Nuevo año, propósitos antiguos. El futuro ya no es para siempre. Pasaremos de las musas al teatro y las estaciones se irán sucediendo mientras nos apresuramos ufanos a dilapidar el tiempo invirtiendo en tiempo. Intentaremos perseguir el provecho pero acabaremos siendo carne de meme. Y cada fin de semana nos juraríamos aprovechar la siguiente semana porque vivir es espléndido y entonces, como Marlon Brando diría de Juliette Gréco, amaremos su misteriosa mirada oscura como un lejano planeta que espera ser descubierto. Y así cada año hasta ser, como cantaba Lucio Dalla, ángeles con arrugas feroces en los pómulos.
Agua pasada no mueve molinos. Roberto Bolaños soñaba con utopías y despertaba gritando. Escribía Ángel González que “en la infancia no pasaban años, en la infancia pasaban cosas”. Estamos a doce meses de estrenar década. De forma exagerada hemos pasado los últimos años. Vivimos tiempos espídicos. De esos que están bien para relatar pero no tanto para sufrirlos. Tolkien argumentaba que "no podemos elegir los tiempos en los que nos toca vivir, lo único que podemos hacer es decidir qué hacer con el tiempo que se nos ha dado". Pienso que aún no somos conscientes pero en nuestra mano está estrenar otros felices años 20.
Enero es el mes decimonónico para hacer borrón y cuenta nueva. En plena cuesta, con los bolsillos vacíos y la barriga llena, solemos prometernos hacer más ejercicio, aprender algún idioma o el mismo de siempre, leer más, dedicar más tiempo a nuestras aficiones, viajar o ver alguna serie nueva. Los propósitos de año nuevo son como la vida misma: aburridos y pretenciosos. Os invito a optar por el bajo perfil. Contentarse con cumplir el expediente y disfrutar con los pequeños placeres buenos. Yo mismo escribiré esta columna dominical a la luz de un candil.
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