Sus maestras María Pantoja, María Pérez y La Gitana Blanca solo apuntalaron lo que ya intuía su madre cuando la tenía en su vientre: Esta va a ser bailaora… A los cuatro años y medio, en el 19 de la calle Clavel del también flamenco barrio jerezano de La Albarizuela, aquellas patadas en la barriga cobraron forma de bailaora flamenca. Gana un concurso con unas castañuelas “más grandes que yo” y entonces el destino la lleva a convertirse en niña prodigio, en el “regalo” de los cuadros de baile de la época. Saltó jovencita a un tablao en Caracas, voló a Nueva York, pudo ser pareja de baile de Antonio el Bailarín, o estar en la compañía de Farruco tras lograr el carné de artista, pero lo dejó todo por amor. Y no se arrepiente. Porque se salió con la suya.
Volvió después de muchos años a su Jerez natal y, pese a que creía que nadie se acordaría de ella, montó su escuela. Y se le llenó. De niña prodigio a maestra por la gracia de Angelita Gómez (1944). Una mujer menuda y más bien seca, como ella misma reconoce, pero un “huracán viviente”, como la define el guitarrista y escritor Santiago Moreno (Jerez, 1978). Él, que la conoce muy bien —no en vano empezó a aprender el toque con ella de forma precoz y se incorporó a su escuela con once años—, acaba de publicar Angelita Gómez. La niña y el prodigio. Una biografía nada hagiográfica en la que habla Angelita y habla el contexto de una época más azul oscura casi negra que sepia o dorada. Una biografía humana, demasiado humana, donde el autor no busca tanto la anécdota o el prodigio sino a la persona que acepta su destino y, aun así, se sale con la suya por puro amor al arte.
¿Por qué Angelita?
Hice una biografía a modo de fábula sobre un cantaor que podrían ser muchos cantaores, Curro Palo, y ahora me apetecía hacer una biografía real, de una persona con DNI; y ahí surgió Angelita, a la que realmente conozco desde hace mucho tiempo. Empecé a tocar la guitarra con ella, con ocho años, y a su escuela iría con once. Todos esos años que me he tirado como guitarrista de baile empezaron con ella. En Jerez se le han hecho muchos reconocimientos, una calle, Hija Predilecta, pero no un libro que cuente su biografía. En el prólogo dejó claro que al principio me daba como espanto, me caía regular, porque yo era súper tímido y esa fuerza que tenía… con los años ves que no solo se merece un libro, sino que tiene muchas cosas que contar.
Angelita, que ha sido maestra de una continuadora de su estela, y hermana del autor del libro, María del Mar Moreno, iba a menudo a las fiestas en casa de Santiago. Al escritor y tocaor le regaló Siroco y Solo quiero caminar, pero ni por esas logró que Moreno viera en Paco un ídolo, sino a otro humano que ponía su técnica al servicio de la emoción. Como Angelita. O como él, que a menudo logra la ecuación matemática de escribir a compás. “Salía de El Carbonero, aparte de mis estudios —es diplomado en Turismo y Relaciones Laborales—, y me iba de lunes a jueves tres horas a lo de Angelita”. En la escuela de la Porvera, que abrió en el año 85 y la heredó María del Mar Moreno en 2002, era doña Angelita. Una maestra estricta, una mujer seca con sus alumnos que tenía claro quién iba para artista y quién era mejor que se dedicara a otra cosa.
"Era muy dura; he tocado por soleá una hora entera sin parar"
“Su forma de dar clases no se soportaría ahora. Me inculcó mucha disciplina. Era muy duro, era una forma que ahora no se podría dar, la gente se quitaría de esa dureza. Si no sale el paso, te vas porque aquí no haces ná. Cosas muy duras y muy exigentes. Ahora hay más flexibilidad. En las clases estaban todos en fila e iban bailando uno tras otro. Yo he tocado una hora entera sin parar ocho veces la soleá. Era mucho esfuerzo porque su nivel de exigencia era brutal, pero para los guitarristas era una escuela dentro de la escuela. Ahora hay muchos contenidos para que la gente no se aburra y parezca que está aprendiendo, antes era un paso y pá, pá, pá hasta machacarlo y hasta que te salía. Yo me iba doblado para casa, pero al final seguía por el amor hacia algunas alumnas”, ríe Santiago Moreno.
