Juegos de egolatría

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La crítica literaria de 'Los cinco y yo', de Antonio Orejudo.

Quizá una de las críticas más difíciles sea la de ese último libro de un autor al que llevas admirando desde sus inicios literarios y cuya lectura te ha defraudado o, cuando menos, te ha dejado indiferente. Le pongo nombre y apellidos: Antonio Orejudo y su novela Los cinco y yo (Tusquets, 2017). Desde aquella magistral Fabulosas narraciones por historias, pasando por Ventajas de viajar en tren, Reconstrucción y Un momento de descanso —sin olvidar su generosidad estilística para los encargos (Almería, crónica personal)—, Orejudo ha sido un autor paciente, desvinculado del tráfago editorial que obliga a estar siempre presente en los anaqueles de las librerías para que al público no se le olvide tu nombre. Ajeno a las modas literarias del momento, lo mismo se atrevía con la vida de Lutero que con el juego que puede dar una conversación entre pasajeros de un tren; con los dislates de los integrantes del periodo mágico de la residencia de estudiantes que con el retrato de ese amigo incómodo capaz de los artificios más inverosímiles.

Tras leer Los cinco y yo —que, confieso, me ha costado terminar—, sigo sin tener claro qué ha querido decir el bueno de Orejudo con esta novela. Además de la evidente intención de homenaje y evocación de la infancia, armas ya de por sí con suficiente solidez narrativa en estos tiempos de nostalgia ochentera que nos invaden, la narración acaba diluyéndose por un territorio experimental que, al menos con este lector que les habla, no ha conectado en absoluto. La idea de trasladar a los personajes de la famosa serie creada por Enid Blyton a la época actual, sacándolos de la acolchada ficción literaria para sumergirlos en la realidad pura y dura puede parece a priori atractiva, pero parece resuelta con ligereza, sin nervio narrativo y con una inexplicable decisión del autor por largarse con el primer hilo argumental que le salga al paso. Si a todo ello unimos que un servidor nunca fue muy seguidor de las aventuras del quinteto protagonista —prefería leer a Verne, Salgari o Dumas, o si me apuran a Astérix y los infalibles Superhumor—, entenderán mi desconcierto y perplejidad al acabar esta nueva creación de mi admirado Orejudo.

Los cinco y yo pertenece también a esas novelas que exigen la complicidad del lector al introducir personajes reales como parte de la intriga narrativa. Además de introducirse a sí mismo, Orejudo no se molesta en camuflar al personaje de su amigo y escritor Rafael Reig, en la presentación del libro que da pie a toda la trama. Un juego literario que, en mi opinión, deja fuera a muchos lectores y de lado la tensión narrativa que se debe exigir a una novela, algo parecido —salvando las distancias— con lo que hizo recientemente Javier Cercas con su amigo David Trueba en El monarca de las sombras. Quizá la crítica más intelectual convenga que Orejudo ha dado un salto adelante en su exploración de nuevas fórmulas narrativas, pero yo sólo puedo decir que conozco a seguidores acérrimos de su obra que no han sido capaces de terminar la novela, y eso, qué queréis que os diga, me parece más importante.

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