Cada historia de las de este libro es como menos sorprendente, capaz de revivir en la lectura la intriga y el goce de equivocarse adivinando el final de una trama que muchas veces coincide con la vida misma, pero que otras roza el misterio y la fantasía. En cualquiera de los casos, lo cierto es que siempre guardan entre sus líneas un desenlace inesperado y reconfortante. Tipos de interés (Vitruvio, 2020) es el libro de relatos breves con el que José Cenizo nos ha regalado el inicio de este expectante año 2021, quizás porque en tiempos como los que vivimos, estos finales excepcionales que nos dispensa al modo de los buenos guionistas, ponen en valor la buena literatura.
Es el de Cenizo una sorpresa y un suspense esmerado, bien trabajado y elaborado en las pocas líneas que tienen muchos de los relatos. Los suyos no caen, y eso se agradece, en el manido deseo de parecer escritos para sesudos lectores, sino todo lo contrario: la sencillez, el vocabulario justo, preciso, hasta exacto, ayuda a que su disfrute resulte además de inquietante marcado por lo extraordinario, por la intriga, y a veces hasta por su mijita de terror, un terror que es más el miedo aquel que mentábamos los niños de mi generación y los de la de Cenizo.
Esta incertidumbre que decimos, leídos los cinco primeros, flota en cada uno de los relatos. Y es también la que hace posible que al iniciar la lectura de cualquiera de ellos, se tenga la dulce y sabrosa disposición de tener en mente la posibilidad de adivinar–aunque posiblemente con poco éxito- por dónde terminará yendo la historia, o con qué nos sorprenderá este buen escritor que conocíamos por su reconocida trayectoria y disposición para el flamenco y la poesía. Cenizo, por usar un símil flamenco y gitano, se ha roto la camisa ante el duende para enhebrar un conjunto sumamente entretenido.
En los treinta y cinco relatos de Cenizo hay para todo y para todos, desde el amor a la muerte (presente en muchos), a la tristeza nostálgica o a cierto humor fino que linda con la ironía y que despierta de cuando en cuando la sonrisa. Escritos la mayoría de los textos en primera persona, tienen la habilidad de ganarse bien pronto la complicidad del lector, que no tiene otra opción que colarse en las historias como si fuesen propias. Así es en casi todos, así es en “El cielo analfabeto” o el enamorado vigía que se resiste a “La ventana de enfrente”. Pero es que además cualquiera de los restantes es un ejemplo (Orgasmo asesino, El caballo de Juan el Jorobado –con extremado dolor-, El huérfano, La última voluntad, El señor de los pájaros, El niño raro, Fábula de la niña de agua, La gotera… por nombrar algunos) de una vitalidad que mantiene expectante el interés hasta el final, como también la certeza de que el próximo será otra oportunidad para recibir la extraordinaria sacudida de un desenlace impredecible pero posible.
Tiene además Tipos de interés el acierto de usar la expresión de “Relatos breves”, desechando el manido corsé de los microrrelatos, que sin que se sepa muy bien qué son realmente, van adornando los centenares de inútiles concursos que florecen por doquier, en una época en la que leer, si no es pecado casi lo parece. Así que los buenos pecadores hallarán en estos textos otro motivo para disfrutar de las horas de esta absurda nueva normalidad, en las que empieza a querer despuntar una primavera tan increíble como cuanto vivimos y leemos.
La gata de la señora Remedios
La señora Remedios tiene una gata. La encontró en la calle, como quien encuentra una moneda. Le pareció un tesoro. Una oportunidad de bondad y de compañía, que de esto estaba bien necesitada. Vive sola desde hace más de veinte años. Su marido, el buen don Claudio, había fallecido por una infección que le había producido la mordedura de una rata.
La señora Remedios nunca entendió cómo la vida de su esposo, y su felicidad, podían esfumarse tan rápida y absurdamente. Desde entonces pasaba los días y las noches de viuda –a sus ochenta y cinco años- con una inevitable ración de nostalgias, lágrimas y rencores hacia las malditas ratas. Tal vez por esta razón acogió con toda ternura a la gata de la calle, abandonada y enferma, como ella misma. No le faltaba jamás comida variada, agua, leche y alguna sorpresa culinaria, amén de los agasajos higiénicos y las delicadezas afectuosas. De modo que complaciente, y todo esto sin salir de casa, pues la señora Remedios llevaba una vida sedentaria y semioculta. La gata de la calle pasó a una especie de convento. De hecho allí nada pasaba, hasta el día en que, sabe Dios cómo, entró un gato enorme y hambriento en la casa. Y se comió a la rata.
Relato de José Cenizo Jiménez. De Tipos de interés. Relatos breves. Editorial Vitruvio, 2020.
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