Manuel Monje chico y Manuel Jero - Peña Flamenca Buena Gente - 28 Festival de Jerez
Ficha técnica:
Espectáculo: De peña en Peña – Artista: Manuel Monje – Lugar: Peña Flamenca Buena Gente (XXVIII Festival de Jerez) – Fecha: 25 de febrero de 2024 – Cante: Manuel Monje (Chico) – Guitarra: Manuel Jero – Compás: Manuel Cantarote y Juan Diego Valencia.
Dentro del ciclo De peña en peña que organiza el Festival de Jerez en coordinación con la Federación Local de Peñas Flamencas, un artista en toda regla se subía al escenario del salón de actos de esta peña enclavada en el barrio de San Mateo y, a sus 11 años —como lo leen—, formó una auténtica revolución. Y no lo hizo porque es aún un niño, sino porque demostró una afición, conocimiento y gusto por el cante fuera de lo normal.
Sí. Hablamos de Manuel Monje. Chico, para más señas. Y porque se llama igual que su padre. El que algunos ya conocen de la tele, pero al que no le da miedo un escenario al que le tiene algo fundamental para ser grande en esto: el respeto.
La jornada empezaba atravesada. Su tocaor de siempre, Nono Jero, no podía llegar a tiempo porque un enlace de avión lo dejaba tirao en Polonia. Sí. Allí también se programa flamenco. Como en todo el mundo. Por si alguno aún no sabe que esto es universal. Pero como la familia siempre será la familia, otro Jero, Manuel, sacaba la guitarra de la funda para salir al rescate y, junto a esta auténtica realidad — a pesar de su corta edad— formar un lío de los que se pueden etiquetar como históricos en la peña de la gente buena.
Y decimos esto sin estar ciegos por la emoción, ni el afán de decir que ha nacido una estrella. Lo hacemos desde la tranquilidad y la distancia tras dejar correr el tiempo para no tener la cabeza nublada por las emociones del momento. Porque lo que tuvimos la suerte de presenciar en vivo y en directo fue una demostración en toda regla de que la afición por el cante y el flamenco no entiende de edades. Y lo que da la tierra, que San Pedro (y Santiago) lo bendiga.
No fue lo que cantó, sino cómo lo cantó. Y no fue qué cantó, sino por qué lo cantó. Coger la granaína de Vallejo para empezar el recital no es baladí. Y si a eso le sumamos que lo marida abandolando el vuelo del pájaro de Diego Carrasco. Ya me dirán ustedes. No solo profesional, sino además creativo. Y no es la soleá, sino qué solea y de qué manera la afrontaba. O más bien soleares, aunque estuvieran un poco aturullaras fruto de las ganas. Esas que empiezan en Alcalá y tienen como paradigma las fatigas con las que se quejaban Juanito Mojama y Joaquín el de la Paula y dejarnos el gusto colmao en Utrera agarrándose a La Serneta, Perrate y Fernanda, para retornar a la Sevilla más alamedera y buscar en Tomás Pavón el remedio para todos los males.
Emocionado por el feedback que estaba recibiendo, la única vez que le tembló la voz fue cuando quiso dirigirse al público, pero recuperando el tono y el timbre, cerraba la primera parte con un Manuel Jero entregado y una escolta soniquetera de metrónomo por lo que se dicen ahora aires de la bahía, aun cuando tenía preparado un recorrido de oriente a occidente que, si llega a hacer escala en Utrera para acordarse de los Pinini, directamente lo borda. Alegrías de Córdoba, cantiñas, alegrías, recuerdo a Camarón, a los grandes de Cádiz, al Torta y sus peculiares giros en los estribillos hicieron que a alguno se le escapara eso de “este niño no es normal”.
Por tientos y tangos hubo momento para recordar de la Marelu hasta Las Grecas. Unas en la voz y otras en la sonanta. Y no solo eso. Si no también a la luna mora del Torta. Y las falsetas inolvidables de Periquín en las manos de su hijo. Y los contratiempos de los palmeros. Y los bocaítos de Juana la del Revuelo. Y el color de la cera más virgen de Aurelio Sellés. Y, al final, más de uno acabó como el remate que hizo famoso el genio de la Plazuela que se nos fue ya hace más de una década.
Solo ante el peligro y la responsabilidad de no tener cerca una guitarra que le facilitara el tono, por tonás arrancaba la segunda parte. Caracoleando hizo que sus duquelas no parecieran nada, aunque se le rozara la voz. Y de ahí a la toná chica de Triana solo hay un paso. El que separa la verdad del cante de la hojana. Y aquí de lo segundo no había. Ni en la debla, que hasta sacó su propia coletilla para dejar sentado que “Manuel Moneo es el que mejor canta por soleá”.
“Ahora voy a cantar por seguiriyas para todos ustedes”, decía tan tranquilo como el que se va a jugar con los amigos al parque, aunque confesaba que “la noche antes de cantar estoy más nervioso que la de los Reyes Magos”. Pero ni corto ni perezoso, hizo que el Jero se tuviera que apretar en la silla para ajustarse al olor a clavo y canela de Tomás Pavón, o la llamada del médico de Vallejo que arrancó de la prima y el bordón la falseta más aplaudida de la historia del flamenco de Javier Molina — pero en versión Niño Jero— y, si eso no parecía suficiente, en vez de cerrar barriendo para casa, no tuvo mejor idea que fajarse y salir victorioso de la toná liviana de Juan Talega, versión Mairena. El público, directamente, no se lo creía.
Con todo a favor, con las orejas en el esportón, sabiéndose victorioso, la bulería era coser y cantar. Juega con los doce tiempos como quien recita la tabla de uno. Y con la simbiosis que generaban las letras de Juanito Villar, Pansequito, El Torta, Sordera, Terremoto y tantos otros — como estudie igual en el colegio que canta le va a terminar dando clase a los profesores— disfrutaba como el niño que es y hacía que Manuel Jero tirara de la discoteca particular y no dejara falseta de popá por tocar, incluso hasta recordando el momento mágico que tuvo lugar en la Nave del Aceite, señalando con el dedo a los cielos, mientras sostenía la nota del bordón en su izquierda.
José Blas Vega escribía en la contraportada del disco Canta Jerez (Hispavox, 1967) que “a Jerez le sobran razones de tipo histórico, social y espiritual para ser considerada una de las más importantes cunas del arte flamenco” (sic) y no se equivocaba. En absoluto. La fuente de la que emana de forma incesante agua fresca del enclave que más artistas por metro cuadrado ha dado en la historia del flamenco, vuelve a situar al Barrio de Santiago como epicentro fundamental de género jondo.
En la sobremesa de la tercera jornada del XXVIII Festival de Jerez, en la Peña Flamenca Buena Gente, quedó suficientemente refrendado por Manuel Monje (chico), tanto por su afición y como por sus buenas maneras de hacer las cosas y decir el cante con solo once años. Enhorabuena.