El autor, mientras conversa con este medio. FOTO: MANU GARCÍA
La biografía pasa de los primeros años a Venezuela, luego a su maternidad, y luego al regreso a Jerez, que culmina con el día que dije basta —que hay que leer— y una charla final que tuvo lugar entre la maestra y el autor el año pasado. Entre medias, Moreno no desaprovecha la ocasión para “radiografiar” ese Jerez de los años 40 y 50, con Rosique o Gómez Carrillo, y también el de los 80, “donde ya estaba el boom de las sevillanas, y todo el mundo con dinero quería aprender a bailar”. La escuela, claro, se le llenó.
“La escuela jerezana del baile en realidad no existía antes de Angelita. Escuela como tal, me refiero. Hay un texto de Lorca que habla del baile jerezano, pero Angelita cuenta que los que bailaban eran Cristóbal, María Pérez… algo de danza, pero flamenco como tal… en los barrios gitanos por excelencia había mayores que bailaban, pero no con una predisposición académica. Cuando Angelita llega a Jerez pensaba que nadie se iba a acordar de ella, pero se vio de repente con la escuela llena. En esos años había mucho interés por aprender baile flamenco. Y realmente creo que la escuela jerezana del baile arranca en ella y la han continuado muchos bailaores, entre ellos mi hermana. Que por cierto María (del Mar Moreno) nunca tenía el visto bueno de Angelita, que la veía como sucesora, pero que por su nivel de exigencia y sequedad lo que hacía era exprimirla”. María, claro, se lo daba porque siempre quería más, no había hora para terminar…
Antes de eso, Angelita se fue sola en barco con unos 16 o 17 años a Caracas. Estuvo en el tablao de la Cueva de Monterrey y conoció al amor de su vida, un hombre de negocios que desencadenó un “desierto” en su carrera artística. Pero ya Angelita sabía, porque así se lo decía su destino, que habría tiempo de retomar. Su vocación estaba en enseñar más que en mostrar en los escenarios su arte. Y eso que las monjas la querían echar de la escuela porque “por enseñar las piernas no te va a querer Dios”. Su padre la acabó quitando.
Y Angelita se arremangó muy niña para sacar a su familia adelante gracias a su baile. “Si ella fue niña prodigio sería porque su padre la quitó de la escuela, donde las monjas le decían que por enseñar las piernas no la iba a querer Dios, así que su vocación y su salida vital fue bailar. Fue una fijación cuando el resto de las niñas y niños estaban jugando. O bailaba, o limpiaba escaleras. Sus dotes eran espectaculares, sus palmas, sus pies… lo que más me ha asombrado es ver que quizás el prodigio no está tanto en la técnica como en lo que se ama”, reconoce el autor de esta biografía cuya edición no venal puede obtenerse en la escuela flamenca de Porvera, 22.
Cubierta de la obra. FOTO: MANU GARCÍA
“El baile —reflexiona Santiago— ha cambiado radicalmente de 25 años para acá. Yo he visto esa evolución de la que habla Angelita: se improvisaba el momento. Había un cante, la bailaora lo escuchaba (para ella el que más le emocionaba era Fernando Terremoto, con el que le ardía el pecho), y había una explosión sensitiva. Y hablamos de una niña de siete años. ¿Dónde estaba la técnica ahí? Prodigioso era el sentido de la responsabilidad que tenía, bailar por necesidad, bailar por la emoción… Echo de menos disfrutar, está todo muy medido hoy en día”.
El polifacético jerezano, que lo mismo escribe una dramaturgia que desgrana versos, asegura que en la maestra “he visto siempre un respeto al arte, una especie de lentitud artística. ¿Correr pa’ qué…? En el fondo, su vida no ha sido una persecución del querer ser, sino una entrega a la enseñanza, a dar a los demás. El artista contemporáneo está demasiado centrado en sí mismo, en su trayectoria, en dónde llegar… Cuando te olvidas de enseñar también te olvidas de aprender, y viceversa. Esa lentitud te da calma y respeto a quienes van llegando y al arte en general”.
La obra se presenta en el Consejo Regulador este viernes 21 de febrero, a partir de las 12:00 horas, dentro de los actos paralelos del XXIV Festival de Jerez.
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