Mi presidente, el excelentísimo Pedro Sánchez Pérez-Castejón, dijo el pasado miércoles 24 de octubre en sede parlamentaria lo siguiente: «La política es intentar convertir los ideales en realidades. No siempre se puede conseguir. O, en ocasiones, conseguirlo lleva más tiempo de lo que alguien pudiera desear.» ¡Toma ya! ¡Ni Castelar! Por la gracia del pueblo español Sánchez está ahí y eso a muchos les molesta. Por una sonrisa del destino, nuestros caminos por la senda dorada de la prosperidad son ahora obra y seña de Sánchez. ¡Alegría!
De jovencito, y parafraseando a Charly García, luché por mi propia libertad pero nunca la pude tener: vivo rodeado de estadistas u obsesos por el poder que odian a la humanidad. Hoy por hoy, lo confieso con todo el lagrimeo de mi corazón, no creo en nada. No tengo remedio y, como diría Enrique Bunbury en su célebre canción La carta, no lo quiero tener. No soy ni optimista ni pesimista. Ni siquiera me tomo la molestia de informarme a cerca de nada que tenga que ver con la política nacional. O no tanto como de la actualidad futbolística. El racismo ideológico busca siempre un referente para exigir derechos bajo el abrazo de un sátrapa local. El ciudadano libre sueña con encontrar un cobijo bajo la tormenta con conexión a Internet.
En 1984, Carlos Alberto García Moreno volvía a New York para grabar su tercer álbum de estudio en solitario junto al productor e ingeniero musical Joe Blaney en el mítico Electric Lady Studios. De entre sus diez canciones destaca Cerca de la revolución. Un rock de poderoso riff central que desgrana versos letales como un cuchillo entrando en la mantequilla: «Y si mañana es como ayer otra vez / lo que fue hermoso será horrible después./ No es sólo una cuestión de elecciones./ No elegí este mundo, pero aprendí a querer [...]». En Argentina la democracia recién se desprecintaba: el 10 de diciembre de 1983 había llegado a la presidencia Raúl Alfonsín pero su estancia en la Casa Rosada se veía acechada por ruidos de sables. Charly García se había desmarcado de la denuncia política en sus últimos trabajo pero inevitablemente la voz de una generación volvía a relucir en temas como Los dinosaurios o No soy un extraño. En Cerca de la revolución, el músico argentino se mostraba irascible al constatar la imposibilidad de la utopía irrealizable: «¿Por qué no vienes hasta mí?/¿Por qué no puedo amarte?/ ¿Por qué no vienes hasta mí?/ ¿Por qué eres tan distante?/¿Por qué no cambias como el sol?». García parecía haber renunciado al papel de vocero de una generación. Ejercía de rock and rock star. Afirmaba ser el John Lennon del subdesarrollo. Algo de eso había. García era el número uno incontestable. Nadie le hacía sombra. Presumía de ello. No obstante, no existe historia sin moraleja. Ésta se encontraba en Demoliendo hoteles: «Yo fui educado con odio/ y odiaba la humanidad,/ un día me fui con los hippies/ y tuve un amor y también mucho más./Ahora no estoy más tranquilo/¿y por qué tendría que estar?/ Todos crecimos sin entender/ y todavía me siento un anormal». Así pues, no es oro todo lo que reluce y el músico aparentemente endiosado en el fondo, verdaderamente, estaba preocupado por la gente de su barrio.
Se acerca el día de los muertos vivientes y creo que llegaré a todas las fiestas mal vestido y despeinado. El estilo sin estilo es el último grito en los garitos de moda. Lo fue desde el fin del siglo pasado y lo sigue siendo éste. No tenemos solución como clientes. La moda, tampoco. Una amiga escribió hace poco sobre ello y me encantó. Venía a decir que el consumismo nos abotarga y si tenemos un mínimo de consideración por nosotros mismos más nos vale con preservar nuestros bienes y necesidades en regla. Decía algo así. Perdonen pero este domingo no estoy muy acertado con las palabras. Le agradecí el texto porque me pareció acertadísimo y porque su estilo al narrar una serie de experiencias me entusiasmó. Me despedí, tal y como lo voy a hacer de vosotros mis amigos lectores, dándole las gracias y permitiéndome una coquetería: «No soy objetivo porque soy el último rojazo vivo.»