Día 17 de julio de 1936: la mayor parte de las tropas destinadas en Marruecos se habían sublevado contra el régimen de la Segunda República siguiendo la proclama golpista del general Francisco Franco, nombrado Capitán General de las Canarias pocos días después del triunfo del Frente Popular. La noticia helaba la sangre aquella mañana calurosa del 18 de julio. Los rumores de movimientos en los cuarteles que circulaban desde hacía meses parecían materializarse y esta vez traducían una horrible realidad. El gobierno desde Madrid pedía calma a la espera de ver el alcance del movimiento sedicioso, y el gobernador civil hacía lo propio con nerviosas llamadas telefónicas a los ayuntamientos gaditanos. Expectantes, pero temerosos y prevenidos. Los partidos y sindicatos del Frente Popular eran de otra opinión y pedían con urgencia armas para defender a la República, antes de que fuera demasiado tarde. Conocían de sobra a los falangistas y «gente de orden» que desde hacía meses se enseñoreaban con sus actos paramilitares y violentos por las calles de El Puerto.
La mañana del 18 de julio fue de locos. El ayuntamiento nombró al concejal comunista Ramón Mila Tristán para que cruzara la Bahía y fuera personalmente a Cádiz a recibir órdenes precisas de las autoridades y para tomar el pulso a la dramática situación que se vivía en la capital. Había llegado la temporada de verano y los forasteros comenzaban a inundar las célebres playas de El Puerto. Los escolares se levantaban tarde y se iban a la playa de La Puntilla tomando el largo camino de la Aurora. Pero ese día la playa estuvo desierta. «Quédate en casa, lee, dibuja, juega con tu hermano en el patio» o en un zaguán cerrado a cal a canto.
En la esquina de la calle Larga con la plaza Isaac Peral, los obreros que iban y venían, nerviosos y excitados, de la Casa del Pueblo, pasando por el callejón de la calle Pablo Iglesias (hoy Javier de Burgos), escuchaban lejanas las alegres notas de un piano, arrancándoles una mueca de sonrisa y agradecimiento. Antoñita López de Tamayo González, de 12 años de edad, practicaba en su casa para el próximo examen en la Escuela de Bellas Artes y en la Academia de Cádiz. Desde niña había sentido una gran atracción por el mundo de la música y del arte; tenía que notarse que su madre y su padre eran maestros y que la cultura estaba siempre presente en la casa. Por eso, sin acabar aún la enseñanza primaria, se matriculó en la Escuela de Bellas Artes. La jovencita tenía verdadero talento y en cuanto manifestó su deseo de estudiar música, le faltó tiempo a su padre para encargar en Sevilla a la casa de «Hijos de Luís Piazza» un hermoso piano. En marzo de 1934 llegaba a la estación ferroviaria de El Puerto de Santa María un voluminoso paquete de 114 kilos de peso que a duras penas condujeron en un carro dos operarios hasta la calle Larga. Ese año fue inolvidable; en junio de 1934 Antoñita viajó a Cádiz con su profesora Virginia Hernández de Zarco y con otras compañeras para realizar el examen de ingreso y de 1º de solfeo en la Academia Oficial de Música de Cádiz. La Revista Portuense del día 29 publicaba la noticia del aprobado conseguido por todas las «señoritas portuenses» y felicitaba a su profesora.
Juan López de Tamayo, anciano de 60 años, pero aún apuesto, aquel 18 de julio de 1936 corría presuroso con su bastón y faltándole el aire de un lado para otro, en un periplo trillado, transitado una y otra vez, desde su casa en la calle Larga n.º 61, a la cercana Casa del Pueblo, al despacho del alcalde Fernández Moro y a la sede del Centro Republicano de la calle Ricardo Alcón, y de nuevo vuelta a empezar. No se le conocía ninguna militancia política (aunque afín al Frente Popular), pero era considerado una destacada figura republicana a nivel provincial, y respetado por todos. Seguro que repartió por doquier su voz de cordura y de confianza en las autoridades republicanas.
