Sin recuperarnos todavía de lo que ha supuesto perder en menos de tres meses a ilustres como Pansequito y Carlos Saura o, más recientemente, a La Chiqui de Jerez, el inicio de 2023 está castigando con especial virulencia al mundo del flamenco.
Y máxime cuando, desde la noche del pasado 10 de marzo, esta lista negra incluye también a un artista tan querido como admirado, en Jerez y más allá de sus fronteras: Pedro Carrasco Romero Periquín Niño Jero (Jerez, 1954-2023).
El artista del barrio de Santiago, cuya seña de identidad más significativa era la forma tan particular que tenía de hacer suyo el compás y los tiempos del toque flamenco, no ha podido superar el cáncer de pulmón que le fue diagnosticado recientemente y, con tan sólo 68 años, pasaba a formar parte de esta nómina de artistas de la generación del 50 que nos está dejando demasiado pronto.
El polifacético tocaor jerezano ha dejado un enorme vacío en el universo guitarrístico flamenco y, nada más conocerse la noticia, la red de redes se llenaba de mensajes de condolencias que le calificaban y definían como una persona con un sello especial e inigualable; el hombre de la sonrisa eterna; uno de los tocaores más grandes que ha dado el flamenco; uno de los grandes artilleros del soniquete; un ser humano con un corazón inmenso; un brujo del compás o el genio del toque por bulerías.
Tan sólo hay que darse una vuelta por cualquiera de las redes sociales que tengan a su alcance para comprobar que estas sólo son algunas de las muestras que se pueden encontrar y entre las que destacan la de Alberto Vaca junto a Andrés Calamaro —que también era fanático de El Torta—, Paco Cepero, Norberto Torres o Mercedes Ruiz, quien de pequeña compartía con ilustres flamencos jerezanos la gira organizada por Manuel Morao titulada Esa forma de vivir.
De cantaor frustrao a guitarrista imprescindible
Al igual que su amigo Moraíto —por quien sentía especial cariño y admiración—, Periquín Niño Jero pertenece a ese ramillete de artistas flamencos que llegó al mundo del toque y la guitarra a través de la frustración de no haberse podido dedicar al cante. Aún cuando su padre le inculcó desde pequeño su vinculación al mundo del toque y Rafael del Águila remató ese aprendizaje que le permitió volar en solitario, en cualquier entrevista que concedía era habitual escucharle decir eso de “a mi lo que me gusta de verdad es el cante, pero mis cualidades eran mejor para otra cosa”.
Tal es así que, desde temprana edad —en la década de los 60 y 70—, comenzó una trayectoria profesional que le llevó a tener una guitarra entre sus manos durante más de medio siglo, si bien a principios de los 90 se atrevía a sacar un disco como cantaor cuyo single Pasa de moda fue todo un éxito.
Lejos quedan ya aquellas noches en las que acompañaba a ilustres como Tío Gregorio El Borrico o Tía Anica La Piriñaca, entre otros, en las ventas jerezanas antes de su marcha a Madrid y comenzar una exitosa carrera en el tablao Los Canasteros de Manolo Caracol. Allí coincidiría con la familia Montoya y, a partir de ese momento, iniciar una larga y fructífera relación profesional con ellos, sobre todo en los primeros pasos discográficos del dúo Lole y Manuel.
Además de lo anterior, no debemos olvidar lo que significó la aportación musical de Periquín Niño Jero en la década de los 80 al sonido emergente de un Juan Peña El Lebrijano que comenzaba a explorar nuevos territorios. Por otro lado, su particular forma de tocar la guitarra —y el son tan especial que le imprimía al instrumento— le llevó a formar parte de dos eventos fundamentales para la historia del flamenco: el espectáculo Macama Jonda de José Heredia Maya y el que realizó Manuel Morao bajo el título Esa forma de vivir, cuya escala de la gira en Estados Unidos nunca quedará en el olvido o como tampoco quedará ahí aquella noche en París donde el flamenco y los caballos de alta escuela jerezana ofrecieron un maridaje que pocas veces ha vuelto a repetirse.
Noches inolvidables junto a Juanito Villar y El Torta
Periquín Niño Jero ha sido uno de los artistas más reclamados por los distintos cantaores del panorama flamenco como guitarrista oficial en los festivales de verano. Su afición y conocimiento del cante y los cantes fueron valores que le permitieron forjan binomios y alianzas que ofrecieron muchas noches de gloria por el territorio andaluz, pero hay dos artistas con los que esa simbiosis cobraba especial singularidad: Juanito Villar. y Juan Moneo El Torta.
Respecto al primero de ellos, las particularidades cantaoras de Juanito Villar a buen seguro que no serían las mismas sin el toque de acompañamiento de Periquín Niño Jero. De hecho, el cantaor gaditano siempre se escolta por algún miembro de la familia Jero —sobre todo el primogénito, Manuel— cuando su fiel escudero a la bajañí no podía acompañarle.
Por otro lado, respecto a Juan Moneo El Torta, el cariño y amistad que se profesaban mutuamente llegaba a extremos inimaginables a ambas orillas del río del flamenco. Juntos llegaron a ser artífices de algunos de los pasajes más surrealistas que se han podido vivir sobre un escenario. Pero esa admiración mutua trascendía del escenario a la vida cotidiana. Tal es así, que Periquín Niño Jero fue quien empezó a dar las primeras nociones y clases de guitarra a ‘Juanito’ —hijo de El Torta y Almudena Molinares—, tras la muerte del cantaor de La Plazuela en 2013.
El sonido Periquín, su mejor legado para el flamenco
Ser reconocido en su tierra, con la dificultad que ello conlleva siempre, además de ofrecer para la eternidad un sonido genuino y característico, es la mejor herencia musical que puede recibir el flamenco por parte de cualquier artista. En el caso que nos ocupa, el soniquete y el compás que era capaz de imprimir Periquín Niño Jero a sus creaciones y falsetas son el mejor legado que puede heredar el flamenco.
Con una cohorte de seguidores acérrimos, además de su propia familia, el sonido made in Periquín Niño Jero forma parte de la fonoteca y la discoteca flamenca desde hace largo tiempo. “No fue el más limpio tocando, pero es al que mejor le sonaba la guitarra a compás” sostienen quienes han hecho suyas muchas de las estructuras musicales creadas por este genio de la bajañí.
Un genio que vivió al límite en más ocasiones de las deseadas —festival homenaje para salir de su adicción a las drogas en los años 90 incluido—, pero que se quiso marchar sin hacer ruido una noche de marzo, a partir de la cual el flamenco quedó un poco más huérfano. Y es que su figura ha sido, es y será un eslabón fundamental de la historia del flamenco en estos últimos tiempos. Al igual que el sonido que emanaba de su guitarra cuando la tenía entre sus manos.