La poesía es un acto en velocidad. La bondad, una virtud en tiempos sombríos. La verdadera libertad no cabe en una urna. La legitimidad, tampoco. La belleza es a la mocedad lo que la verdad es a la mentira. Un oxímoron. Un pleonasmo. Un orgasmo a interés o a plazo fijo. Los hijos de los padres que hicieron una guerra ahora son abuelos o bisabuelos de chavales que hacen de la revolución un selfie, un tuit, una actualización. La aplicación de la modernidad es un imán para la frivolidad de nuestros días. Con melancolía afirmamos que la prosperidad es un envase vacío.
Es un terreno privado. La literatura. Un concierto desenchufado para una élite venida a más. Es un terreno vedado. La literatura. Un coto privado para influencers, flojeras y estrellas de la canción. Es un terreno embarrado. La literatura. Un cortijo para amigos de lo ajeno, editores ladrones y representantes sedientos de fama. La cama sin deshacer y dos tostadas que se tuestan demasiado. De lado, tras un helado, en verano se duerme mejor.
A cierta edad no cambiamos más. O no mucho más. Nuestra comida favorita siempre será aquel plato. Podremos probar cien mil más si tenemos buen saque pero ninguno nos colmará tanto de placer. Nuestro disco favorito ese que nos emocionó hasta el tuétano. Acudiremos a recitales, vejaremos importantísimos kilómetros para escuchar a algún tótem, nos arrastraremos por festivales inmundos, regalaremos elepés molones a amigos del último grupo psicodélico de Australia e, inclusive, tararearemos aquella canción que le guste tanto a la chica de turno con la que pasaremos los domingos desayunando juntos. Pero no. Lo siento. Jamás nadie nos emocionará tanto como en aquel lejano disco de nuestra mocedad. Y, así, con todo. Animales de costumbres o humanos saciados.
Así es la vida; ya saben, ni usted ni servidor de nadie la inventó (ni la fantaseó así). ¿Qué quieren que les diga? Mi amor platónico siempre será, pongamos que hablo, Leonor Watling. Inalcanzable. Perfecta. Etérea. Es así. Y mi amor más terrenal creo que este septiembre labura en el trópico más trópico del mundo mundial. ¿Qué quieren que les diga? Ojalá siga tan morena, sonriente y arbitraria como el primer día. Y ojalá mis bajos instintos no me empujen a sustituirla por cualquier chica divertida de madrugada y por la puerta de servicio. Así somos. Así soy. Y así es la historia plural y celeste de mi corazón. Sea.