El verano acabó y estamos colmados de placeres. ¿Cómo vamos a quejarnos y afearle el gusto? Sería un disgusto que esta estación no fuera tal y como es. Con su arena, sus pimientos fritos y las señoras pegando berridos hasta que el niño se siente tranquilito bajo la sombrita. Todo el pack. ¿Quién pretende tener únicamente lo bueno de algo sin comprar todo lo peor? Quien obsequia solo puede pedir reconocimiento de su magnanimidad. Gratitud y ecuanimidad. Equidistancia y agua mineral. Sal marina y fragancia natural.
Reivindicar el fino frente a la manzanilla, no aceptar unas cañaíllas si puedes engullir unos riñones al jerez. Es una memez privarse de nuevos platos; también lo es de reivindicar la patria (o matria, que diría Unamuno o el moderno de turno) de uno mismo. ¡Qué cinismo andar taciturnos haciendo turismo si lo que verdaderamente añoramos es pasearnos por la Avenida del Colesterol!
Cuando el sol pega fuerte es recomendable evitar el consumo de Cruzcampo. Por precaución o celo de conservación, mejor será atizarse un palo cortado. Así lucirá dorado por calles y esquinas. Los malditos perfilan su pose con absenta y masticando chicle de menta mientras amaina la dramática tormenta que los demacra. Su vecino lamenta acumular partidos en la reserva. Ver pasar temporada tras temporada desde el banquillo o la grada desequilibra a cualquiera. Para las cicatrices, cristalmina; para las actrices aspirantes al Goya, heridas metafóricas por hacer. La psicomagia es así. Pimienta y Alameda Cristina.
La noche es pródiga en anhelos sin cumplir; las mañanas, en sudar buenas sensaciones. Las canciones que tarareamos rara vez la perreamos con esa intelectual aficionada a Gramsci y al pogo. No hay mayor tongo que asumir un año como el transcurso sucesivo de semanas y meses. O de admitir la derrota cuando acontece. Querido lector, repítase varias veces que las varices y las lorzas están bien porque así lo dicen los coaches y los influencers.
Tengo una fantasía febril e inconfesable que se parece bastante a despertar de buena mañana y prepararme el siguiente desayuno: mollete de jamón con una pizca de aceite y tomate natural. Fíjese usted que tan realizable sueño exige cierta pericia horaria y fisiológica. Entiendo, en cambio, que para el común las fantasías tienen más que ver con viajes por el mundo, acudir a galas de OT y que su equipo nacional gane un Mundial. No obstante, para la especie debe pasar, quizá, por una extinción total. Nuestra fantasía final es la residencia en el infierno dulce y fresco del edén sin contaminar. La muerte es una suerte de limbo sin precintar.
El verano acabó y nos pusimos púos de fernanditos y de pucheros con hierbabuena. No faltó nuestro gazpachito ni el tortillón con papas de Sanlúcar. El verano acabó y recién empezó la operación reducción: ¡Precaución, amigo redentor! De aquí a Navidad cualquier desvarío le puede costar caro a su hígado o a su riñón. Me despido de usted, lector esquilmado por la cuesta de septiembre, profundamente emocionado y agradecido. Sea fuerte. Su suerte cambiará a partir de octubre. No siempre se está castigado. No tenga miedo a incendiar el bosque si como dijo el filósofo Eric Hoffer el principio del pensamiento se halla en el desacuerdo no solo con los demás, sino también con nosotros mismos. Claro está, luego recibirá visitas estrepitosas en la unidad de quemados. ¡Que le curen lo bailado! ¡Con Dios!
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