En su juventud en Granada fue simpatizante del Partido Demócrata, una escisión de los partidarios de Canalejas del Partido Liberal-Fusionista de Sagasta. Pero eso fue en 1903 y desde entonces había tenido numerosas vivencias existenciales y profesionales que lo habían alejado de esas ideas más conservadoras. Un único dato, aunque significativo, sobre sus ideas políticas más avanzadas, se pudo constatar en la localidad de Cazalla de la Sierra (Sevilla) a mediados de julio de 1931, casi recién proclamada la Segunda República, donde el «culto inspector» López de Tamayo dio una Conferencia en el salón de la Escuela Graduada del pueblo. El tema fue la «Consolidación de la República», y allí trató muy extensamente el problema de la Reforma Agraria en Andalucía, "siendo muy aplaudido y felicitado".
Desde el verano de 1933, el que ya era Inspector de Enseñanza primaria de la provincia de Cádiz desde abril de 1932 se convirtió en un vecino ilustre de El Puerto de Santa María. En la conservadora Revista Portuense se le considerará como tal y publicarán noticias referidas a su vida social y de sus hijos José y Antonia. Especialmente de esta última, que no faltará a las distintas fiestas y celebraciones donde demostraba sus dotes artísticas, musicales e interpretativas. Quizás su momento más solemne ocurrió el 14 de abril de 1934, cuando Antoñita formó parte de una comisión de alumnas y alumnos de las escuelas Hospitalito, Polvorista y Bellas Artes (Santo Domingo) que al acabar la manifestación escolar del día de la República subieron al despacho del alcalde Francisco Tomeu, en compañía de sus maestros Guillermo Beltrán y Ángel Madrigal, para leerle y hacerle entrega de una carta dirigida al presidente de la República que comenzaba así: "Excmo. Sr: Los niños de las escuelas nacionales de esta ciudad, en el tercer aniversario de la República, hacen promesas auxiliados por sus maestros, de continuar laborando para hacerse dignos ciudadanos de una España nueva".
¿Qué pudo ocurrir para que López de Tamayo se convirtiera en tan corto espacio de tiempo en un «peligroso» enemigo y fuera detenido y fusilado en agosto de 1936 junto a su amigo el maestro Ángel Madrigal? ¿De qué rebelión militar hablaban los verdaderos rebeldes para aplicarle cobardemente el «bando de guerra»? Nada sucedió salvo que el alto funcionario de educación fue coherente con sus ideas y con su empleo y se mostró partidario del gobierno de la República y del Frente Popular hasta el mismo momento en que las tropas de regulares desembarcaron en el muelle del vapor la tarde del 19 de julio. Quizá participara en la organización de la resistencia portuense a la sublevación de los generales golpistas; en los Sumarios de los Consejos de Guerra disponibles no aparece mencionado su nombre, pero no es descartable que se le viera junto a las autoridades municipales republicanas aquella larga noche del 18 de julio. Ese fue su único «delito», como el de muchos otros y como el de su amigo Madrigal, con quien pasó las terribles horas de capilla previas a su ejecución.
