Óscar Carrera: "Me interesa averiguar de dónde proceden los símbolos y leyendas del Camino"

Óscar Carrera.
Óscar Carrera.

Óscar Carrera Sánchez (Jerez de La Frontera, 1992) posee una interesante trayectoria literaria a pesar de su innegable juventud. Para conocer a un escritor lo mejor es acercarse a su obra. Para reconocer a una persona, huelgan las explicaciones. Y, sin embargo, es inevitable trazar, a vuelapluma y de corrida, algunos datos de interés que ayuden al lector profano a cerca de la exégesis de este espadachín del verbo.

En 2014, Carrera Sánchez se desmarcó con la enciclopédica y bizarra Malas Hierbas. Historia del rock experimental. Al poco, con el libro de relatos La prisión evanescente. Hasta tuvo el desatino de perder su valioso tiempo en disgregar, por aquí y por allá, material para alimentar las entrañas de la web (blogs de dudosa reputación tales como  El yugo eléctrico de Alicia o Desde el cadalso conocieron el concurso de este escritor prolijo y despreocupado con los excedentes de su obra virtual) como si le sobrara el talento hasta el punto de desperdiciarlo aparentemente en empresas condenadas al naufragio.

Pero Carrera es puro corazón. Deslumbra con su brillo dorado. Escorado al terreno imposible del eterno viajero, del insaciable rastreador de huellas únicas, camina este escritor.  La vida es un viaje, no un destino. Óscar Carrera Sánchez bien lo sabe. Sabe lo que es adentrarse por un sendero nunca transitado.  Observar el paisaje. Pero sin olvidar sostener la mirada a los personajes. O de lo que flota en un limbo que nadie mira.  Óscar Carrera sabe que recién ahora acaba de empezar a correr. Por ende, va a seguir hasta el final. Esquivo e insobornable. Ajeno al comercio de la literatura venal. Impenetrable a modas.

Óscar Carrera Sánchez acaba de publicar, con Ediciones Trea, El dios sin nombre. Símbolos y leyendas del Camino de Santiago. No es de extrañar que Ediciones Trea, conocida editorial que cuida con mimo y sapiencia el mundo de las Humanidades y las Ciencias Sociales se haya decidido a auspiciar esta obra monumental. Y tampoco es desdeñable que Carrera Sánchez forme a partir de ahora parte de su catálogo.  Ediciones Trea obtuvo en 2014 el Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural, no es cosa sonsa. Por ello, querido lector, huelgan las explicaciones.

Nuevamente Carrera Sánchez nos ofrece una obra de largo recorrido y hondura. La sinopsis reza así: "A caballo entre el ensayo y la ficción, El dios sin nombre es, como el propio Camino de Santiago, un desfile de personajes y lugares de lo más variopinto: el apóstol Santiago, la vieira o la pata de oca se pasean por los misterios de Eleusis, el Egipto faraónico, el Madrid de los Austrias, los castros gallegos o los festivales europeos del primero de mayo. Tras un repaso por la historia y los principales símbolos del Camino de Santiago, estudiaremos paralelos de Santiago el Mayor en otras culturas y religiones, al tiempo que compilamos los ritos que antaño celebraban al Camino y a su patrón a lo largo de Europa. Una obra abundante en conjeturas sólidamente fundadas que aspira a esclarecer, si no la densa bruma que siempre ha cubierto el Camino, al menos alguno de sus infinitos recodos".

Entrevistar a Carrera Sánchez a partir de ahora tendrá un tinte meramente promocional. En la profesión te obligan a encontrar una "percha" (excusa periodística para poner en relieve a una persona o personaje por el motivo propagandístico que sea) para justificar un encuentro. Yo, más humilde soy, no necesito de esos peajes. Como bien sabe, lector, a lo largo de estos tres años voy y vengo por las lindes de la verdadera libertad sin bandera ni carné. Literal.

Así pues, a principios de verano acordamos mantener una agradable conversación y plasmarla a modo de entrevista desordenada. Hace dos años la jugada nos salió relativamente bien y ustedes la disfrutaron en este portal. Hoy, volvemos a lavozdelsur.es para hablar con este escritor, con este compinche, amigo de mis amigos (o yo de los suyos) y enemigo de mis enemigos. Eso marca, eso une. Somos, como Bagheera y Mowgli, hermanos de sangre.

¿Qué hay de nuevo, Óscar? ¿Dónde le encontramos?

Ahora mismo me pillas en los Países Bajos, pero también frecuento los Países Subterráneos.

