Cantaba John Lennon que vivir era fácil con los ojos cerrados. Las complicaciones y los jaleos son, al fin y al cabo, árboles que no nos dejan ver el bosque. Sabemos por el fraile franciscano Guillermo de Ockham que en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. O como decía Albert Einstein: “Todo se debe hacer tan simple como sea posible, pero no más simple”. Al rojo vivo y al azul muerto.
El romántico que busca la felicidad romántica habla en román paladino. El adalid del cambio perfecciona su discurso pero el ardid, por muy sofisticado que suene, sonará siniestro para el ciudadano medio. La risa precisa de seriedad. No recordamos los libros que hemos leído ni todos los platos que hemos devorados y aún así ellos nos han formado. Francisco Umbral sentía una gran fascinación por ver sus columnas impresas. Muchos años después, resulta extraño: debía ser algo portentoso para el escritor verse inmortalizado en la prensa, sólo es un periódico, se rompe fácilmente, la tinta destiñe y, al día siguiente, la gente lo usa para envolver el pescado o limpiar los cristales. Eso cuando se vendían.
La vida debería ser como un desayuno inglés: un poco de todo y en abundancia hasta la exageración para un vientre mediterráneo. Sin embargo, ésta se presenta a menudo como un sándwich americano: dos rebanadas de pan de molde manchadas por mahonesa o mostaza, una hoja de lechuga mal puesta, dos rodajes minúsculas de tomate, queso en loncha y el embutido del montón. La vida lucha contra viento y marea para vernos engullir ese sándwich somnolientos, en ropa interior y batín a lo Tony Soprano. La vida conspira para vernos deprimidos recordando esos patos que se nos marcharon de la piscina del mafioso televisivo más famoso de todos los tiempos. Ay, amigos, la vida no es tan fácil ni basta cerrar los ojos para que así sea.
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