Concha Pérez Rojas publicó en 2022 en Huerga y Fierro editores Ukraína cuando las bombas de Putin, no me gusta decir de Rusia, empezaban a caer sobre ese territorio que casi hasta entonces, la mayoría de nosotros, ni siquiera sabíamos que era parte de la misma Europa a la que pertenecemos. Unión Europea aparte.
Casi dos años después, mientras leo este libro singular, diferente, no apto para quien no quiera leer, las bombas siguen cayendo, aunque todos, de alguna manera nos hemos ido olvidando, porque lo hemos normalizado, como hemos ido normalizando el paro o la pobreza, la desatención en sanidad, o la falta de perspectiva futura para los jóvenes andaluces.
Cuando Concha me habló del libro, nos conocemos hace mucho, me advirtió que era un libro que para algunos era una novela, para otros microrrelatos, y para algunos hasta poesía, poesía en prosa, pero poesía… Cuando lo he ido leyendo he sabido que todo eso era verdad y me he acordado muchas veces de aquella conversación en una fría noche en Granada; pero también he ido entendiendo que en apenas ochenta y cinco páginas, que son las que tiene, hay muchos libros, todos los que pueden levantarse en nuestros ojos mientras se lee. Pasa algo así con los libros sagrados que traspasan el tiempo y que tienen tantas lecturas como corazones. Y es que, como ella misma dice, “primero fue la risa. Después, el miedo, Por último, el temblor. Y en el temblor nos instalamos, descosiendo quienes fuimos”.
Ukraína no es un libro fácil, es de una complejidad no apta para lectores que quieran compartir la lectura mientras ven programas tipo Pasapalabra. Ukraína necesita un lector atento, dispuesto a vivir muchas historias, a andar muchos caminos, a transitar no solo la historia de una parte de Ucrania, sino también la de los judíos y de los gitanos, e incluso hasta de una parte del judaísmo, y quizás no pueda ser de otra forma y en paralelo, por la memoria del genocidio nazi, que ya estará para siempre sobre las espaldas de las personas que cerraron los ojos, como ahora hacemos con tantos otros hechos, mientras pasaba lo injustificable en barrancos como el de Babi Yar, donde tantas personas, judías, gitanas, impedidas o enfermas, supieron de lo peor de la especie:
“Una madre ocultó a su pequeña hija tras su cuerpo. No las alcanzaron las balas. Los guardias las pisotearon. Disparaban a los cadáveres. La Shoá de las balas.
Si mataban antes a las mujeres. los hombres no querrían vivir. Si los obligaban a desnudarse, nadie intentaría escapar. Por el dolor y la desnudez, indefensos. Algunos cavaron sus propias fosas. Se tendieron, esperando a ser fusilados. Setenta mil cuerpos bajo la tierra. Y luego, las hogueras, las apisonadoras. Desde la ciudad, se podían ver las llamas”.
Pero Ukraína es también un libro de viajes contado por alguien que es capaz de ver más allá de los muros de los edificios, que sabe mirar los paisajes adivinando que bajo las nubes que cubren el cielo, insisten el pasado, el presente y el futuro. Y es sin duda una reflexión permanente sobre lo que somos todos, con enunciados afilados que nos recorren dejando en nuestra garganta un sabor que no nos puede ser ajeno: “Queríamos volar, pero entonces llegó la muerte”. “Por qué hemos de tener hijos, si no tenemos raíces”. “El oro, junto a la miseria”. Etcétera.
Hay también en esta colección de relatos, en este relato que nos lleva a lo que somos aunque nos duela, una admiración, casi devoción, por lo judío y por su modo de entender el mundo, antes y ahora. Para la autora, que escribe a veces en primera persona, todo –el amor, las personas, el sufrimiento, la violación, la oración, la memoria, el paisaje, el asco, el desamor- juega en el mismo plano, para construir un texto que se abre camino en la selva del pensamiento: “Tembló de nuevo y se alejó, como quien vuelve. Se marchó, como quien llega. Apretó la mano del niño entre las suyas y sacudió la cabeza. A cada paso que daba. Sally lo sabía más cerca más adentro. Veía las espaldas de él y sentía cómo la penetraba. Podía notar la fuerza de su vientre, su olor, mientras, en la lejanía, su figura se confundía con las sombras de los árboles, con las fieras del bosque, con los perros enloquecidos, con las montañas…”
Ukraína es literatura en el sentido que nunca debió de dejar de serlo. No tiene un buen lomo para resplandecer en los estantes de los grandes almacenes, qué le vamos a hacer. Lo breve si bueno…: “Fui a buscarlos a ellos, a nuestros muertos, y a ellos, nuestros asesinos. Y me encontré en las calles y en las aldeas con ellos, hombres y mujeres de mirada cansada, ancianos que habían sido muertos por la vida, almas gastadas. / Yo no sé si uno de ellos apretó el gatillo, si fue ese hombre uno de los que nos llevó a las fosas, o ella, la mujer que robó nuestros vestidos. Cuando nos habían terminado. / “¿Estuviste en las guerras?”. “Si”. ¿Y en el frente de batalla?. “Sí”. “¿Mataste a alguien?”. “Espero que no”.