Javier Gilabert, el oficio de buen lector para escribir mejor

Editado por Ediciones el Gallo de Oro, 'Todavía el asombro', galardonado con el XV Premio de Poesía Blas de Otero - Ángela Figuera de la Villa de Bilbao, es un libro redondo, cuajado de poemas excelentes

Javier Gilabert, en una foto de archivo. El oficio de buen lector para escribir mejor.
Javier Gilabert, en una foto de archivo. El oficio de buen lector para escribir mejor.

Tiendo a desconfiar, de forma sistemática, de los poemarios publicados por haber sido premiados en concursos literarios. No porque dude de los jurados o de la calidad de los poetas y las poetas participantes, sino porque soy de la opinión de que las coyunturas sociales influyen, inevitablemente, como brújulas que orientan las decisiones de unos y las producciones de otros. Para mi bien, me he llevado una muy grata sorpresa con el último libro que ha llegado a mis manos. 

Editado por Ediciones el Gallo de Oro, Todavía el asombro, galardonado con el XV Premio de Poesía Blas de Otero - Ángela Figuera de la Villa de Bilbao, es un libro redondo, cuajado de poemas excelentes. Su autor, el granadino Javier Gilabert (1973), maestro de profesión, se muestra como un hombre observador, abierto y humilde, cuya principal preocupación en el mundo de las letras, más allá de las banalidades propias de los galardones y los egos, es la de “aprender a escribir cada día mejor”. 

El oficio de buen lector se hace patente, además de por la calidad de sus versos, en las numerosas citas y guiños que el autor hace de forma continua a sus referentes poéticos y filosóficos, desde los clásicos Catulo y Marcial a San Agustín.

De Berkeley y María Zambrano a Vicente Gallego y Claudio Rodríguez, de quien el autor toma prestados algunos versos para titular los capítulos de su libro. Especialmente notable es la marca de Rafael Guillén, a quien está dedicada la obra, y de Julen Carreño, compañero de versos del poeta granadino, principales avalistas de este completo poemario.

Javier Gilabert
Portada del libro de Gilabert.

Aunque los años me hayan enseñado, a fuerza de sorpresas y desengaños, que no debe juzgarse un libro por su portada, los ojos se me escapan a la imagen que la ilustra: “La llave de los campos” del pintor surrealista belga René Magritte. Una ventana rota que deja ver un prado coronado por la quietud de unos árboles, mientras, en el suelo de la sala, los cristales rotos aún conservan la imagen que en otro tiempo dejaron ver. Y así son los poemas de Gilabert, más acuarela que óleo, apuntes rápidos de una realidad volátil, fotogramas de un instante, relámpagos de flash que graban en la mirada una mancha de luz. A través de sus poemas esenciales, cortos y bien medidos, recuerda al lector las enseñanzas que Rodin mostrase a Rilke sobre la observación de la belleza: “Se trata de mirar, es el secreto”. Una observación tan rica y tan profunda que logra conseguir que el simple paso de un gorrión haga sentirse diminuto al ser humano. 

Es la de Javier Gilabert una mirada de tinte impresionista, de esas que entienden que la vida palpita en el instante, en la luz que se escapa y no en la piedra: “No cambia la ciudad, sino la luz”. Una forma de ver que bien vale la pena conocer, por eso aquí detengo este flujo de tinta que no nació con la intención de ser reseña, sino más bien una invitación a adentrarse en sus palabras, a descubrir que la magia del asombro sigue viva y se renueva, que todavía es posible “creer en los misterios cotidianos”.

Sobre el autor:

Sergio Moreno.

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