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La cordobesa María José Llergo tiene múltiples registros, imágenes, que definen qué quiere presentar. Por un lado, entre canciones, es esa chavala sobre todo buena gente, de carácter sencillo y feliz. Corazoncitos con las manos, voz tranquila y agua. Pero que necesita un solo segundo para despertar el genio en el momento en que se pone a cantar. No hay que perdérsela, porque con la voz hace cosas que apenas alcanzan un puñado de artistas de Andalucía. En una cosa y en otra, Llergo demostró cuán Andalucía es su espectáculo, su forma de estar. Una noche redonda para dar inicio al Festival del Patio de la Diputación de Sevilla, en el recinto que apenas unas horas después acogería un pleno de esos de toda la vida.
Arrancaba Llergo celebrando el soldout, como ella misma dijo. Arrancaba con el tema que da nombre al disco, Ultrabelleza, un introductorio hacia Superpoder, un single lanzado hace menos de un año que es una reivindicación del espíritu que trae. Porque aprendió a llorar cantando. Pero que ojo si te dijeron que por culpa del dinero no podías, "juntas estamos cambiando".
En Juramento, por ejemplo, hay un estilo donde tan bien se mueve Llergo. Para introducir al ajeno a la materia, hay que recordar que se subió al escenario, como es su disco, solo con percusión (Carlos Sosa) y teclado (Julio Martín). Sin guitarras. Pues son varias las canciones que transitan por unas bulerías lentas, que le permiten a Llergo hacer lo que le dé la gana. Por abajo, notas graves, y agudos que, de haber guitarra, llevarían la cejilla al número cinco, como poco.
El despliegue es, sobre todo, elegante. Ni efectista ni nada parecido. Como un museo de notas, escalas que cambian del mayor al menor, por ejemplo. La dificultad es enorme. Poca gente hay que se mueva tan bien ahora mismo en tantos registros. Pueden echarle lo que quieran, en una misma canción que ronda el trap para, un segundo después, romper por un quejío. Algunos se han empeñado en comparar -para qué, también hay que decir- con el presente. Pasados los años, a lo mejor la respuesta está en pensar en toda la canción andaluza del último medio siglo, de la copla al rock andaluz.
Más allá de la innecesaria necesidad de catalogar que hay en el panorama musical, donde hay "tanto malaje", reconoció la de Pozoblanco al final todo va de libertad. Creativa, espiritual. "Estoy aprendiendo a volar", aseguraba en un minidescanso ante su público. Por eso, la pantalla trasera, hoy tan parte del espectáculo como los micrófonos, mostraban una y otra vez imágenes de paisajes, de naturaleza. "Estoy aprendiendo a volar entre vientos cálidos y fríos, nacionales e internacionales, reflejando lo que somos los andaluces".
Y lo hizo sin pantalla, corriendo entre las butacas con un remate de Pena, penita, pena. Jugando con el público. Ahí es nada, homenaje a Lola Flores, pero también, a tantos y tantas que han cantado con la fuerza de un ciclón. Quien pueda, que empate.
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