Rafaela Carrasco, en su soleá, entra y sale por peteneras en Ariadna, el nuevo trabajo que ha estrenado y ha abierto el 24 Festival de Jerez, y a cuyo título añade un paréntesis: al hilo del mito. Preciso matiz si se tiene en cuenta que la historia del personaje mitológico y el libro de La metamorfosis de Ovidio solo sirven de fuente de inspiración para que la bailaora, en apenas sesenta minutos, teja su propio laberinto, su propio discurso, y logre salir airosa. Un laberinto en el que lucha contra el abandono, la incomprensión, el sometimiento o el peso implacable del patriarcado. No era poco el desafío.
Sigue la estela de su anterior montaje, Nacida sombra, donde reivindicaba grandes nombres femeninos del Siglo de Oro que lucharon a base de creatividad y talento por la igualdad y el reconocimiento, pero también está Vamos al tiroteo, donde hace ya una década vimos que a partir de las Canciones populares de Lorca y Argentinita, la maestra sevillana convertía en una obra mayor su propio deseo de búsqueda de espacio, tiempo, emoción y poética. En este nuevo espectáculo, donde dejar cabos sueltos forma parte del concepto, bucea la sevillana en sí misma, asume la soledad del zapateado, del escorzo, de la geometría silenciosa del baile, y traza un plan de fuga del que en un momento del trabajo parece el patio de una cárcel interior dominado por la pierna recia de los hombres.
O proclama un alegato contra el terrorismo machista al convertir una trenza en soga (siempre Mario Maya). O se da una tregua, y edifica una historia de amor a modo de milonga. Los girasoles ciegos, escribía Alberto Méndez a propósito de su novela (que el llorado José Luis Cuerda llevó al cine), son aquellos que no buscan el sol, inmóviles, bajo la certeza de la derrota que atenaza a vencedores y vencidos. Los girasoles del campo que va sembrando sobre el escenario (literal) Rafaela, más que ciegos, vislumbran y dan sentido a una creación que puede sentirse por momentos fría, por momentos reiterativa (estamos sumergidos, esencialmente, en un laberinto), a veces con un punto pretencioso por el envoltorio que no deja disfrutar en su totalidad de la danza, pero siempre respirando el eterno deseo y lucha de esta mujer por plasmar su libertad artística y pintar su gusto por unificar la ética con la estética, el compromiso con el arte.
Más libre, en todo caso, Rafaela por tangos, arrastrando con sus caderas y su braceo a la altura de la orfebrería musical de Jesús Torres y el apoyo creativo en esta pieza de Salvador Gutiérrez. Un tándem mucho más equilibrado que el de los cantaores, donde el vozarrón limpio y punzante de Miguel Ortega llevó a Rafaela en volandas para escapar del distópico laberinto y amanecer, que no es poco, en la idílica Isla Mujeres. Hubo dos finales posibles, pero ella "despertó sola, rodeada por el mar, recordando viejas historias para no morir del todo”. Como Dolores La Petenera, quien también, y de forma mucho más flamenca, pudo haber inspirado este espectáculo.
FICHA Dirección y coreografía: Rafaela Carrasco. Dramaturgia y letras: Álvaro Tato. Voz en off: Carmelo Gómez. Dirección musical: Jesús Torres. Baile: Rafaela Carrasco, Rafael Ramírez, Gabriel Matías, Ricardo Moro y Felipe Clivio. Palmas: Jesús Perona y Jesús González. Guitarras: Jesús Torres y Salvador Gutiérrez. Cantaores: Miguel Ortega y Antonio Campos. Composición musical: Jesús Torres y Antonio Campos. Tangos: Antonio Campos y Salvador Gutiérrez. Coreografía Los Girasoles: David Coria. Diseño escenografía: Gloria Montesinos. Diseño iluminación: Gloria Montesinos. Diseño Vestuario: LeandroCano. Diseño espacio sonoro: Ángel Olalla. Producción ejecutiva: Alejandro Salade. Día: 21 de febrero de 2020. Lugar: Teatro Villamarta. Aforo: Lleno.
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