Un día de partido en Carranza ha sido siempre sinónimo de fiesta. Porque en Cádiz, a falta de feria y salvando la ya extinta Velada de Los Ángeles, los partidos der Cadi, junto al Carnaval —para unos— y la Semana Santa —para otras—, se erigen como una de sus grandes celebraciones populares. Desde que el coronavirus arramplase con la normalidad tal y como la teníamos entendida, las previas del Carranza no han vuelto a ser lo mismo. Por no ser, ya ni existen. Lejos quedaron esas jornadas que empezaban con un desayuno vistiendo con orgullo la camiseta del equipo de sus amores, que continuaban con la tapita de rigor en los bares colindantes al estadio, o ese papelón de pescaíto frito acompañado del mejor séquito y la cerveza más fría. La afición del Cádiz CF es resiliente como su gente, pues el sufrimiento es algo intrínseco del pueblo gaditano, y la lucha una herramienta determinante para tirar palante.
Basta un paseo alrededor del Carranza para darse cuenta del calado que tiene el cadismo entre su gente. Digamos que forma parte de su idiosincrasia, de su manera de estar, como un sentimiento muy devoto. Los establecimientos limítrofes al estadio decoran e incluso ponen nombre a su local con motivos relacionados con el Cádiz CF. “15 años esperando volver a Primera, para que ahora llegue el malaje este del coronavirus y nos joda la película”, comenta un parroquiano furtivo del bar La Escalerilla. Un sentimiento compartido entre socios y socias. Desde que comenzó la temporada, son dos los partidos en casa celebrados a puerta cerrada. Al igual que la hinchada, las personas que regentan estos negocios no han tenido otra que resignarse y subirse al tren del aguante por bandera.
María José Pérez es la dueña de La Escalerilla, núcleo duro de las previas en Carranza y bastión de funcionarios ávidos de café y media con aceite. Tomó el relevo del negocio familiar que iniciara su padre en los años 60 como ultramarinos, y a día de hoy es un lugar estratégico de las previas cadistas. Está situado en la escalera derecha del nuevo acceso a Tribuna y su dueña lo entiende “como una pequeña familia”, ya que ha mantenido el mismo encargado de la época de su padre y sus trabajadores están estrechamente vinculados a ella. La doble licencia de bar y ultramarinos permitió a María tener el despacho abierto durante el estado de alarma. No obstante, tuvieron que llevar al ERTE a parte de la plantilla y solo quedaron al frente ella y su encargado.
“Cuando se levantó el estado de alarma fuimos incorporando poco a poco al personal, aunque este año tenemos a una persona menos en plantilla”, explica su dueña, que lo achaca a la bajada de ingresos del bar “por la falta de clientela”. En La Escalerilla se trabaja de lunes a lunes, pero este domingo ha sido el primero en cerrar. “Los días de fútbol eran un balón de oxígeno para nosotros", apunta. Las cuentas de los domingos no salen sin fútbol. “El bar se llenaba unas horas antes del comienzo del partido y no parábamos de poner cervezas, cafés, copas, bocadillos y refrescos”, recuerda María, que estima pérdidas de hasta 6.000 euros brutos al mes con el cierre del Carranza.
“Vivimos al día porque la incertidumbre es total —insiste— incluso los planes que hago con el personal son de aquí a dos meses, ya que no se si tendremos que volver a cerrar”. Mientras tanto, en La Escalerilla siguen “viéndoselas venir” con el deseo —casi quimérico— de una apertura gradual del Carranza con aforo limitado. María y uno de sus empleados se despiden con la amabilidad que les caracteriza, no sin antes revelar que desde hace unos años, la clave del wifi del bar era “el Cádiz a Primera”. Tendrán que cambiarlo por seguridad y porque, a veces, los sueños se hacen realidad.
El barrio de La Laguna tiene una de sus entradas flanqueada por los ya clásicos Bar Gol y El Submarino Amarillo. Ambos están regentados por los mismos dueños, el primero con más solera que el otro, aunque supurando cadismo a partes iguales. Jesús Sánchez Granado atiende a lavozdelsur.es mientras prepara los cafés de las cinco y tira alguna caña de sobremesa. En la barra se encuentra Pedro, un forofo del Cádiz y vecino de La Laguna, que lamenta desde el minuto cero “todo esto que está pasando”. El Bar Gol se abrió en 1984 “cuando todavía estaba el estadio antiguo”. A la pregunta de si son cadistas, Jesús responde con el “ome, pofavó” de las verdades absolutas. “Llevamos siendo socios toda la vida, aunque no podemos ir al fútbol porque tenemos que estar aquí”, refiriéndose al bar. No niega que la vuelta del confinamiento “está costando trabajito” y ahora que el campo está cerrado “se nos va un 70-80% de la venta”, explica. “Se pierde mucho dinero, no te voy a decir cuánto, pero ni te lo imaginas”, añade en este sentido. A lo sumo vamos a perder más que dos o tres partido mensuales, ya que ahora llega la Copa del Rey, la UEFA y el Trofeo Carranza en verano, interviene Pedro, que le resulta “muy duro” saber que su asiento está ahí, señalando al Fondo Norte. “Cuando veo el Cádiz por la tele pienso que estoy malo y que no puedo ir al estadio”, espeta ocurrente.
Jesús y su plantilla trabajaban los días de fútbol desde por la mañana “hasta que se terminara el jaleo”. Por ahora siguen abriendo todos los días, pero se queja de que “muchos llegan ahora al bar, se piden un café a 1,20 y ven tres partidos”. También rememora cuando le obligaron a cerrar, sin previo aviso, el día del partido contra el Albacete, porque así lo determinó la Subdelegación del Gobierno. O en el último partido de liga, ya con el ascenso matemático, que tuvo que tirar “los cinco kilos de pescao que había comprado”. Como empresario es consciente de que “todo lo que se ha perdido, no lo vamos a recuperar”, pero como cadista —y parte del Bar Gol— espera que “haya una fórmula escalonada de asistir al estadio que devuelva el ambiente”.
A escasos metros se encuentra fregando el suelo de su barraca, Verónica Muñoz, que no pierde su sonrisa a pesar de haberle dado esta situación “por todos lados”. Regenta La Abuelita desde hace cuatro años y la tiene decorada con motivos cadistas porque su “marío y los niños tienen obsesión con el Cádiz”. Durante el primer mes de confinamiento permanecieron cerrados para evitar que la madre de Verónica, fallecida hace un mes, se contagiara. “Volvimos a abrir el 27 de abril y llevo sin cobrar desde esa fecha, porque todo lo que entra es para pagar”, aclara. La inyección económica que suponen los partidos del Cádiz es más que evidente: “Con la hora y media antes del partido tengo cubierto, mínimo, el alquiler y la cuota de autónomos”.
Desde que no hay fútbol hace el 80% menos de pedidos. “Tengo la venta diaria, pero más de la mitad de mi venta eran los días de partido. Si hay dos fijos al mes, imagínate lo que estamos perdiendo”. Un domingo normal —cuenta— suele abrir a las cinco de la tarde, pero ya no abre porque no le compensa, y si lo hace no vende más de 50 euros. “Ahora voy arañando, haciendo pedidos muy cortitos de bebida y aguantando para cuando se pueda volver a la normalidad”, explica Verónica. Repite una y otra vez: “Mi gozo en un pozo”, haciendo alusión a “los conciertos de Alejandro Sanz que se esperaban en julio, al Trofeo Carranza en agosto y los partidos tan buenos que se venían con el Cádiz en Primera División”. Ella insiste: “El Cádiz y el covid me han dado por todos los lados”. No obstante, reconoce que puede ir aguantando también porque su marido es funcionario, aunque advierte que “no me ha hecho falta pedirle nada”. Por otro lado, su madre sí le dejó “algo para el alquiler” durante el confinamiento porque “no es nada barato”.
Verónica no deja de darle vueltas a la cabeza y sostiene, entre risas, que “tiene que haber alguien al que le paguen por pensar la manera de volver al fútbol sin poner en riesgo la salud de los aficionados”. Para ella “esto es una ruina” comparado con “los dinerales que hacía en los días de fútbol”, y confiesa que se le caen “dos lagrimones” al hablar con los proveedores. “Antes pedía para el fútbol y después volvía a pedir porque lo había vendido todo. Era todo el mes pidiendo. Y ahora en una página tengo todo el mes pedido”, explica Verónica, que concluye lanzando una propuesta, no exenta de complicaciones, de las que ella misma se percata: “Si son aproximadamente 15.000 socios, ¿por qué no van a un partido los impares y a otro partido los pares? Ay, espera. Si mi marío tiene impar y mi hija par, eso va a ser mu’ complicado”.
Al lado de La Abuelita se encuentra el estanco de Margari. No abre los domingos pero nota la bajada en la compra de paquetes de tabaco en las máquinas que tiene repartidas por los bares del barrio. Su descontento, realmente, es como cadista y parte de una familia de aficionados acérrimos, que no saben cuándo podrán volver a disfrutar de una jornada en Carranza. A la salida del estanco, un vecino nos advierte que el bar La Laguna, próximo a los demás establecimientos, tampoco lo está pasando bien con esta situación, pero su dueño no se encuentra en ese momento.
La panadería El Marcador pone fin al itinerario de negocios que bordean el Estadio Carranza. En su interior se encuentra Manuel Quintero, padre de la dueña, que recién estaba abriendo la puerta. “Os estaba esperando”, comenta con tono hospitalario. Manuel está jubilado pero va a la panadería “para ayudar de vez en cuando”. Comenta que han estado abiertos durante todo el confinamiento “por el pan y los alimentos de primera necesidad”, aunque acepta llevarlo “como se ha podido”. “Hemos dejado de vender bastante y ahora vamos al día”, pero deja claro que “no le debemos nada a nadie”. Al igual que sus vecinos y vecinas, “los dos partidos que había en el mes eran nuestra salvación, no solucionaba todos los gastos fijos mensuales”, comenta.
Una jornada de fútbol empezaba para ellos a las ocho y media de la mañana con el pan y se llevaban todo el día preparando las neveras y los bocadillos para las horas previas al partido. Asegura, mientras señala una vitrina del mostrador, que vendían entre “200 y 225 bocadillos”, además de llenar varias neveras de corcho más las que tienen fijas en la panadería. “Veníamos mi hija, su marido, un trabajador más y yo”, asiente este jubilado, que asegura que todo esto lo hace “por ayudar”, ya que tanto él como su mujer tienen su pensión. También se acuerda de los proveedores. “Ellos también están sufriendo, ya que si no podemos vender, tampoco podemos comprar”. Y ultima: “Esperemos que se arregle todo cuanto antes porque no hay ninguna perspectiva y el ambiente de los partidos se echa mucho de menos”.
La jornada del pasado domingo, que enfrentó al Cádiz con el Sevilla, se vivió con nostalgia en las inmediaciones del estadio. En algunos bares se distinguían las camisetas amarillas, algunos cadistas paseaban de vuelta a casa cubiertos con las mascarillas reglamentarias. Las banderas y bufandas resisten en rellanos y balcones. Algunas pierden color, pero ninguna la ilusión por volver a disfrutar de la Marea Amarilla.
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