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Juan López de Tamayo fue un poeta toda su vida. Poeta, escritor, colaborador en periódicos de diversas ciudades y provincias, conferenciante y autor que recitaba sus poesías en cuantas veladas poéticas se le invitaba a participar. Como algo curioso puede citarse que fue el autor de la letra del «Himno del Drago» centenario de Icod de los Vinos (Tenerife) compuesta en 1918 por el «insigne y distinguido poeta», según decía la prensa tinerfeña de la época. Fue maestro nacional de enseñanza elemental y después de enseñanza superior, pero también cursó con sobresalientes y matrículas de honor tres años en la Facultad de Medicina, uno en la de Derecho y dos en la Facultad de Ciencias Naturales, no terminando ninguna porque, aunque ávido de conocimientos, su pasión siempre fue la docencia. Como puede comprobarse, López de Tamayo no era un maestro cualquiera. Ni tampoco un inspector de educación anclado en la burocracia como tantos otros. No es exagerado decir que pocos hombres vivían en El Puerto de Santa María en aquellos años con la enorme y dilatada cultura que poseía López de Tamayo. Y sin embargo, después de fusilado, este intelectual republicano fue denigrado y enfangada su figura por la camarilla nacionalcatólica y fascista que gobernaba la población. «Rojo, corruptor de menores, mujeriego, anticristiano, instigador de disturbios», y muchas cosas más dijeron de él cuando yacía en la fosa común del Cementerio del Puerto, y a su mujer, la maestra de párvulos Rosario González Gómez, no solo la depuraron del magisterio teniendo que mendigar para dar de comer y educar a su hija Antonia, sino que la obligaron a manchar gravemente la memoria del que había sido su esposo y su compañero sentimental durante más de 25 años, así como padre de su hija e hijo. En el pliego de descargo ante la Comisión de Depuración del magisterio escrita en enero de 1937, y pendiendo sobre ella la terrible amenaza de la suspensión total como maestra, llamaba a su esposo «nube que oscureció mi existencia», y que su vida con él, «digna de compasión y pena», se había «deslizado lo más apartada de la sociedad que le fue posible», y que si le dejaban volver a la docencia aseguraba que iba «a realizar dentro de la Escuela una buena obra religiosa y patriótica», terminando su escrito con el preceptivo «¡Viva España!».
Estamos ante otra historia terrible que se vivió en El Puerto de Santa María en aquel agosto de 1936, y que no debe caer en el olvido.
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Juan López de Tamayo y del Moral había nacido en 1876 en la localidad granadina de Loja, pero se crió en Sevilla. No fue el destino el que quiso que fuera maestro, sino su padre Santiago López de Tamayo y Tamayo, hombre erudito y de una cultura superior que obtuvo los títulos de médico-cirujano, perito mercantil y por último maestro nacional, primero de enseñanza elemental y después de enseñanza superior; con su perseverante ejemplo consiguió que sus cuatro hijos varones fueran maestros.
La familia López de Tamayo y del Moral se estableció a finales de 1871 en Sevilla, donde Santiago había conseguido su primera escuela de enseñanza primaria; dos años después era maestro nacional en la nueva escuela municipal del barrio de los Humeros (Puerta Real) en Sevilla, y en mayo de 1874 se hacía cargo de la Escuela pública de párvulos de la Fábrica de Tabacos de Sevilla. Para entonces ya había nacido su primera hija Hortensia. Finalmente, desde 1875, el año anterior al nacimiento de Juan, el padre se convertirá en director de la escuela de niños que el ayuntamiento estableció en el Colegio de los Toribios (antigua Casa-Palacio) en el número 4 de la Plaza del Pumarejo, donde también tenía el domicilio familiar en las casas de vecinos que albergaba el edificio. Allí, en ese lugar tan emblemático del sevillano Barrio de San Gil, vivió sus primeros años Juan López de Tamayo y del Moral.
En el curso 1888/89 estaba matriculado en el Instituto de Segunda Enseñanza de la calle Amor de Dios, obteniendo varios premios y menciones honoríficas en Geografía, Aritmética y Álgebra, y con nota de sobresaliente final en el Bachillerato. En 1895 Juan terminaba la carrera de Magisterio con 19 años, igualmente con sobresaliente, y al año siguiente conseguía su primer destino en la escuela de niños de Baena (Córdoba). Poco después, en 1898, conseguía por oposiciones una plaza de maestro nacional en una escuela auxiliaria de Sevilla, convirtiéndose en enero de 1899 en el jovencísimo, apenas 23 años, Secretario de la Asociación de Maestros de la Primera Enseñanza de la Provincia de Sevilla.
En esta época es cuando López de Tamayo comenzará a publicar sus primeros poemas en distintos periódicos. El primero de ellos data de junio de 1898, en El Cantábrico (Santander), donde en primera plana se podía leer el soneto titulado «La esperanza», que firmaba de la misma forma que su padre «Juan L. de Tamayo». Un año después publicaba en el diario alicantino Heraldo de Alcoy de 3 de noviembre de 1899, otro soneto en primera plana, «La Colmena», que firmaba de la misma forma. Estos serán sus inicios como poeta, afición y pasión que no abandonará nunca.
Tras una breve estancia en la escuela de niños de Manacor (Baleares), en julio de 1901 terminará los estudios superiores de magisterio y se convertirá en Maestro Superior, siendo nombrado maestro de una de las escuelas auxiliarias de la Escuela graduada aneja a la Escuela Normal de Maestros de Granada, siendo en septiembre de ese mismo año regente interino de la Escuela Normal de maestros de Granada.
En Granada Juan López de Tamayo estará varios años y seguirá escribiendo, publicando y leyendo sus premiados poemas en veladas literarias. También se convirtió en conferenciante y en colaborador del diario El Defensor de Granada, que lo citaba como «ilustrado periodista sevillano don Juan L. de Tamayo», y como «joven y distinguido escritor».
En esos años de madurez se convertirá en profesor de la Escuela Normal de maestros de Granada por oposición, y el 4 de febrero de 1904 se pudo leer un artículo editorial en El Defensor de Granada titulado, «Al profesorado granadino», que firmaba «Juan L. de Tamayo». Propugnaba los cursos libres para divulgar la enseñanza de las materias útiles, cátedras libres y gratuitas para que el pueblo accediera a la cultura de forma inteligible. Por eso solicitaba al Rector la creación en la Normal de Granada de una Cátedra Libre de Lengua castellana y Preceptiva Literaria, que impartiría él mismo. Fue aprobado por el Rectorado y el 28 de febrero quedaba abierta la matrícula para sus nuevas clases.
El 25 de agosto en El Defensor intervenía en las Conferencias pedagógicas de la Escuela Normal de Maestras, como secretario de las mismas, y como ponente sobre trabajos manuales en escolares, explicando los diferentes materiales que se podrían utilizar. En relación con este tema, el día 30 se anunciaba la primera de las tres Conferencias que iba a impartir en el Ayuntamiento de Granada sobre Trabajos manuales educativos, «con motivo de su asistencia al cursillo sobre ese tema realizado en Madrid» que el propio ayuntamiento de Granada le había pensionado. Allí en Madrid también dio una conferencia sobre ese tema -que se convertirá en su más preciada especialidad- en el salón de la Casa-Ayuntamiento, siendo citado por la prensa como un «joven maestro de grandes esperanzas».
En enero de 1905 fue condenado por el Consejo de Instrucción Pública con una suspensión de empleo y sueldo durante tres meses por injurias al Inspector Jefe de Enseñanza Primaria de la Provincia de Sevilla Antonio Ruperto Escudero. Estas presuntas ofensas fueron hechas, en realidad, en un artículo publicado por su padre Santiago en Sevilla, y del que Juan se adjudicó su autoría «para ahorrarle a su querido padre tener que pasar por ese penoso trance después de una carrera magistral tan dilatada», como se recogió más tarde en la prensa. Quizá por este motivo decidió marcharse de Andalucía y el 27 de enero de 1905 el diario El Defensor de Granada comunicaba que «nuestro ilustrado y querido colaborador» salía para Teruel como regente de la Escuela Normal, constituyendo éste un «ascenso merecido». Poco después, en septiembre de 1906 se decía en La Voz de Teruel que López Tamayo era «redactor del Noticiero Turolense».
Su vida de literato fue muy extensa y sería prolífico de enumerar. Solo consignar que en los años siguientes siguió publicando cuentos y relatos, así como sonetos, en diversos medios periodísticos de Alicante, Valencia y Tenerife, ciudad esta última donde consiguió un premio en los Juegos Florales de 1916 con su poema «A la Paz». Cuando estuvo destinado en Sevilla como Inspector de Enseñanza Elemental entre 1922 y 1932, contactó con la revista Oromana, cuyo primer número se editó en Alcalá de Guadaira en octubre de 1924, y en la que colaborará con algunos poemas. También publicará poemas y cuentos en La Semana Gráfica (Sevilla), en La Unión Ilustrada (Madrid) y en La Voz (Córdoba). Como dato significativo, en la revista La Pasión (Sevilla)- «Revista anual de Semana Santa» correspondiente a enero de 1931, van a aparecer dos poemas suyos: «Cristo de la Expiración» y «La saeta sevillana».