Eres un lector atento, ¿qué anda leyendo ahorita?

El libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Poco a poco, porque está en versión original sin subtítulos. Creo que alguien que escribe “A minha pátria é a língua portuguesa” merece esa distinción, si uno está panibéricamente capacitado para concedérsela.

¿Y de música qué nos puede recomendar?

Escucho mucho rock nacional (¡argentino, claro!) y descubro joyas bajo la metálica herrumbre de Barón Rojo.

¿Tira del pasado glorioso de grupos como Almendra o Manal; o, por el contrario, anda con algo más actual? En Argentina el mejor momento para el rock siempre es ahora.  

Ambos. Me han atraído especialmente algunos grupos, como Sumo o ZAS, que no formaban parte de mi léxico roquero. En general escucho mucho “rock en tu idioma”: ya sabes lo que tiene el exilio. Yo llegué a Holanda con la única compañía del cancionero completo de Silvio Rodríguez y Violeta Parra.

En Argentina, país exagerado y pasional donde los haya, hablar de rock es hacerlo del fuego sagrado de un pueblo. Quizá no haya en el planeta una nación que aporte a la historia tanto y bueno. Figuras como las de Luis Alberto Spinetta o Charly García serían impensables en España, por ejemplo. No hay con qué darle. Ni Roger Waters. ¿Podemos sostener que el rock argentino es tan poderoso como el británico o estadounidense? ¿Le hacemos el aguante a los argentinos o bancamos ese defecto?

Mantengo una relación ambivalente con esa tierra que se debate entre el romanticismo y el populismo, entre Borges y Maradona, entre el tango y un chuletón. No trago el excepcionalismo de la Europa americana. Sin embargo, creo que estoy capacitado para afirmar que, en los años ochenta, Buenos Aires era la ciudad que tenía el mejor rock del planeta. Y de hecho pienso argumentarlo en la sección musical de este periódico. No puedo decir más; no debo decir menos.

¿Hay vida antes de la muerte? ¿La vida está donde está la verdad y el camino?

Claro que hay vida antes de la muerte. Quizás la gran pregunta, para muchas personas, es si hay vida después de la contratación. En cuanto al “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, parece que dos mil años no han bastado para afrontar el sentido literal de esa afirmación: la misma cosa es la vida que el camino hacia ella. La verdad está en el camino.

Las palabras sirven para disimular las dudas. ¿Cuáles son las suyas?

Supongo que la mayoría de las dudas existenciales tienen que ver con cuál será el papel que nos ha tocado desempeñar en esta vida, en este mundo. En mi caso lo problemático no es eso, sino confirmar que de veras no hubo un error de casting.

Decía Ralph Waldo Emerson que la gente solo ve lo que está preparada para ver, ¿está de acuerdo?

Completamente, pero le sustraigo ese matiz negativo que tiene toda afirmación que comience por “la gente”. No creo que haya otra manera de ver que reconociendo patrones conocidos. Para entender un idioma tenemos que conocerlo, para apreciar un sabor tenemos que identificar salado, dulce, amargo… Por otro lado, la vista es un sentido que siempre ha disfrutado de inmerecidos privilegios: las artes visuales son las “bellas artes”, y ver se emplea, desde sus raíces indoeuropeas, como sinónimo de comprender a secas. Ver sugiere transparencia: o lo ves o no lo ves. A mi juicio el olfato ofrece una mejor analogía con la comprensión, porque es más nebuloso, más intuitivo (“me huele…”), y por su estrecha ligazón con la memoria.

¿Puede llegar a eclipsarle su propia oscuridad? 

Concibamos los momentos de oscuridad como pequeños eclipses internos.

¿Crees que H. P. Lovecraft exageraba cuando afirmaba que la humanidad es un virus con zapatos?

Como traductor amateur de Lovecraft no reconozco la letra, aunque sí, hasta cierto punto, el espíritu. La humanidad es como ese tío torpón que todos tenemos, que se agacha a recoger un tomate en la cola del supermercado y se tira un sonoro pedo, que insiste en dirigirse a las damas como mademoiselle, aunque tengan que gritárselo al oído sus nietos… Es decir, nos da vergüenza ajena, pero la queremos pese a todo. La única diferencia es que en lugar de algún desliz involuntario hay balas, explosivos y metralla, todo por el supuesto bien de esa propia humanidad. Pero eso nos llevaría a otra cuestión: que, más a menudo de lo que parece, no tener ninguna intención en absoluto es mejor que tenerlas “buenas”.

