Santiago Moreno, doctor en Historia, y Francis Sevilla, autor de Carnaval, guían a los visitantes desde la plaza de San Juan de Dios hasta el barrio del Pópulo, pasando por Santa María y el Campo del Sur, en un viaje a pie cargado de anécdotas y curiosidades históricas.
“Los gaditanos se mantenían con un café”. La censura tergiversó en cierta manera una copla que dejaba constancia del cómo vivía el Cádiz tras los oscuros años de la Guerra Civil. Se trata del célebre tango del coro ‘Los Pintores’ de 1949 que habla sobre las andanzas de un “fulano” que vino “de la Habana” y pudo comprobar las miserias por las que pasaba la capital gaditana. Ésta y otras anécdotas se van contando en una ruta trazada por la empresa gaditana 1d3milhistorias que tiene como objetivo poner en valor el trabajo del Grupo de Investigación Estudios Históricos Estaban de Boutelou. El potencial turístico sirve, además, para expandir el conocimiento y el interés por acontecimientos de la ciudad de Cádiz, así como el día a día de los ciudadanos.
Además, para hacer más llevadera las distintas charlas, no solo se nutre la ruta de las bondades de la nuevas tecnologías -se va enviado imágenes a través a los móviles de los participantes- sino que se utiliza las coplas de Carnaval para dar fe de lo que allí se cuenta. Santiago Moreno, doctor en Historia, y Francis Sevilla, autor de Carnaval, guían a los visitantes desde la plaza de San Juan de Dios hasta el barrio del Pópulo, pasando por Santa María y el Campo del Sur, en un viaje a pie cargado de anécdotas y curiosidades históricas.
En los años 40, tras la Guerra Civil, España quedó sumida “en la más absoluta miseria”, comenta Moreno, potenciada por “la derrota de los fascistas en la Segunda Guerra Mundial”. Para el Cádiz de la época, gobernando en gran parte por el alcalde José León de Carranza, no fue fácil mitigar el hambre. La falta de limpieza, así como la inseguridad originó una ciudad con nuestros problemas, donde, además, aparecía el estraperlo.
Antonia Gil, una vecina del barrio de la Merced, a pesar de no tener para comer, siendo niña “se iba llena todos los días para su casa”, concluye con cierta guasa Moreno tras relatar una anécdota contada por la propia protagonista. “Según decía, se iba a un escaparate de una pastelería cercana y se ponía a imaginar todo los dulces que se comía”, una manera de ingeniárselas para comer aun sin probar bocado. Otro caso en este mismo sentido es el que cuenta Sevilla, sobre un componente de un coro que, estando en casa del autor, se comió varios platos de caldo de una olla, siendo éste agua sucia para lavar los enseres domésticos. Para Juan Olmedo -el componente citado-, la olla aquella “estaba tan calentita que le supo a gloria”.
En torno al Mercado de la Merced (hoy Centro de Arte Flamenco), se sucedía el estraperlo, siendo muy destacada la corrupción que había con las panaderías en todos los estamentos de las fábrica. Eran beneficiarios desde el trabajador más pequeño, que vendía los sobrante y se ganaba su comisión, hasta el empresario que realizaba una producción con menos costes. “Era la forma de sobrevivir”.
Y así, con la palabra, entre anécdotas y coplas que cuentan aquellas historias de una manera natural, los visitantes van caminando hacia el Campo del Sur, donde sobre las murallas se va narrando el grave problemas de las enfermedades que empezaron a emerger en Cádiz. En palabras del historiador, “gripe, tifus, tuberculosis, polio, cólera, peste bubónica… son algunas de las enfermedades que contrajeron algunos vecinos por la falta de higiene y la precariedad sanitaria”. La letra de un tango daba fe de estos problemas, criticando el uso indiscriminado de las aspirinas para todo y la falta de medicamentos adecuados”, según narra Sevilla Pecci, antes de cantar la copla a la que hace referencia.
Una época oscura del pasado históricos gaditano que se cuenta con cierta simpatía, con anécdotas curiosas y con las versiones cantadas, muchas de ellas recuperadas para tal fin, en más de dos horas de recorrido. Aquel Cádiz, que como diría el célebre cubano que probara “los tejeringos de nuestra tierra”, realmente se mantenía con una “papel”. Un papel, haciendo calara alusión a las cartillas de racionamiento, fue la palabra censurada de aquella copla de finales de los 40, quizás por el estupor de los gobernantes por dar a conocer la realidad de una época llena de miserias.