La obra artística de Óscar Mariné (Madrid, 1951) habla por sí misma y no necesita ser presentada. Sencillamente no tiene parangón. Hablamos del creador de cientos de carteles que forman parte de la iconografía pop de nuestro país, obras que van de la Transición hasta nuestros días. Quizás conozca el lector, aún sin ser consciente de ello, los carteles de Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar), El día de la bestia (Alex de la Iglesia), la mítica portada del Palabras más, palabras menos (Los Rodríguez), Alta Suciedad (Andrés Calamaro) o la campaña publicitaria de Absolut Vodka en Estados Unidos, por citar algunas de sus creaciones más conocidas. Su arte rompió moldes en su época, se convirtió en un referente y fue abriendo camino a una disciplina, (el diseño, en todas sus facetas) poco valorada por aquellos tiempos. En 2010 se alzó con el Premio Nacional de Diseño.
El pasado lunes, este madrileño de complexión grande, afable, buen orador y tímido, aterrizó en Jerez para abrir con una ponencia el Phi Festival, el certamen bienal de la Escuela de Arte jerezana, este año dedicado especialmente a su figura. Diseñador de emociones, icono de la modernidad, revolucionario pop, el Andy Warhol español... a Mariné le llueven los elogios allá donde va, pero de cerca no deja de ser un señor normal, correcto, educado, humilde: "Me queda muchísimo por aprender y conseguir. Tan solo soy un simple trabajador dentro de un mundo, el de la comunicación, que es ilimitado. Siempre estoy en tránsito, absorbiendo", explica a lavozdelsur.es.
En realidad, a sus 68 años, Mariné lo ha conseguido todo: un reconocimiento nacional e internacional a todos los niveles, haber trabajado con los mejores creadores de diferentes generaciones y haber hecho de su obra un estilo identificable. Uno sabe, con un solo golpe de vista, que una creación puede ser suya: "Conseguir un estilo, como decía un discípulo de Pitágoras, es lo más difícil de todo. Pero todo pasa por tener algo interesante que contar", analiza pensativo, añadiendo: "a mí me interesa el ser humano, sus emociones y relaciones, y el llegar a tener conexión con el público. El público es el final de la obra, a quien va dirigido todo; tiene que entender lo que estás haciendo, intentar que lo que quieres decir tenga un impacto sobre él, lo estimule y le despierte sensaciones".
Mariné pasea encantado por la Escuela de Arte jerezana, donde los alumnos han hecho bonitos homenajes a su obra en forma de escultura, moda, fotografía o diseño gráfico. Las observa minutos antes de dar su ponencia en una sala abarrotada de gente. No cabe un alfiler. Allí, alienta al alumnado: "hay que aprender a mirar", dice, recordando una conversación que tuvo con el músico británico Brian Eno: "me contó que detrás del boom artístico y musical británico de mediados de siglo XX siempre había detrás una escuela de arte, que de allí surgieron muchos artistas. The Beatles o The Who salieron de allí. Es importante que existan estos espacios".
Minutos antes precisamente tratábamos el tema de la cultura en España. "Es un mundo muy duro y sacrificado. Lo tiene que saber quien se quiera dedicar a esto para que sepa qué va a encontrar. Sin embargo, en este país de sectores que lo han tenido muy complicado como el cine, la fotografía o la ilustración, han surgido innumerables talentos. Una nueva generación ha salido adelante pese a tantos escollos", afirma. ¿Está valorada la cultura en España?, le preguntamos. "La sociedad española tiene un problema, no es capaz de valorar convenientemente su talento. Fuera somos muy reconocidos. Nos admiran. La gente sabe bien que a lo mejor no vamos a fabricar mejores coches que los alemanes, pero nuestra capacidad cultural está a la altura de los mejores países del mundo, no me cabe duda". ¿Y la clase política? ¿Apoya la cultura? "Suspendería a la gran mayoría. Solo se acercan en época de elecciones. Hay algunos que lo hacen mejor que otros, ya sabemos quienes son, pero en general no dan la talla. Todo el día hablando de banderas y de colores e ignoran nuestra cultura. Es una desvergüenza", lamenta Mariné, que añade: "La cultura lo es todo absolutamente, aquello que somos como país".
Y es que la obra de Mariné tiene pellizco social, una crítica subyacente que hay que descubrir e interpretar, y que exige al espectador permanecer concentrado en lo que admira: "En mi obra puedes sacar muchos matices, con cada vistazo puedes sacar dos o tres lecturas. Y cuanto más la ves, más puedes averiguar. Siempre trabajo con colores, formas y aspectos que son de aquí, de este país, que los he paseado por un montón de lugares y que reflejan lo que somos y tenemos", indica.
Sus creaciones guardan ese carácter irreverentemente pop y underground deudor de La Movida Madrileña, no en vano creó y dirigió la ambiciosa revista Madrid Me Mata en los años ochenta, que llegó a los 16 números y donde todo era más artesanal que ahora. El diseño ha cambiado mucho, pero él no es reticente a lo digital: "son otros formatos, otros soportes. Me parece muy bien las nuevas herramientas, el Photoshop y el uso del ordenador. Lo importante son las ideas, no el material de trabajo".
Mariné sigue trabajando, conectado a la sociedad y al mundo de las artes, y ya encauza nuevos proyectos. Ahora dice que piensa en tres dimensiones. Se considera en continuo aprendizaje y siempre tiene en la cabeza el próximo reto. De casta le viene al galgo, pues su padre, que fue un reconocido operador de cine de su época, aún vive con 98 años y sigue trabajando. Sospechamos entonces que queda Mariné para rato. Difrutémoslo.