De modo general, entre los acontecimientos que constituyen la materia prima de la información mediática, están, por un lado, los hechos que tienen efectivamente lugar en algún punto de nuestro planeta en un momento concreto y, por otro lado, están las declaraciones políticas y toda suerte de comentarios que, circulando en el espacio mediático, explican, describen, reformulan y amplifican el hecho ocurrido. Estas declaraciones y comentarios conforman lo que, en el ámbito del análisis de los discursos políticos y mediáticos, llamamos “acontecimientos discursivos” (Londei, Moirand et al. 2013).
En función de la importancia del hecho que los provoca, el acontecimiento discursivo puede llegar a tomar una magnitud mayor de la prevista y a tener una enorme repercusión en el imaginario de la gente. En muchos casos, el acontecimiento discursivo puede terminar suplantado al hecho mismo que los originó, sirviendo incluso para explicar otros hechos más o menos semejantes ocurridos en otros tiempos y en otros lugares, como cuando, por ejemplo, los atentados en París de noviembre de 2015 fueron calificados como el “11 de septiembre francés”.
Mayo del 68 es un acontecimiento discursivo en toda regla, caracterizado por una fecha, a diferencia de otros como, por ejemplo, Fukushima, que están caracterizados por un nombre de lugar. Por la propia fluidez del tiempo, los acontecimientos discursivos marcados por fechas se prestan a la universalización, a la reapropiación y adaptación a distintos escenarios, mejor que los marcados por territorios: así, la primavera árabe fue un acontecimiento que se reprodujo en muchos más países que, por ejemplo, el Tsunami de Indonesia. En este sentido, podemos decir que Mayo del 68 es un acontecimiento discursivo mundial: cualquier país puede sentirse de algún modo participante, puede tener o haber tenido su propio mayo del 68.
En España, el Mayo del 68 parisino dio (y aun da) lugar a muchos comentarios donde se habla(ba) de obreros “furiosos” y de estudiantes “iracundos”. Personalmente no creo que fuese así. Quisiera traer hoy aquí algunas razones para entender que el sentimiento generalizado en aquel Mayo del 68 fue seguramente otro: la gente estaba más bien rabiosa, o mejor, enrabiada. Parece lo mismo pero no lo es: pues, a diferencia de los adjetivos “furioso” e “iracundo” con los que se tradujo en español el término francés de “enragé”, y que describen un temperamento violento más o menos impulsivo o una cierta propensión a la violencia en los individuos, las palabras “rabioso”, y sobre todo “enrabiado”, conllevan una idea de una causa externa, de agente infeccioso que provoca unas reacciones violentas en un individuo, pudiendo llegar a generalizarse y a afectar simultáneamente, en forma de epidemia, a una gran parte de la población.
En aquella época, a ojos de los estudiantes (pero no sólo de ellos) el agente infeccioso no tomaba la forma de un virus, sino de un estado generalizado de degradación de la sociedad capitalista. Y el perro mordedor no era otro que la fuerte represión policial. Los primeros casos de esta “rabia” ocurrieron a finales de marzo del 1968, y fue en mayo cuando ésta se convirtió en epidemia, dando origen al Mayo del 68 como acontecimiento del que hoy hablamos. El 22 de marzo de 1968, un gran número de estudiantes de la Universidad de Nanterre se reunieron en Asamblea General, ocupando ilegalmente una sala del edificio B de la administración universitaria.
Varios oradores tomaron la palabra para denunciar la represión policial y la detención de un estudiante (Xavier Langlade) acaecida dos días antes, durante una manifestación organizada por el Comité Vetnam National que concluyó con la ocupación de la sede parisina de American Express, en solidaridad con Vietnam. Tras las arengas y los debates subsiguientes, 142 de los estudiantes allí reunidos aprobaron el manifiesto conocido como el "Manifiesto de los 142", donde se señalaban problemas tales como la presencia de policías vestidos de civil en las universidades, la existencia de “listas negras” de estudiantes y los arrestos continuos contra estudiantes en las calles e incluso en los domicilios. Para ellos, tales problemas no eran una mera coincidencia, sino que correspondían a una grave ofensiva del capitalismo, contra la cual era preciso reaccionar dejando a un lado las viejas estrategias de protesta que ya no conseguían nada, apostando por nuevas formas de lucha más eficaces, más radicales, organizadas en pequeños comités de acción contra el estado policial y contra las políticas imperialistas, además de operaciones directas por la autodefensa.
Entre las acciones programadas, la del 2 de mayo de 1968, en la Universidad de Nanterre, condujo como se sabe al cierre administrativo de la facultad, provocando la propagación de la epidemia de “rabia” y en definitiva el Mayo del 68 propiamente dicho. Estos “enfermos de rabia” se las arreglaron para tener su propio medio de reconocimiento, de expresión y de comunicación. Se trataba de la revista L’enragé, la única publicación que consiguió dar cuenta, pese a los intentos de censura, de todos los eventos y debates del movimiento. Fue editado en cinco imprentas anarquistas más o menos clandestinas, distintas cada vez, pues debían cambiar de sede para evitar la confiscación y la persecución por parte de la policía principalmente. En ellas participaron dibujantes como Bosc, Cabu, Reiser, Siné, Wolinski y muchos otros, franceses y extranjeros. Algunos números (en total 12, desde mayo a noviembre del 68) consiguieron alcanzar las 100.000 copias impresas.
L’enragé se autodefinía como un “adoquín”: el eslogan “ce journal est un pavé” figuraba en la propia declaración de intenciones en el número 1 de la revista. Un “pavé” (derivado del verbo latino pavire) es, etimológicamente, un suelo batido, aplastado, para poder caminar sobre él. De ahí pasó a designar lo que hoy se entiende en francés por un pavé, en español un “adoquín”, es decir, una piedra tallada con lados planos.
Aplastados como un adoquín era, en efecto, como se sentían los rabiosos, ya fuesen estudiantes u obreros. Era este aplastamiento justamente lo que les inoculó la rabia. Al calificarse como un “adoquín”, la revista denunciaba así a las fuerzas represivas del estado policial y del capitalismo. Pero, a la vez, tal atributo funcionaba como una forma de advertencia: pues un adoquín puede servir también como un arma arrojadiza. La piedra plana simbolizaba sin duda también un vehículo de esperanza, al tratarse de un artefacto concebido para construir nuevos caminos.
Todo acontecimiento discursivo, sobre todo si está marcado por una fecha del calendario como el de Mayo del 68, conlleva la potencialidad de su retorno. Como discurso que vuelve cada año, el de Mayo del 68 nunca es exactamente el mismo. En cada retorno, está el riesgo de que se transforme en algo totalmente diferente del original, de que se desvirtúe, de que terminen suplantando al hecho que los originó, como decíamos más arriba, pero también está el riesgo (o la ventaja, según se mire) de que se haga “carne”, de que se materialice en nuevos adoquines y sirva a nuevos rabiosos.
Bibliografía:
Duteuil, Jean-Pierre: Nanterre, vers le mouvement du 22 mars, Acratie, 1988. En línea: https://www.persee.fr/doc/mat_0769-3206_1988_num_11_1_403840
Le Goff, Jean Pierre; Mai 68, l'héritage impossible, La Découverte, 2006
Le Manifeste des 142, nuit du 22 au 23 mars 1968, en línea: http://archivesautonomies.org/spip.php?article1351.
L'Enragé. Les 12 numéros enfin réunis ! Hoëbeke, 2018
Londei, Danielle, Sophie Moirand et al. (éds.): Dire l’événement. Langage, mémoire, société.