Si algo bueno han tenido mis años como interino en la docencia, de idas y venidas por los pueblos de nuestra Andalucía, han sido las amistades que he ido encontrando en el camino. Fue en el IES Baelo Claudia de Algeciras donde coincidí con el autor del libro que hoy reseño, el sevillano Mario Álvarez Porro, un profesor de Lengua Castellana y Literatura disidente por naturaleza y férreo defensor de la libertad y la cultura.
Estas Últimas palabras se suman, en la prolífica bibliografía del autor, a otros títulos como La palabra en llamas (Ed. En Huida, 2013), Fe de horizonte (Colección Palimpsesto, 2015) o Fragmentos de la nada (Raro Pegaso, 2018), siendo en mi opinión el poemario que mejor define la trayectoria poética y la madurez de sus versos.
Desde la dedicatoria ya se proclama misterioso, rebelde y subversivo. Adscrito a esa tendencia, la cual no acabo aún de digerir del todo, de no atenerse, entre otras, a las normas de puntuación o al uso de las mayúsculas. No en vano, en palabras del propio autor, sus referentes más inmediatos, mención aparte de los clásicos, son Rafael Cansinos, José Ángel Valente o Ada Salas. Un sustrato de voces que hace florecer una poesía intensa, introspectiva y personal, en busca siempre de una originalidad huidiza y tendente a los espacios abiertos y al desasosiego propios del fragmentarismo poético contemporáneo.
El poemario se divide en tres partes bien definidas: Juegos en la nada, Retrato de la incertidumbre y En nombre del dolor. Y a pesar de las diferencias palpables entre muchos de sus poemas, tanto en fondo como en forma, existen dos puntos de unión que dotan al conjunto de una cierta cohesión: el primero es la acertada decisión de convertir la línea principal de cada composición en el título del poema, la segunda la capacidad para generar en el lector una nítida imagen de romántica fragilidad. Se trata de un libro capaz de dibujar en nuestras mentes el lienzo remoto de una infancia en la que la ciudad, cosmopolita y emergente, mira desde su borde la dorada sequedad del pasto y el rumiar de los cansados animales que, lentamente, se encaminan al olvido.
Formalmente, se presenta en oleadas intermitentes que, aunque parezcan seguir un patrón concreto, lo mismo rompen que retroceden. De este modo, el poeta, indeciso amante, se acerca o aleja de la rima como las olas de la orilla. En ocasiones, recurre al verso libre
con orden y limpieza, en otras amasa una rima sutil y lejana, dejando esa tierra de nadie que son los versos libres entre pares asonantes. En mi opinión, la primera línea da lugar a los mejores poemas del libro, los cuales generan matices más naturales y frescos, al alejarse, casi por completo del eco redundante de la asonancia. Los segundos muestran una clara rebeldía ante la métrica y un uso a veces almibarado de la rima, caminando sin red en un alambre entre la clara imprudencia y la osada valentía.
En sus Últimas palabras, espero que por recientes y no por finales, el poeta sevillano canta al fracaso y al olvido, quizás la máxima expresión de todos los fracasos, nombrando a aquellos bosques que fueron nuestro hogar antes de que el futuro, en su despiadado avance, cubriese sus raíces con asfalto. Canta al pájaro, cuyo canto ya fue poema antes de que se articulase la primera palabra, y se sorprende, asqueado, de la necesidad humana de hacer suyo, como una plaga hambrienta, todo cuanto existe: “Los nombres se adueñan de todo, / incluso de aquello que no precisa / de ningún modo ser nombrado”.
Con pesimismo derrotista, intuye la ceniza en el árbol que florece y el fuego del rayo en su corteza antes de que se escuche siquiera el rugido lejano de los truenos. Pero también canta al cielo, como fin y principio, y al amor, esa mano firme que nos rescata de la corriente, nos salva y nos cobija: “Hoy, amor, te necesito más que nunca, / aun cuando el fracaso sea tan cierto”. Para, finalmente, aceptar a la esperanza como la primera necesidad indisociable del ser humano: “qué no llame a mi puerta / quien no traiga la lluvia”.
Por ello, me resisto a pensar, aunque así lo sentencie el título del poemario, que estas sean las últimas palabras de Mario Álvarez pues, llegados a este punto, como él mismo dice: “no tiene sentido abandonar, / que sólo queda / seguir hasta el último aliento”. Prefiero pensar que sus versos no son sino una llamada de atención hacia su presencia en el mundo. Aquella botella del náufrago que, aun sintiéndose perdido y diminuto frente a la inmensidad azul, se niega, con terquedad y valentía, a aceptar su derrota: “Dime amor, si no vuelvo, / ¿me vendrás a buscar?”.
Colección Extravaganza, Ediciones En Huida. Sevilla, 2024. 96 páginas. 18,00 euros.
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