¿Piensa que los occidentales vivimos de espaldas a la religión? En su opinión, ¿cuál es el gran opio del pueblo en nuestros días?

Creo que los occidentales hemos tratado de sustituir la religión por cosas mundanales, que como tales se demuestran fugaces, perecederas. Hay quien encuentra estimulantes nuestros continuos cambios de paradigmas, ideologías o referentes, pero a mí me inspiran un poco de vértigo.

Con el mate preparado y la pava caliente para el tecito, dígame, ¿en qué anda trabajando?

Vuelvo al redil de la ficción. Al que siempre estuve atado por una fina cuerda, incluso cuando pastaba por los prados del ensayo.

Y, de entre todos tus campos de batalla, ¿podemos afirmar que tendremos un libro nuevo para este verano? Y si es así, ¿podrías adelantarnos algo?

Se titula El dios sin nombre y se subtitula Símbolos y leyendas del Camino de Santiago. Me ha llevado seis años escribirlo, pero creo que ya iba siendo hora de salir del armario como peregrino. No es un tratado de iconografía, ni una guía etapa por etapa, sino un esbozo de retrato uniendo los dispersos puntos mitológicos del noroeste peninsular. También me interesa averiguar de dónde proceden los símbolos y leyendas del Camino y de su apóstol. Quizás de la imaginación de un sacerdote egipcio, quizás del intelecto no menos febril de algún antropólogo decimonónico…

Muy evocador El dios sin nombre. ¿Por qué elegió este título? ¿Hubo alguna cortapisa editorial? Tiene un subtítulo, Símbolos y leyendas del Camino de Santiago, ¿podrías ahondar en él?

El título El dios sin nombre alude a uno de los grandes misterios del Camino: ¿quién fue el primer peregrino? Pues sabemos que antes de que tú y yo peregrinásemos a Compostela lo hizo el hispanista Walter Starkie, apodado “don Gitano”, y antes que él, el astrólogo don Diego de Torres Villarroel, y aún antes el alquimista Nicolás Flamel, el beato Raimundo Lulio o san Francisco de Asís.

Y antes peregrinó, por supuesto, el apóstol Santiago, pero cuando empezó a saberse eso ya lo habían hecho los seguidores de Prisciliano, que trajeron a Galicia las reliquias del hereje, o el semidiós Hércules, que viajó por un “Camino de los Bueyes Rojos” hasta La Coruña. Y si nos atenemos a la cronología bíblica, les precede Noé, que se apeó de su Arca en un monte cercano a la coruñesa Noya… o eso dicen los gallegos. Los “símbolos y leyendas” del Camino han difuminado el nombre del primer eslabón de esta cadena milenaria, aunque uno tiene sus teorías.

A pesar de tu juventud llevas ya un recorrido literario estimable y nada convencional. ¿Qué cree que le deparará El dios sin nombre?

Sólo te puedo decir lo que un personaje de Antonio Enríquez: “Encomiéndame a Santiago, que voy a lidiar con Mahoma”.

La derrota del ganador. Sabes que hoy día es un suceso el libro de María Elvira Roca Barea Imperiofobia y Leyenda Negra. ¿Crees en la leyenda negra nacional? ¿Cómo ve fenómenos editoriales como Patria de Fernando Aramburu? 

No conozco bien esos fenómenos… Creo que la historia, la historia universal, casi siempre es negra. Lo que sucede es que las leyendas tienen el cometido de pintarla color de rosa, y nos asombra cuando introducen algunos trazos ocres de realismo.

En su opinión, ¿cuál es el mayor complejo de los españoles?

Pues, volviendo a lo anterior, creo que el mayor complejo de los españoles tiene que ver con lo mal que asumimos el mestizaje. Cuando expulsamos al moro, allá por el siglo XV, lo primero que hicimos fue introducir tocino en sus mantecados del desierto y santificar sus turrones metiéndolos entre dos obleas. Sembramos las ciudades de crucifijos y los campos de encinas de tres brazos y nos preparamos para la esforzada labor de hacer como si no hubiera pasado nada. Desde entonces hemos preferido ser europeos de tercera a africanos de primera. Como tenemos esa conciencia culpable de marranos, nos violenta que nos miren fijamente, que nos interroguen con la mirada. A los indígenas del Nuevo Mundo, que nos observaban con ojos como platos, los forzamos a besar la cruz, no fueran a sospechar…  En el lenguaje mitológico de El dios sin nombre, nos dividimos en un Júpiter tonante y un Baco bellaco, pero cada uno de por libre, como dos familiares que no se hablan.

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Daniel Vila

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