Juan Ramón sigue vivo. Un nuevo poemario de los que permanecían inéditos, o parcialmente inéditos, ha visto la luz bajo el cuidado de Rocío Fernández Berrocal, que va para convertirse en la especialista en la etapa que vive el poeta cuando vuelve a Moguer, hastiado del Madrid exuberante y bohemio del regazado Modernismo español y de sus personajes. Fernández Berrocal ha dado a la imprenta tres inéditos vinculados a ese momento literario: Idilios, Historias y ahora Pureza; este último con el respaldo de la colección Letras Hispánicas de Cátedra.
En Pureza el poeta se busca a sí mismo y ahonda en su interior. El escritor intenta recomponerse mientras contempla la Naturaleza y se identifica con un paisaje que convierte en poesía. Juan Ramón busca al hombre que había visto tambalearse en los sórdidos ambientes madrileños, tan alejados de su concepción de la vida y de su personalidad, y que había conocido de la mano de Rubén Darío, Francisco Villaespesa o Ramón María del Valle Inclán, entre otros. En esa vuelta desde el desengaño al calor de su tierra, en la que nada le resultaría hipócrita y falso, emerge esta poesía que nace de dentro y viceversa, en soledad, exquisitamente humana y en comunión con un universo, con un entorno capaz de ofrecerle la ayuda necesaria para la lucha interior en la que se debate el poeta.
El título a mi entender quizás induzca a error. Podría pensarse que apunta a la “poesía pura”. No creo que sea el caso; o por lo menos no apunta a la poesía pura en el sentido más convencional. Sus presupuestos de partida y de llegada están al otro extremo de este libro, y muy lejos de ese momento de introspección y de comunión poéticas en el que se escribe. “La poesía pura de Juan Ramón es poesía depurada hasta ser precisamente sencilla, esencial, pura, ‘poesía desnuda’ como también la llamó, sin artificio, poesía auténtica, cercana a la verdad y contagiada de vida y sentimiento” (pág. 29 y 30), dice la editora sobre los versos del que sin duda ha sido uno de los referentes esenciales del panorama poético en español. Pero ha de añadirse además, que la poesía de Juan Ramón conecta directamente con las personas y con su entorno, para aportar dosis importantes de sensibilidad, de simbolismo y hasta de innegables ecos románticos.
En Pureza el hombre contempla ante sí el paisaje de Moguer, para entenderlo como un átomo maravilloso del universo, como un secreto desvelado que queda al otro lado de la puerta que solo cruzan los elegidos, los capaces de entender el poder de la belleza. El poeta ya sabe que no son muchos los que entienden que está frente a los ojos, que no es necesario cruzar el mundo para encontrarla.
Y será en ese proceso de creación y de reconocimiento donde repondrá fuerzas y ánimos para afrontar su crisis personal, sus miedos y su vida. Y para hacerlo mira hacia adentro e intenta su verdad, sentirse limpio, sereno y alto, como le escribe a su buen amigo Antonio Machado. Ese afán le durará para siempre hasta convertirlo en una constante en su vida y en su obra. “No corras. Ve despacio, que donde tienes que ir es a ti mismo”. O “Todo -¡amor!- sombra, luz, canto, vuelo, agua, fronda/es en la hora alma de una única cosa…” (p.112).
En ese propósito de búsqueda y ahondamiento, cada poema guardará su memoria, el instante en el que fue creado, el porqué, su razón de ser, la impresión que perdurará más allá del tiempo (p. 72):
¿De dónde es la pureza
primera de este día?
¿El sol nace del cielo
o nace de mi alma?
Y así, como en estos versos se lo pregunta, desde el primer poema se anuncia que es el alma la que vuela, la que trasciende. Y que la duda, el titubeo anterior, tras un arduo trabajo diario, se convertirán en expresión divina, en poesía o en los versos que podemos leer en Pureza.
El poemario está dividido en Amaneceres, Desvelo y Tardes. Son cuarenta y seis poemas, de los que quince son inéditos, no incluidos en ninguna de las “antolojías” que dispuso el poeta para dar a conocer su inmensa obra. Aparecen como anexo otros cuatro, también inéditos, pero que en origen no habían sido incluidos en este libro por Juan Ramón, pero que ha tenido a bien hacerlo con oportunidad la editora.
Una pena que la edición de Cátedra, seguramente por las exigencias estilísticas de la colección, haya olvidado las precisas recomendaciones que dejó escritas el poeta sobre cómo había de ser publicado su libro. Supongo que eso no debe importar demasiado. O sí, no lo sé. Lo importante es preparar “el alma para la fiesta de los sentidos” (p. 17), o de pensar, como el poeta, que en este preciso instante, amanece.