayoritariamente extranjero del Festival tiene una obsesión estos días. El sol. Rayos de luz que encuentra en espacios abiertos como la plaza Rivero, donde Luis Arriaza, propietario de El Tabanco, tiene desde hoy a una selecta clientela de piel blanca ocupando las mesas de la terraza durante las horas centrales del día. No hace falta mucho más, pero la combinación con media botella de fino, una ración de albóndigas, un surtido ibérico y otro de montaditos obra la atmósfera perfecta para cualquier reunión. Que no se me olviden los nachos con carne y queso. Y muy barato, oiga.
Tras el cierre de El Bichero se ha quedado solo el Bar Juanito, que pese a ello no será la primera vez que lo llena todo en la Pescadería Vieja. Uno de los bares predilectos del centro de Jerez es un hervidero durante el Festival. En la calle, en la barra de toda la vida o en el patio interior, la gente del recordado Faustino nunca defrauda. Un revuelto de papas, unas costillas guisadas, fabes con rabo de toro y foie y las imprescindibles alcachofas son el mejor avituallamiento, todo regado con lo más selecto de nuestras bodegas y un servicio atento e impecable.
De ahí a la calle San Pablo, buscando su tabanco, el que aguantó estoicamente las embestidas de las modas y de las crisis. Buena tertulia, vinos, ajo de viña, chacinas, bocadillos y guisos caseros en un ambiente único y encantador.
El Festival ofrece muchas más posibilidades para redescubrir un centro que ni duerme ni deja dormir. Y a precios de saldo.