A todo cerdo le llega su San Martín. A nosotros, monos erguidos y engullidos por el tiempo presente, también. A medida que vamos cumpliendo años nos hacemos más pesimistas, más escépticos y más misántropo. Tratas de pasar la tarde del viernes en calma leyendo en una cafetería de barrio Biografía del hambre de la novelista belga Amélie Nothomb para evitar que la noche te haga trampas. Te levantas de buena mañana y cometes el fallo de sintonizar una emisora de radio antes de bajar a comprar el pan. ¡Error! Es un error devastador sintonizar la radio generalista un sábado por la mañana. Cualquier emisora. Todos son problemas, fines de ciclo o catástrofes inapelables.
Vivo en un país fanatizado por ambos extremos del tablero. Quisiera que alguien pateara ese tablero o, en su defecto, por el centro todo se derritiera en la más absoluta nada. Disoluta es la conducta del escéptico obligado a rendir burocráticamente. Demente el razonamiento de un particular tratado como cliente por los tarados de los medios. Ese país del que usted me habla, periodista a sueldo de no sé qué causa, no lo reconozco. Ese país del que usted me habla, político sin escrúpulos, no se merece a un caradura representándolo.
Quizá haya leído poco sobre la rabiosa actualidad. Quizá, y digo quizá, me haya ocupado más de profundizar en la Historia para intentar, ay de mi ingenuidad, interpretar el día de mañana. Espero un futuro clemente. Empero, será diferente. Compañeros, atarse al mástil únicamente nos asegurará eso: estar atados.
Malgastaré este domingo en labores domésticas de intendencia. Apuraré la tarde entre remordimientos y promesas incumplidas. Pero espero ver acabarse el fin de semana con pudor y amargura mientras le echo el diente a otra novela de Amélie Nothomb. ¿Acaso pido tanto? Si antes del lunes 22 me he terminado Antichrista mi burbuja seguirá intacta y mi torre de marfil amanecerá reluciente. Feliz semana.