A principios de septiembre del 2018 sigo encontrando la existencia humana igualitaria por los siglos de los siglos. La nuestra, comparada con la de nuestros antepasados, es pareja a la de cualquier hombre, cualquier mujer de cualquier siglo. En lo esencial, así me lo parece. No hay tanta diferencia en mi experiencia vital y la de mis progenitores. Tampoco, respecto a mis abuelos. Seguro que tampoco con mis bisabuelos. En lo esencial, no. Verán, hagan el experimento conmigo. Sesgado, arbitrario pero experimento. Miguel de Unamuno abría el capítulo V de su celebrada novela Niebla del siguiente modo: «Cruzaba las nubes, águila refulgente, con las poderosas alas perladas de rocío, fijos los ojos de presa en la niebla solar, dormido el corazón en dulce aburrimiento el amparo del pecho forjado en tempestades; en derredor, el silencio que hacen los rumores remotos de la tierra, y allá en lo alto, en la cima del cielo, dos estrellas mellizas derramando bálsamo invisible.»
En el pensamiento de Émile Durkheim para hacer efectivo el fin de los lazos sociales es necesario que los componentes de la sociedad se apropien de las creencias internalizadas y actúen conforme a ellas. Así pues, Rudyard Kipling comentaba a grandes rasgos que un hombre inteligente se repone de un fracaso pero uno que no lo es no se recupera de un éxito. Por eso, sólo el discípulo ante el profeta o el creyente ante su iglesia, son capaces de efectuar dicho sacrificio del intelecto.
Es sabido que la identidad personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad comporta la idiotez. Las repetidas afirmaciones de pluralidad que dispensan los párrafos anteriores, pueden inducirnos a error. Es digno predicar a la muchedumbre silenciosa mientras ésta sigue maquinalmente el curso del oficio litúrgico: incestuosos instructores budistas que en el mediodía de su infancia profesan adoración ilimitada al tigre.
Únicamente así podemos comprender un aparente imposible: nuestros amores contrariados son tal y como los narra Gabriel García Márquez en El amor en los tiempos del cóleray nuestros dirigentes políticos pueden llegar a ser tan siniestros como el dictador bananero que describe Álvaro Vargas Llosa en La Fiesta del Chivo. O que sintamos devoción por héroes contestarios como Robin Hood o aparentes loco antisistemas como El Quijote. Cultura. Literatura y vida.
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