Ficha Técnica:
Espectáculo: La Finitud – Artista: Sara Calero – Lugar: Cortijo de Cuarto (Festival de Danza Contemporánea de Sevilla) – Fecha: 6 julio 2023 – Aforo: Lleno – Baile: Sara Calero – Cante: Gema Caballero – Guitarra: Javier Conde – Espacio Sonoro: Marcos Tomé – Audiovisuales: Marta Farrell
La muerte, como compañera inexorable de la vida, es algo que cada uno afronta de manera distinta según las experiencias que le hayan ocurrido. Y lo mismo que puede afrontarse con valentía o con miedo, con alegría o con tristeza, lo único cierto es que los humanos puede que sean los únicos seres vivos que tengan la certeza de que esta va a llegar algún día.
Bajo ese prisma, esa visión dicotómica, la bailaora y bailarina Sara Calero (Madrid, 1983) llegaba al Festival de Danza Contemporánea de Sevilla con un espectáculo en el que plantea las distintas maneras en las que se puede afrontar la llegada del de la guadaña a través un concepto que siempre da mucho juego.
Y ante esa circunstancia, no queda otro camino en esa dicotomía que transita por el cuerpo de la bailaora de la capital del reino y la voz de su inseparable Gema Caballero que discurrir por los diferentes estados anímicos que se traducen en los distintos universos que se afrontan. No sólo en las emociones, sino también hasta en los territorios porque la muerte no se vive igual en México que en Venecia, el sur de Europa o los países bajos, que allí donde arrasó la peste, la fiebre española o hizo daño el Covid19 hasta el tuétano
Durante los once actos de los que se compone este espectáculo que fue estrenado en la Sala Negra de los Teatros del Canal durante la Suma Flamenca de 2021, la negritud de oro del paso a dos sui generis inicial entre Sara Calero y una calavera al son de la Milonga Triste (Sebastian Piana y Homero Manzi, 1936); simbolizar la vida y la muerte entre guitarra y bajo o dormir a su pequeña con Acalanto (Chico Butarque, 1971); o arder bajo el fuego de la Lacrimosa de Mozart, encuentra confrontación directa con su visión más mexicana donde se celebra, se fuma y se bebe en el Día de Santos; o se llora entre negros, dorados y palillos a tiempo de cinco por ocho, a través de la seguiriya del Nitri y las cabales de Silverio, mientras se camina sobre un sendero infinito de primas y bordones.
Un maremagnum de crestas y valles emocionales avisan al espectador que la lágrima puede ser de alegría o de llanto, lo mismo que el camino del adiós no siempre puede ser corporal sino cultural, como bien se encargan de mostrarnos los camposantos donde las guitarras hacen de cruces o donde la muerte busca desesperadamente a quien llevarse a la barca de Caronte, el barquero de Hades encargado de guiar a las sombras herrantes a la otra orilla, siempre y cuando tuvieran como pagar su peaje.
Pero en La Finitud que nos presenta Sara Calero la muerte no es solamente esa realidad en forma de sombra que todos deseamos tener apartada y vivir de espaldas a ella – aunque acompañe inexorablemete a la vida-, sino que la condición de estar vivo implica, precisamente, saber que en algún momento debemos afrontarla. Y asumirla sin miedos y con alegría también está permitido. Es mas, es una obligación. Y convivir con esa idea sin que nos atrape también tiene su espacio de forma generosa en este espectáculo. Vivir de forma plena, consciente de que la muerte no es el final sino otro principio también forma parte en diferentes pasajes. Y ahí es encontramos a la Sara Calero más canalla, guasona y risueña.
En conjunción con el espacio visual y sonoro, la bailaora se mimetiza con el entorno y saca al escenario su universo dancístico mas intuitivo y personal bailándole a las canciones populares; tentando al diablo a través de la policaña de Pepe de la Matrona; nos regala toda la elegancia y dimensión de su cuerpo chinesco con la rondeña Oración de Manolo Sanlucar; se espantan los fantasmas de hielo y sombra de Concha Méndez como preludio de las alegrías – lo mejor de la noche a pesar del sonido- donde hasta recuerda al Torta y sus Colores Morenos tras una limpia escobilla; o ejecuta una clase magistral de clásico español y bolera con un zapateado que se remata en tanguillos al compás de guitarra, tres cubanos y hasta dibujos animados.
Así pues, con la danza española como eje corporal, en todas sus vertientes, y una música eminentemente flamenca, la artista de la capital del reino se aferra al optimismo para, de forma acertada, desarrollar un espectáculo en el que la fantasía, el teatro y hasta la filosofía entran en liza en cada movimiento, bajo los espacios sonoros y audiovisuales que se generan durante la hora y cuarto de duración del mismo y que, sin los problemas de sonido – eso se lo tiene que hacer mirar este festival- el público hubiera podido salir mucho más satisfecho de lo que lo hizo.
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