Otro aspecto a destacar es que estando en Sevilla, en abril de 1925, López de Tamayo formará parte de un grupo de Inspectores provinciales seleccionados por el Ministerio para formarse en el extranjero, visitando en el verano distintas escuelas de Francia, Bélgica y Suiza.
Para terminar la reseña vital de este poeta, maestro e inspector de educación, hay que destacar que cuando estuvo destinado en Lérida en junio de 1910, tuvo el honor y el privilegio de organizar las primeras misiones pedagógicas que se iban a celebrar en Cataluña, siguiendo la iniciativa de Rafael Altamira, Director General de Enseñanza Primaria, que promovió estas primeras experiencias «para llenar el vacío intelectual y social con que frecuentemente trabajaban los maestros en los pueblos y aldeas» y que él denominó «misiones pedagógicas», otorgando a los Inspectores la tarea de su implantación y organización. El 1 de noviembre de 1912 se iba a celebrar la primera Misión pedagógica en la localidad leridana de Tremp, cuya presidencia se le había ofrecido a su promotor, el inspector López de Tamayo, pero la Asamblea de Maestros del partido de Tremp la suspendió al enterarse de la Real Orden por la que se le trasladaba y era nombrado nuevo Inspector Provincial de Castellón.
Epílogo
Tras la detención y fusilamiento de Juan López de Tamayo la noche del 12 al 13 de agosto de 1936, su esposa Rosario González Gómez se quedó sin trabajo, sin recursos económicos y sin casa, marchándose a vivir al Asilo de Huérfanas de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, en la calle Cielos, junto a su hija Antonia, que ya tenía 14 años de edad.
Allí recibirá en los primeros días de septiembre otro mazazo mortal. Su primogénito José, joven brillantísimo que había estudiado magisterio en Córdoba, se había licenciado en Derecho y había aprobado las oposiciones para la judicatura en 1934, había sido fusilado en Olvera (Cádiz) el 1 de septiembre de 1936. Según un informe de la Guardia Civil de dicha localidad, el juez de Olvera José López de Tamayo había sido detenido el 31 de agosto, puesto a disposición del jefe de la Columna de operaciones, el capitán de Regulares Gómez-Zamalloa, y ejecutado en las primeras horas del día siguiente. El informe daba cuenta de sus «ideas extremistas» y de «querer menospreciar la Autoridad de este Instituto» por ciertas diligencias abiertas por el juez contra algunos guardias civiles en los últimos meses de la República.
La maestra de párvulos del grupo escolar Polvorista, Rosario González, fue «depurada», pero la Comisión de Cultura y Enseñanza endurecería la sanción al máximo con la «separación definitiva del magisterio», sentencia que fue firmada en Burgos por Enrique Suñer y por Mariano Puigdollers el 23 de septiembre de 1937, dejando desahuciada y abandonada para siempre a Rosario que tendrá que vivir de la caridad de las monjas del Asilo de Huérfanas. Allí falleció a la edad de 59 años en 1939.
Su hija Antonia, huérfana de padre y madre, y sola en la vida, abandonó el Orfanato en 1940 a los 18 años y con destino desconocido. Hay que decir que gracias a su profesora Virginia Hernández de Zarco, Antonia pudo seguir sus cursos de música, y en octubre de 1937 aprobaba en Cádiz el 5º curso de piano y de música de salón. En agosto de 1948 estaba en Madrid y se casaba con el teniente médico del Cuerpo de Sanidad del Ejército del Aire, José M.ª Cabeza Martínez. Antonia falleció en Sevilla en 2013, y varios de sus hijos Cabeza López de Tamayo viven en la actualidad. ¿Querrán saber algo del triste destino de su abuelo y su abuela maternos?
NOTA: Para las personas interesadas en saber más sobre la vida y obra de Juan López de Tamayo y del Moral, pueden visitar el siguiente blog donde encontrarán una amplia reseña biográfica totalmente inédita.