La poesía de Juan Peña o la pequeña cueva donde resuenan Dios y el universo

En los versos del poeta de Paradas no hay pretensión alguna de complicarse la vida ni complicarla con juegos estériles ni con cábalas que justifiquen la pertinencia de un verso

Juan Peña, autor de 'El último poema'.
Juan Peña, autor de 'El último poema'.

El último poema (Fundación José Manuel Lara, Vandalia, 2024), poemario de Juan Peña, obtuvo el XIV Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado. Y ocurre que a veces, no siempre, los premios reconocen la excelencia poética, el camino bien andado, la obra conseguida. Y por esta ocasión uno debe reconocer el acierto del jurado.

El caso de Peña es exactamente el de un poeta a la antigua usanza, ajeno al ruido mediático, y con el temple y la separación suficientes para hacer pausas cotidianas y escribir con la perfección del hombre que sabe de la necesidad del valor exacto de las palabras. “¡Intelijencia, dame/ el nombre esacto de las cosas!”, dejó escrito en sus Eternidades el maestro de Moguer con su peculiar apuesta ortográfica. Pues en Peña se da esa búsqueda a que se debe todo poeta, y se da la necesidad de persistir en la indagación de ese nombre que trasciende y que deja en el aire el sentido que realmente tienen las palabras, el significado que sobrepasa nuestra epidermis y que se acerca al conocimiento de la intimidad del universo, que es donde lo poético tiene su verdadera dimensión, el espacio en el que las estrellas no precisan de nombre para brillar, pero que no siempre se ofrece para todos, aunque lo quisiéramos. La inmensidad no puede acceder al reducto inicial de todo, al Alma de los sabios griegos, a la génesis del conocimiento y de la capacidad de entender. “Somos carne del cosmos,/la materia pringosa, dolorida,/ la entraña, la pasión,/ la música que eleva el toro de Falaris.// Nos aguarda un mundo celestial,/ la vida de las almas inmortales,/ la calma y la intacta beatitud,/ la quietud y el silencio. /El mundo de las almas minerales” (pág. 57).

Portada del libro de Juan Peña
Portada del libro de Juan Peña

Juan es maestro en la sencillez, en la humildad y en lo diáfano de saber qué se quiere alcanzar y en hacerlo al ritmo del tan tan de la música. En los versos del poeta de Paradas no hay pretensión alguna de complicarse la vida ni complicarla con juegos estériles ni con cábalas que justifiquen la pertinencia de un verso. Sin embargo todo fluye como si fuera un río de aguas nítidas que buscan el mar del conocimiento. En Juan nada es impostura o nada lo parece. La sinceridad es tal que el lector debe rendirse ante los versos. Ya sean de amor, de confidencias vitales o de estremecimiento ante el intento de comprender y aprehender cuanto le rodea, en su poesía no hay casi nada que sobre. Todo está correctamente armonizado para la razón y el sentimiento poéticos, con esa intacta beatitud que ya anunciaban antes sus versos.

“Olvidáis/ que el fin de la ceniza/ es esparcirse en vuelo” (pág. 59). Tres versos intensamente leves para recordarnos desde el vuelo de Ícaro a la realidad de nuestro presente. La precisión del dardo es inevitable, quieras o no el poeta ya te ha herido de suerte. Y es que en la poesía de Peña hay mucho también de sentencia, de sensación final, pero nunca de afirmación definitiva. Su poesía siempre va, no hace falta más que releer los ejemplos que se dan, ligera de equipaje, el justo, nada de envoltorio, nada de circo, le basta el pequeño recipiente de unos versos para que subsista la esencia.

El último poema es un texto de factura clásica, logrado, escueto y con la valentía profunda de la timidez, que tiene la entidad suficiente para ganar el aplauso de quienes leen hacia dentro, sin prisas, sin listas de venta, sin la presura de la lectura oblicua a que la vida y sus redes nos condenan; ese mundo donde las “cosas” no tienen alma ni son intersección, “donde [NO] confluyen/ lo visto y la mirada” (pág. 61). Pero sabe muy bien nuestro poeta que a quienes escriben como él la poesía les sabe a realidad vivida, sin que sea necesaria ninguna profecía que avale la sinceridad, que cuente qué habrá después de la semilla, cuál será el fruto. El hombre poeta que está detrás de estos versos ha comprendido que el habitante de El último poema es consciente de su fortuna, de la propia de quien es capaz de destilar la esencia de las pequeñas flores amarillas del helichrysum, que ilustran la portada, pero que sobre todo sabe que la poesía, ahora más que nunca, mantiene el efecto sanador que se nos hace tan preciso.

Sobre el autor:

MANUEL BERNAL

Manuel Bernal

Escritor y profesor de Lengua y Literatura.

...saber más sobre el autor

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído