La revolución queer llega desde el talento

Manuel Liñán estrena 'Muerta de Amor' en los teatros del Canal de Madrid, después de su paso por la residencia artística de Torrox.

Director de fotografía

Manuel Liñán estrena 'Muerta de Amor' en los teatros del Canal de Madrid.

El telón asciende, como presagio a nuestro éxtasis, y la luz deja entrever, de luto negro y suspirando, a todo el elenco del espectáculo. Nada más y nada menos que 7 bailaores 7, 4 músicos en aparte y, la artista invitada, Mara Rey, de mantilla. Cual Bernarda Alba, la luz de Gloria Montesinos (AAI) ensombrece con su silueta y la de Liñan las paredes, que no son blancas, porque esta casa no es prisión más que del corazón, y todo se tiñe de un rosa intenso, del fuego atardecer a los violáceos. Eros y Tánatos, el eterno tropo. Pero en este caso la muerte es de gozo, de belleza, Muerta de Amor.

Manuel Liñán voltea el capote de torero de su último espectáculo, Pie de Hierro (2021), y nos enseña ahora el forro rosa. Continúa esa senda de búsqueda de las connotaciones en esas letras de canciones que tanto conocemos, y queremos. En este caso sirviéndose de uno de los géneros más populares en España, la copla. Es a través de esa familiaridad, de esa cercanía, desde la que Liñán nos susurra el sentido escondido de su deseo. Y eso es lo genial. La revolución de lo queer y de lo no-binario penetra desde el talento, desde lo emocional, a través de lo conocido, de lo que siempre estuvo ahí, cifrado por letristas en su tiempo.

Este recinto murado queda lejos de una prisión, en este patio rosa caben todes. Liñán da voz a la diversidad, literalmente. Cede un micrófono a cada uno de los siete bailaores (Liñán inclusive), y utiliza este objeto como parte de una coreografía impactante, que comienza con el cable, que se transforma en un látigo, o se imagina como una atadura del bailaor, un cordón umbilical del que se desprende. El micrófono y su pie, pasan a ser un elemento más del baile flamenco, como lo es el mantillo o el abanico. Todos los bailaores cantan y bailan a la vez, con la disciplina física que eso conlleva. Pero es que hasta los músicos tienen un momento de cante al final del espectáculo. ¡Hasta Mara Rey salta al baile! La artista invitada inaugura con poderío cada uno de los tres actos del espectáculo. El más potente sin duda el midpoint, con una versión de ¿A que no te vas? de Rocío Jurado, donde Rey, textualmente, se desmelena de la energía que irradia, y baila de forma apoteósica con unos tacones de aguja finísimos.

¿A que de aquí no se va nadie? – nos lanza al público.

Y le respondemos que no, claro.

Las más de dos horas de un espectáculo perfectamente encajado se estructuran en los solos de cada uno de los bailaores, a los que Liñán generosamente deja brillar en su diferencia, en su identidad propia, desde el ballet flamenco hasta el contemporáneo, pasando por lo jondo. Son cortejos al protagonista del espectáculo, paralelismos a novios, amoríos, relaciones platónicas que culminan en impresionantes duetos. Cada cuadro tiene una intensidad propia, que el humilde autor de esta crítica resumirá en los que más le han impactado. La primera muesca de la memoria la trae esa voz jonda de Miguel Ángel Heredia, cuyos gigantes brazos y manos se descubren debajo de unos volantes como alas. Liñán se sienta en una silla de tablao rosa mientras mira como Juan Tomás de la Molía rompe el patio de butacas con ovaciones a su baile. “¡Juanillo!”, le gritamos el público al protegido del bailaor granadino, que dirigió su debut en el Festival de Jerez de este año. El otro coreógrafo e invitado es José Maldonado, con el que Liñán ya colaboró en Reversible. Ellos se montan un trío con un solo a la guitarra de Francisco Vinuesa. Maldonado luce cinto rosa, que sirve de unión entre los dos bailaores y que se utiliza de forma conceptual como yugo matrimonial, y finalmente como una forma de cegar a Liñán. Vinuesa, con sus océanos de cuerdas, está en todo lo último (Alter Ego de Patricia Guerrero y Alfonso Losa, Al Fondo Riela de Rocío Molina o Las Reglas del Juego de El Choro, por ejemplo). Aquí crea una banda sonora cinematográfica, donde sincroniza efectos sonoros que concuerdan perfectamente con el baile; lo que en cine se llama el mickeymousing. Extraordinario. En otro notable cuadro, con melenas negras y la cara cubierta por un velo, los siete bailan un fabuloso solo de violín de Víctor Guadiana. Y es que el vestuario requiere de otro párrafo.

Conocí a Ernesto Artillo en un festival de cine donde participaba una de mis películas. Estaba con Rocío Molina y Julia Valencia y me presenté como director|DOP, pero cuando intentó contarme a qué se dedicaba él, le faltaron las palabras. Y es que Ernesto es ese geniecillo detrás de muchos de los espectáculos que hoy disfrutamos (Tablao y Tablao II, o la performance Ensayo de Fe de Canto Cósmico (Marc Sempere 2021), por citar algunos). Aquí firma el vestuario, como director (con Liñán) y escenografía (donde también se añade Montesinos). 

Como ya haría en ¡Viva! (2019), travestidas de folklóricas clásicas, aquí el vestuario también habla por sí solo. La alegría y lo lúdico pervive a pesar del luto en la ropa. La versatilidad de las distintas prendas del elenco de la obra, son paralelismo de cada uno de sus diversos talentos. Durante el espectáculo, se van desprendiendo poco a poco de elementos que crean personalidades y formas diferentes. Y como nuestra identidad también deviene de las personas que nos han herido o tocado de forma más cerca, te llevas algo de ell@s contigo toda tu vida, Liñán culmina el espectáculo desnudando en parte a cada uno de sus bailaores. Con esas prendas de estas rosas del jardín de Venus, Miguel Heredia confecciona una falda que vestirá el bailaor granadino para su solo final desbordante. Manuel Liñán está mejor que nunca y en este último baile borda esta trama que ha ido hilvanando. Con una chaqueta-falda, quizás mi favorita, Juan de la María le canta al oído, y demuestra que en ese escenario es difícil medir quién gana en talento. Cuando termina el cuadro, el cantaor cubre con esta chaqueta-falda el cuerpo de Liñán, que se transfigura debajo de ella y luce un vestido-pantalón rosa despampanante para el fin de fiesta: El amante en LA Amada transformada.

Todes cantan. Todes bailan. ¡No se lo pierdan!

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