Julián Sancha (Cádiz, 1988), publica su primer libro, Siluetas (Ediciones En Huida, 2019), un libro en el que combina el relato con la reflexión, la metaliteratura o la crítica literaria. Los relatos de Siluetas conforman una unidad en cuanto se miran en su conjunto, conforman una vida o un periodo de una vida. La prosa de Julián Sancha es ágil y fluida en busca de la palabra exacta y estos textos navegan entre la tradición hispanoamericana de Cortázar y el andamiaje del cuento ruso de Chejov. El autor es licenciado en filología hispánica, profesor de español e investigador en la Universidad de Cádiz. Habla seis idiomas y ha vivido en varios países. En la conversación que da paso a esta entrevista se respira el amor y el respeto por la literatura como algo que va mucho más allá de la palabra escrita, surge de la magia bebiendo de las raíces de lo más profundo como una cuestión visceral. Julián sonríe y habla, pero dice más con sus ojos que lo que expresa su propia voz. Sus ojos hablan de esa pasión del que ha sido infectado por los libros.
¿En qué consiste Siluetas? ¿Por qué el título?
Me gusta decir que es una antología de cuentos novelada. Suelo contar que yo no escribí este libro, sino que, más bien, el libro se escribió a sí mismo, en el sentido de que no hubo un propósito iniciático que me condujera a ello, a darle un sentido de libro. Siempre tuve predilección por las piezas cortas. De ahí, posiblemente, la diversidad de este conjunto donde dibujé mis siluetas... Obviamente, yo siempre había estado detrás del proceso creativo, pero mientras se escribía yo era (o fui) diferentes personas y también atravesaba muy distintas épocas de mi vida, pues en el libro enfrenté relatos de más de cinco años con reflexiones muy recientes. Creo que nunca fui consciente de que había un libro hasta que atravesé una fiebre allá por noviembre de 2017, cuando Siluetas todavía no era más que un conjunto organizado de relatos. El título nació en una borrachera en Lisboa, junto a mi queridísimo amigo David Montes, un poeta cordobés obsesionado por la palabra exacta de las cosas, por la concisión y lo breve. Tras largos títulos románticos llenos de epítetos vacíos y perífrasis varias como siluetas de la incertidumbre, siluetas, los límites de lo real y lo ficticio... acabamos declarando borrachos como cubas que lo único que valía era la primera palabra de aquellos títulos, la única que hablaba verdaderamente, y que también condensaba, todo lo que habría de tener el libro: Siluetas.
¿Qué sucedió con aquella fiebre? ¿El libro tuvo varias versiones entonces? Es cierto que en Siluetas nos encontramos frente a un libro que es mucho más que una colección de relatos, a pesar de lo diverso de cada uno de los textos y aunque no haya una unidad argumental hay puntos de encuentro entre ellos y llama la atención la conjunción entre la ficción, la no ficción y la presencia protagonista de la metaliteratura. ¿Cuál ha sido su intencionalidad a la hora de escribir el libro?
Por aquel entonces leía En la belleza ajena, un libro delicioso de la literatura polaca que me tenía totalmente absorbido, una pieza escrita por Adam Zagajewski que resultaba ser una especie de diario de escritor, un dietario donde el autor volcaba reflexiones de todo tipo sobre historia, música clásica y poesía, en la encarnizada búsqueda de qué es la belleza. Habiendo tenido siempre pasión por la introspección y la escritura ensayística, me pareció que el libro podría cobrar más sentido si hubiera un narrador omnisciente detrás de todos aquellos cuentos que, detrás de las bambalinas (similar a lo que haría un director de orquesta), agregase sus notas sobre diferentes aspectos y temas, los que, a su vez, luego también iban a ser tratados desde la ficción: el amor, la muerte, mujeres y la propia literatura. Por lo tanto, sí: Siluetas tuvo varias versiones hasta llegar a lo que es ahora, por eso digo que se hizo a sí mismo. Así nacieron las siluetas no fictivas que acompañan a las otras, las fictivas, los relatos. Como en un cuadro impresionista, aquellas siluetas sin argumento se convirtieron en la parte menos narrativa pero también en la más atrevida del libro, lo que en el fondo nunca ha dejado de ser una especie de juego entre la ficción y la no ficción y la frontera entre los géneros y mi obsesión por no declarar etiquetas, de las que suelo rehuir. También me pareció una buena forma de ofrecer descansos a la ficción, de dejarla dormir durante un rato mientras el que se posa detrás de la página del libro tiene tiempo para acercarse a reflexiones más filosóficas, metaliterarias, sobre cine o sobre la misma vida que agrupa al conjunto de los mortales. El libro es una oda a la incertidumbre, y de ahí el propio título y hasta la portada, porque siempre me parecieron más encantadoras las preguntas que las respuestas. Este tal vez sea el tema sobre el que orbitan todos los otros textos que componen el libro, sean siluetas ficticias o no, el polémico tema milenario de qué es real, dónde ponemos el punto y aparte para lo que vive o muere, para lo que es cierto o no para una determinada persona, y no hablo solo de los locos. ¿Por qué un personaje de un libro que convive con nosotros durante días no es real? ¿Hasta qué punto lo somos nosotros?
¿Por qué la literatura? ¿Qué puede aportar a la vida cotidiana?
