Eva Yerbabuena, 'Casta Diva' por soleares

Como Medea y Norma, como la Llorona, Eva Yerbabuena ejerce un rol en sus espectáculos de suma sacerdotisa, capaz de invocar a la luna, a los ángeles, a su subconsciente, y de moldear sus recuerdos para danzar al “mapa imperfecto” que estos simbolizan. Un territorio movedizo, también en el género y en la puesta en escena: de la danza-teatro al contemporáneo, del baile jondo a casi la performance. Un paraíso perdido, el lugar en el que fue feliz y al que quizás no convenga volver. O sí. Al igual que tú —su décimo cuarto espectáculo en 22 años de compañía propia, el tercero que estrena e inaugura el Festival de Jerez—, emerge sobre un paisaje devastado.

Un baile sobre los escombros donde antes hubo un hogar. Un enorme solar tras el combate contra el paso del tiempo. Sin embargo, pese al aparente sentimiento trágico de la vida que embargan las propuestas de la granadina nacida en Francfort —quizás algo desplazado en su última obra vista en el Festival de Jerez hasta la fecha, Cuentos de azúcar—, siempre hay un resquicio para la esperanza y para la justicia, aunque sea poética. “La felicidad es esquiva; el amor es movimiento”. Hay que seguir buscando, pese a todo. Ella sale indemne.

Y propone: flamenco o barbarie. Danza y reconstrucción o demolición y degradación. Como si fuera una metáfora del mundo actual o una siniestra alegoría de la situación de la cultura tras el paso del virus. Como la Santa Casilda de Zurbarán —vestida en gasas de Berhanyer—, que lleva alimentos al prisionero escondidos entre sus ropas, Eva trae arte y reflexión a quienes ya nos cuesta respirar tras más de un año de pesadilla. Por hora y veinte hace que nos olvidemos casi de todo. Voy a mojarme los labios, sugiere la letra del cancionero mexicano, a la que baila Eva en una evocadora rumba de recuerdos y nostalgias.

Quemar la casa, recomienda Eugenio Barba, uno de los investigadores teatrales más influyentes en la evolución de la escena contemporánea, fundador del Odin Teatret, unos años antes que esa meca que es el Tanztheater Wuppertal de Pina Bausch, que tanto inspira a Eva y de donde proviene su invitado, el bailarín venezolano Fernando Suels Mendoza. Un complemento onírico para el cuerpo de la bailaora que choca con la actriz (Maika Barroso) encargada de monologar esa especie de voz de su conciencia.

Sobre su casa, Barba decía: "Una mano busca explorar su arquitectura. La otra, continuamente, trata de darle fuego". Trascender los límites, ir a la esencia, insiste en un montaje más la bailaora. Raíces y alas, que las alas arraiguen y las raíces vuelen. Juanramoniana danza de Eva. Cementerios encalados, clavo débil, clavo fuerte. En la toná de la onubense Sandra Carrasco, otra durísima declaración: "Soy como el oro. Cuanto más me desprecian, más valor tomo".

Construcción, de Daniel Vieglitti, que cantara Chico Buarque, es otra de las piezas clave cuya letra — Alzó en el balcón cuatro paredes mágicas (Ladrillo con ladrillo en un diseño lógico). Sus ojos embotados de cemento y tránsito…— da sentido al alma de una propuesta con un peso sobresaliente en la selección musical. Paco Jarana pone nuevamente maestría al edificar su partitura de orfebre y también en la lírica que engarza el espectáculo. No fallan las voces de Miguel Ortega y Alfredo Tejada cuando más se les necesitan: en la granaína y taranta morentiana, Y de pronto, rematadas con unos abandolaos cuya letra aconseja gastar tiempo en blanquear tu propia fachada antes que malgastarlo en criticar la de los demás.

Pero es Casta Diva, el aria más famosa de la Norma de Bellini, en la voz de María Callas, la música que abre y cierra este nuevo montaje de Eva Yerbabuena. Una bailaora que, primero, se despide sobrevolando la escena como una Diosa, como una Bausch sonámbula, o como una niña que ha recuperado su sueño infantil. Y luego, como una más, alguien como tú, uno de esos nombres de mujer machacados por la historia, que deambula hacia al solitario e individualista viaje a ninguna parte que a menudo significa la sociedad actual, repleta de ruido y sucias transiciones, tal y como la pinta en ese pasaje final la mano del veterano director de escena andaluz Alfonso Zurro.

Y yo me quedo en el cenit claroscuro de Luis Moneo cantándole a corazón abierto por soleá por bulerías a Yerbabuena. Un coloso de metal inconfundible en las soleares, capaz de activar la mecha para que implosione el baile de estricto control corporal, sensualidad y rabia de Eva. Parafraseo: el día que la eches de menos, vas a salir a buscarla como un caballo sin frenos. Y es cierto, el día que Eva Yerbabuena deje de alumbrar su danza y presentar sus obras en el Festival de Jerez, éste será otra cosa, pero ya no será el mismo Festival. Porque cuando arriba está ella hay expectación, magia e intención, y, aunque a veces incomode, o narcotice, o ambas cosas a la vez, sus montajes siempre acaban hechizándonos. Como si nos obligara a rebuscar en nosotros mismos y en nuestras soleares.