Aquel agosto de Cádiz cuando vino la explosión

La ciudad gaditana sufrió en 1947 una de las tragedias más importantes de su historia y setenta años después todavía no ha habido una investigación oficial de las causas y la responsabilidad del magno accidente

victimas_astilleros._explosion_cadiz

Es de noche, no hay luz. Pequeños incendios van alumbrando la calle. El barrio de San Severiano huele a ceniza, los llantos y los gritos son la banda sonora de aquellos que no saben qué ha pasado. Minutos antes, el ambiente en Cádiz era propio de una noche veraniega de una ciudad que empezaba a recuperarse tras una etapa dura en la capital y en el resto de España. La posguerra estaba siendo dura. El hambre, la podredumbre, la miseria iban poco a poco desapareciendo, hasta que una accidente dejó a media ciudad en ruinas y la otra media consternada por el terrible suceso. Agosto del 47, el día 18 llegaba a su noche cuando  un infernal estruendo tiñó el cielo de la Bahía de un rojo incandescente. Así lo cuenta José Antonio Aparicio, investigador de la tragedia y presidente del Instituto Español para la Reducción de los Desastres.

En la Base de Defensas Submarinas de Cádiz habían sido depositadas más de 2.200 minas submarinas y cargas de profundidad por si fuera necesario para abordar la II Guerra Mundial. Cinco años después y dos tras el conflicto bélico internacional, las armas seguían en el lugar. Una cadena de despropósitos hizo que hubiera una deflagración del almacén de minas número 1, dejando a su paso 150 personas que dejaron a sus familias rotas por el dolor de su ausencia y desamparadas económicamente. Como cuenta Aparicio, “los daños materiales dejaron a la ciudad completamente desfigurada, por lo que tardaría muchos años en recuperarse de sus heridas”.

Era lunes, de noche, pero la detonación tiñó el cielo de rojo escuchándose la explosión por toda la Bahía. La onda expansiva devastó San Severiano, lugar donde se encontraba el polvorín, pero también la barriada España, Bahía Blanca –que por entonces había chalets desperdigados- la Casa Cuna (Hogar del Niño Jesús), el sanatorio Madre de Dios, los astilleros o el campo de la Mirandilla. El centro histórico se salvó gracias a las Puertas de Tierra que pararon la onda, a la salvedad de algunos daños en el muelle o en las puertas de la Catedral, que se doblaron por completo debido a la deflagración. La falta de información, los incendios, el corte del suministro de luz y del agua, la falta de efectivos reales para abordar una tragedia de estas características y el desconocimiento de no encontrar a familiares y vecinos hicieron de Cádiz un auténtico infierno.

Desde San Fernando llegaba un equipo de auxilio con un grupo del Tercio Sur de Infantería de Marian, que se unía a la Armada, Ejército, Marina y Guardia Civil empleados en la recuperación de cadáveres, rescate y traslado de heridos a los puestos socorro. El desescombro de las ruinas, la protección de viviendas para evitar el saqueo o la extinción de los incendios fue la labor de las fuerzas del orden. Precisamente, sobre este asunto se cuenta la historia, calificada de heroicidad, de aquellos que evitaron una segunda explosión en el almacén de minas número 2. Casi 100.000 kilos de TNT esperaban formar una tragedia mayor, tras un incendio que se había declarado en el lugar. Entonces, el capitán de corbeta Pascual Pery Junquera “junto a un reducido grupo de marineros, consiguió extinguir ese incendio empleando para ello los propios escombros y la tierra en que se habían convertido las instalaciones militares”.

Familias enteras buscaban a sus hermanos, primos, amigos, vecinos entre los escombros sin saber a dónde ir, a quién preguntar, sin saber el motivo real. Lo cierto es que no lo supieron, hasta bien pasado los años, puesto que la falta de información y el silencio decretado a nivel institucional por la dictadura franquista, hicieron que el miedo se apoderara de la población. Todo apuntaba a un mal estado de las minas, como ya se podía leer en un expediente de años anteriores y, lo que es peor, el lugar donde se hallaba el almacén, rodeado de viviendas. Los documentos oficiales a los que tiene acceso el investigador gaditano, licenciado en Filosofía y Letras, le hace llegar a una conclusión tal y como contó a este medio: “El origen de la explosión no fue otro que cargar con pólvora las cargas de profundidad. La destrucción vino de afuera, salían mantas de pólvora hacia los alrededores. La base tenía un espesor de 30 centímetros de hormigón y se había provocado un socavón de dos metros de profundidad. Lo primero que explotaron fueron las cargas de profundidad, lo que no me explico es cómo se rellenaron con pólvora”.

Para Aparicio, otro de los documentos hallados que cierto valor aclaratorio resultó ser una orden del Estado Mayor “en la que se instaba a todos los buques, que llevaban cargas de profundidad cuyo explosivo no fuera trilita o se desconozca, a que se produjera al desembarco del material. La orden es del 21 de agosto de 1947, por tanto al tercer día ya había una sospecha de la posible causa real del accidente”. Todavía hoy no ha habido una investigación oficial por parte gubernamental de lo que ocurrió aquella noche triste de agosto. Hoy se conmemora los 70 años de la tragedia en un barrio que recuerda todavía que la fatalidad –por negligencia o por casualidad- dejó a Cádiz desolada ante tal magna tragedia.