Sábado 20 de abril de 2019. Mi admirado –y sufrido y nunca suficientemente ponderado- lector, escribo esta columna dominical empujado por la urgencia y la necesidad de rendir mi más sincero homenaje y respeto a una canción, un hermano (que me la enseñó en nuestra lejana infancia perdida) y al que pase por aquí. Ustedes, que ya me van conociendo mejor que mi santa madre, me perdonarán las aparentes digresiones. Están acostumbrados. Síganme, nos lo voy a defraudar.
Verán, las efemérides señalan en el calendario en rojo todo 20 de abril desde hace 29 años. Y, como pasa en estas cosas caprichosas del historicismo sentimental y el fetichismo irracional, he de introducir la historia que os voy a contar de la siguiente manera: en 1991, el grupo vallisoletano Celtas Cortos publicaba, bajo el mítico y señero sello DRO, Cuéntame un cuento. Con un minutaje de 43:46 y un colectivo grupal de músicos inspirados y en perfecto estado de forma, entregaban a un público cada vez más numeroso un álbum redondo. Siguiendo su estela de canciones populares, historias descacharrantes y buenas y auténtica actitud anarquista, los Celtas se confirmaban como el grupo a seguir en los primeros días de la década de los años noventa. Su sonido tan particular (esa mezcla bastarda de géneros populares como el rock, el punk, el reggae o el ska siempre se veía enriquecida por el talento natural de unos músicos cultos y estudiosos que hicieron del arreglo celta de sus temas bandera pirata para embobar a un público sediento de verdad).
En tal estado de efervescencia creativa, con un año se sobraron y bastaron para dar réplica al notable disco Gente impresentable de 1990. Si en él encontrábamos joyitas salerosos y reivindicativas tales como Haz turismo o ¿Qué voy a hacer yo?, sería la tercera pista de ese trabajo el que haría clic en el inconsciente colectivo de toda una generación: La senda del tiempo es una pieza inigualable de la historia de la música popular de esta Iberia Sumergida (cada vez más finiquitada y, desafortunadamente, tarada e irreconciliable para con los pueblos libre-asociados cuales átomos espirituales y laicos y lo que haga falta, colectivamente hablando). Sorprende que su autor, Jesús Cifuentes, un pucelano de tan sólo 24 años el año de su publicación, entregara una composición tan descarnada sobre el paso del tiempo y la erosión que éste provoca entre las buenas gentes. La senda del tiempo es una canción que lo tiene todo: sensibilidad interpretativa, crudeza en su desarrollo, poderío lírico, arreglos de mercurio y una progresión de acordes para quitarse el cráneo. Alto en el camino. Cese de la digresión. Punto y seguidos. Continuemos con la canción que nos ha traído hasta aquí.
20 de abril es una canción del género epistolar. El remitente, nuestro héroe de la clase obrera, envía su particular mensaje en una botella a aquella chica que en algún momento fue su verdadero amor. A ritmo de folk céltico, el protagonista se dirige a su destinataria expresándole su situación. Sabemos que hace siglos que no mantienen contacto alguno y, por ello, improvisa preguntas y dudas. Nuestro poeta del pueblo se muestra visiblemente cansado. Derrotado por el peso de la existencia, que siempre es precaria y transitoria en este mundo ancho ajeno en el que malvivimos como hormigas esclavizadas por las cigarras y la tiranía de la selección natural con menos criterio que una lista mundialista del Marqués Del Bosque.
Existe, en mi opinión (arbitraria e intransferible), una línea invisible que une La senda del tiempo con 20 de abril. ¿Qué cuál es ese hilo de consanguineidad? Si bien la primera tiene un componente de literaria melancolía romántica, la segunda es más directa y a pelo. La continuidad se evidencia en cierto tono inapetente pero, con “final feliz”, en la segunda. Un final feliz, si se me permite, individualista y soviet. No olvidemos que Jesús Cifuentes representa la figura del buen anarquista dentro de este mercado mellado y desalmado en el que lleva años chapoteando la industria de este país del que los líderes alfa nos hablan desde sus púlpitos tuiteros. ¿Por qué digo esto? Al final de la carta, el cantante se despide de la chica (o futura madre de familia) animándola a seguir con sus sueños más vitalistas (propios de la edad) mientras que él, solateras, seguirá currando en sus canciones. Ésas que, a pesar de todo, no le llenan y, por lo tanto, se siente vacío. Pero igual, seguirá siguiendo la senda del salmón. La despedida es escueta, elegante y rotunda. Como debe ser. El pasado viernes 19, Celtas Cortos estrenaba, al fin, un videoclip de su tema más célebre. Bajo la batuta de la productora Pyrene Media, vemos una historia sencilla en pleno valle de Benasque que apela a la nostalgia a través de cuatro chicos de Jaca. Buena oportunidad para volver a escuchar este clásico contemporáneo. Feliz 20 de abril. Ah, y llamen o manden un mensaje a aquella chica. Y, si no, ya saben, encontrarán nuevas destinatarias en los bares. Buen domingo y mejor semana. Paciencia con las elecciones.
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