Es la mejor forma de escapar de nosotros mismos, de salvarnos, de algún modo, de la crudeza de la vida, de su sopor. La literatura transforma a la gente y le permite viajar únicamente utilizando su cerebro, nos permite vivir mundos diferentes. Gracias a ella somos más capaces de entender la realidad y de abordarla desde diferentes prismas, y esto me parece algo fascinante: la capacidad para el relato de la que hablaba Harari en Sapiens y que tiene mucho que ver también con que estemos aquí ahora realizando esta entrevista. Como dijo antes de morir John Cheever en sus diarios en los años ochenta, tras el horror y el miedo que creó la energía nuclear: la literatura ha sido la salvación de los condenados; la literatura ha inspirado y guiado a los amantes, vencido a la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo. Tengo una visión optimista de la creación, creo que la literatura siempre ha valido tanto a los que la leen como a los que la escriben como terapia para aceptar el mundo y, cuando no, para combatirlo. Estamos aquí porque desarrollamos lenguajes y aprendimos a mentirnos, a inventar, a fantasear más allá de nuestra biología y la cárcel de nuestros cuerpos y la tierra que pisamos.
¿Cómo definiría su escritura? ¿Qué le interesa de la literatura?
Creo que es labor del lector responder a esa pregunta. Sin embargo, puedo hablar sobre qué pienso de la escritura en sí. Cuanto más mayor me hago más obsesión tengo con lo concreto, con encontrar la palabra exacta, aunque bien sabemos que esto es imposible los que hemos estudiado filosofía del lenguaje... Por ello tiendo a pensar que lo más bello del lenguaje es cuando este se presta a la autenticidad, a la falta de artificio, lo cual requiere a veces todo un ejercicio de reflexión y poda, no solo de sentirlo, sino de dejarlo madurar, de hacerle existir por sí mismo más allá de lo que uno decide a través de la pluma. En este sentido pasa como con los hijos, y por eso creo que al final un texto deja de pertenecer a la cabeza del que lo escribió. Cuando éste toma entidad propia y sale del que así lo había pensado, el texto existe ya solo por y para sí mismo, no necesita a su autor, al igual que sus personajes, y esto es una reflexión que abarca, me parece, gran parte de las siluetas del libro. Además de esto, supongo que mi historia (ya de largo flirteo) con la poesía y el ensayo debe haber vertido influencias sobre mi escritura. De la literatura me interesa todo aquello que es capaz de sacudirte, no importa el sitio en el que estés, todo aquello capaz de generar una verdadera insurrección química en el cerebro. Me interesa el autor o el texto que es capaz de apartarte de las cosas mundanas de golpe para enfrentarte a algo más profundo, la obra que una vez acabada todavía persiste y revolotea por tu cabeza.
¿Quiénes son sus referentes?
Me cuesta mucho trabajo elaborar listas, porque siempre tengo la torpe sensación de que olvido a fundamentales. Sin embargo, puedo decir sin asomo de miedo que crecí con escritores como Stevenson y Bradbury, que me apasionaron poetas como Cernuda, Lorca o Pizarnik y que encontré asilo cuando el mundo se desmoronaba en las prosas de Kafka y Cortázar, así como en el pensamiento de Borges y Zweig.
Como buen escritor, Julián Sancha es, ante todo, un buen lector. ¿Cuáles son los últimos libros que ha leído o que más le hayan sorprendido?
Hay épocas en las que uno fracasa estrepitosamente como lector, y otras en las que se puede ufanar de haber dado con ciertos felices hallazgos. Afortunadamente, el final del año 2019 y el comienzo de este creo que se encuentra entre las segundas. Terminé de leer recientemente Stoner, de John Williams, la que calificaban como la novela perfecta, y todavía, con el paso de los días, creo que no podría oponerme a una cita de semejante atrevimiento y, a su vez, redonda. Intento alternar novela con algunos libros de poesía o ensayo, así que también acabé lecturas como Sapiens, de Harari, y otras obras, también, del panorama español contemporáneo (al que intento acercarme con cautela) como Cara de pan, de Sara Mesa, que me sorprendió gratamente.
Siluetas es su debut en el panorama literario, sin embargo, también cultiva la poesía y los estudios de crítica literaria. ¿En qué género o en qué papel se encuentra más cómodo?
Creo que hasta la fecha me he sentido siempre más cómodo con estos géneros que se asemejarían al romance amoroso, tal vez como una especie de adicción al cortejo, al una y otra vez volver a empezar... como pasa con el cuento, el relato corto y la poesía. No sé si en los próximos años tendré la certeza de que puedo escribir desde una, diríamos, monogamia literaria, esto es, me declaro incapaz de saber si desarrollaría una relación duradera con un libro mío como una novela. De momento esos esfuerzos fueron empleados en el desarrollo y feliz final de mi tesis doctoral y volcados en las interminables horas de investigación filológica.
¿De dónde nacen los relatos de Siluetas? ¿Qué importancia tiene la experiencia personal o la imaginación en ellos?
Desde luego, nacen de diferentes momentos de mi vida en los que necesité escribirlos. Soy ese tipo de personas que cuando escriben están intentando decirse a algo a sí mismos, por lo que nunca pensé en los otros, y en este sentido estoy orgulloso de todo lo que ahí hay, que forma parte de mis luces y mis sombras, aunque desde un punto de vista universal todo lo que contiene el libro podría formar parte igualmente de la vida de cualquiera.
¿Cuál es el libro de la historia literaria que le habría gustado escribir a Julián Sancha?
Me va a permitir la trampa, pero se me dan mal estos juegos temporales en los que uno debiera salirse de sí mismo y hablar de alguien que no es él. Podría hablar de las obras que admiré de Cervantes, Shakespeare, Dostoyevski, Pizarnik, Shelley, Kafka o Kundera..., pero los respeto demasiado como para plagiarles. Así que, puedo acabar esta entrevista diciendo que me gustaría haber escrito uno que todavía no haya sido escrito, así siempre nos quedará la esperanza en lo desconocido.