Decía Pablo Picasso que desde el punto de vista artístico una pintura estaba hecha para ser vista y de la misma manera, pienso, un poema está escrito para ser leído más allá de aquellos que afirman escribir para sí mismos. La literatura, el arte en general, es un proceso comunicativo en el que un emisor, —el escritor—, genera un mensaje que llega a un receptor, —el lector—, completando así dicho proceso. Pero a veces ese acto de comunicación empieza por uno mismo, cuando la escritura, más que una forma catártica de alejarse, se convierte en un modo de estar presente. Y así lo hace Marina Casado en su último poemario, De las horas sin sol, publicado por Huerga y Fierro Editores, en el que el libro se convierte en un acto regenerador o, mejor dicho, de reconstrucción o de asimilación.
“Se canta a lo que se pierde”, dice Antonio Machado, y así nace De las horas sin sol, del sentimiento de la pérdida paterna que llega a hacer ajena la casa propia. Marina Casado elige acertadamente abrir este poemario con aquella cita del Romance sonámbulo en la que Federico García Lorca dijera: “Pero yo ya no soy yo / ni mi casa es ya mi casa”. Y en esa idea desarrolla la poeta el primer texto del libro: “No reconozco los rincones de mi casa. / Cuelgan de ellos flores invisibles / que nunca había mirado”. Más adelante, en el poema Silvio vuelve a hacer uso de este mismo recurso, “Hay signos en la casa que dicen que te fuiste”. Es en el terreno de lo cotidiano donde la ausencia se hace océano insondable, en los objetos abandonados por la casa como pecios hundidos.
De las cuatro partes en las que está dividido De las horas sin sol son las dos primeras, Los condenados a la realidad y Temerás a los vivos, donde observamos a una Marina Casado más libre, a una poeta de raza liberada de ataduras técnicas en composiciones donde el dolor y los poemas están hechos de entrañas sin perder en ningún momento el contenido rítmico marcado por la musicalidad de un réquiem: “Tengo miedo del fuego / Desde el incendio de la noche, recuerdo tu mirada en forma de refugio”.
En Cualquier noche puede salir el sol, tercera parte del poemario, la herida comienza a cauterizar en un proceso evolutivo donde brilla la esperanza. Es la parte dedicada a Andrés París, a la sazón prologuista de la obra. “Entonces tú llegaste y encendiste las lumbres, / recogiste las flores del abismo / y me enseñaste a caminar sobre cristales.” El amor nace como la salvación que ejecuta una transformación sanadora. Si, como dice Andrés Neuman, “frente al dolor siempre estamos solos, será el amor la senda abierta que transite por el poemario encendiendo la luz: “Una luz en tus labios amainó la tormenta / me descubrió el misterio encadenado / de las noches sin sol”.
Termina esta obra con la parte dedicada a los otros restos del naufragio, madre y hermano, titulada Ubi sunt. “Siempre tendremos el presente roto por aquel momento”, decía Pepe Hierro, y ese parece ser el leitmotiv con el que Marina Casado cierra su poemario: “Bailo también el tiempo y me pregunto / por la asfixiante inmensidad / de las conjugaciones en pretérito”. Es especialmente brillante en ese sentido el poema final titulado Todavía, donde hay una expresión acertada, sincera y honesta de que, a pesar de todo, la vida sigue con su mecánica imparable. Y es que después de la pérdida todo sigue igual salvo nosotros. Eso sí, los últimos versos de Marina son un aliento, un homenaje al hecho de vivir y naturalizar un hecho que no por doloroso deja de ser natural: “me reconduce al idealismo / de querer, todavía, ser feliz”.
Marina Casado (1989) es doctora Cum Laude en literatura española y licenciada en periodismo. Autora de dos poemarios anteriores, Los despertares y Mi nombre de agua, publicados por Ediciones De la Torre, es miembro del grupo poético Los Bardos. En 2018 fue finalista del 72º Premio Adonáis de Poesía. Su obra está marcada por una clara tendencia hacia los autores de la Generación del 27, a quien toma como referentes y de los que a lo largo de De las horas sin sol se suceden las citas. No en vano dedicó su tesis doctoral a Rafael Alberti con La nostalgia inseparable de Rafael Alberti. Oscuridad y exilio íntimo en su obra. Con este libro se consolida como una de las voces más contundentes y firmes de la poesía joven española.