En poco más de 24 horas habrá acabado una nueva edición del Festival de Jerez. En 2021, esta cumbre de resonancia mundial en torno al baile flamenco y la danza española cumplirá un cuarto de siglo. En esta vigésimo cuarta edición apenas quedan unos cuantos espectáculos para que el machacón jingle de bienvenida deje de sonar hasta febrero del año que viene: El Festival de tus sueños, aquí te espera Jerez, y yo te digo cantando, ole con ole y ole, ole y ole... Quien la haya escuchado alguna vez, seguro que ahora la está tarareando. Como la canción del Mercadona, pero más flamenca.
La edición de este año, que ha vuelto a demostrar que el Festival es un inmejorable e impagable escaparate para la ciudad, deja momentos artísticos estelares, quince espectáculos (al menos hasta el momento de escribir estas letras) con sold out, y 63 bajas de cursillistas por el maldito coronavirus —medio centenar de chinas y trece italianas que se cayeron en esta misma semana.
Aparte, muchos de los espectadores dejan un virus aún más nocivo para el arte: móviles sin modo avión. Teléfonos de todo pelaje incapaces de silenciarse durante las actuaciones, por más que la organización pida siempre antes de empezar, en dos idiomas, que se apaguen los teléfonos móviles, no hay forma de que no salte alguna alarma o sintonía en plena función, sea en el escenario que sea. A lo mejor hay que apostar por más idiomas para que el mensaje se entienda. O directamente requisar estos aparatos cuando cortan la entrada en el acceso de una parte de este respetable tan poco respetuoso.
La respuesta de público, en todo caso, ha sido sensacional, salvo en algunos espectáculos sorprendentemente flojos. Han agotado todas las localidades las siguientes propuestas del cartel oficial: El Cabrero, Antonio El Pipa, Maise Márquez y Gabriel Matías, Paula Comitre, Carmen Herrera, Olga Pericet, Sara Baras, David Carpio, Belén Maya y Juan Diego Mateos, Manuel Liñán, Manuel Lavi, la gala Cádiz-Jerez, y Jerez, The Bulería Experience, Flamenco de Fiesta, y Cuna del Arte. Estos tres últimos espectáculos han formado parte del ciclo denominado La Fiesta, celebrado el pasado 29 de febrero en Los Claustros de Santo Domingo y con una vocación más enfocada a la atracción turística que a los asistentes habituales al Festival. Un trabajo a seguir potenciando, pues cada vez son más los visitantes que aprovechan la excusa de la muestra para conocer la zona y sus indiscutibles riquezas tangibles e inmateriales.
El balance de todo, pendiente de versión oficial, es siempre mejorable —hubo críticas por la baja visibilidad de los recitales en los Claustros—, pero difícilmente superable habida cuenta sobre todo de los recursos tan ajustados con los que cuenta un certamen que, como decía su directora en una entrevista con este medio, sigue siendo "un milagro" año tras año. No puede decirse que esta afirmación de Isamay Benavente no esté falta de razón.
Al misterio de la falta de patrocinio privado —no se entiende cómo no hay en el cartel del Festival sellitos de hoteles o de compañías de transporte tipo Renfe o Iberia para costear alojamientos y desplazamientos—, se une el misterio de un Ministerio de Cultura que lleva años volando bajo —ojalá remonte; en 2019 vino por primera vez al certamen un ministro de Cultura—, la indolencia de un Instituto Andaluz del Flamenco tan politizado como ajeno a las demandas de los agentes y verdaderos protagonistas del flamenco, y a una Diputación de Cádiz que aunque hace bien en apoyar citas como el Primavera Trompetera, no se entiende cómo 25 años después todavía sigue sin dejarse caer por el Festival de Jerez. Por suerte, pese a todo, estamos ante un proyecto de ciudad con pilares tan sólidos y firmes que ni el coronovirus, ni la peste bubónica del sectarismo partidista pueden tumbar. Larga vida al Festival de tus sueños.
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