Al igual que Pablo Ruiz Picasso decía que "la inspiración existe, pero te tiene que encontrar trabajando", las oportunidades en el mundo de las artes no se saben cuándo llegan, pero es mejor si te cogen preparado. Y lo que vivimos en la noche de ayer en la Bodega Los Apóstoles de González-Byass con Yerai Cortés es un claro ejemplo de ello.
Con un universo sonoro diferente y diferenciador, el tocaor alicantino salía victorioso de este envite a puesta gayola que, a buen seguro, va a suponer un antes y un después en su devenir profesional. Al igual que su paso por la trilogía a la guitarra que ha realizado durante estos años Rocío Molina y de la que él ha sido parte fundamental.
Y es que, al igual que a quien le tocaba sustituir y deseaba “que se ponga bueno pronto”, no es lo que toca Yerai Cortés, sino cómo lo toca y hasta donde la creatividad encuentra el límite en su universo sonoro.
Malagueñas, Tarantas, Farrucas, Serranas, Tientos que fueron tangos y volvieron a ser tientos, seguiriyas metidas en tiempo y compás, fandangos que jugaban a ser bulerías o soleá por bulerías, formaban parte de un programa de contenidos que tenía un factor común denominador: la sonrisa.
Yerai Cortés es el guitarrista de la eterna sonrisa. Esa que no se puede esconder cuando se disfruta. Esa que no enmascara la responsabilidad, pero que sí contagia al que tiene la oportunidad de verle en directo rematar los toques apagando el sonido, con elegancia, sin estridencias. Esa que con el pulgar recuerda a Morón, pero que por bulerías no se olvida de Cepero. Esa con la que ayer conquistó el Festival de Jerez en una cita a la que se enfrentaba, nunca mejor dicho, a puerta gayola.