La número dos de la lista de Adelante Izquierda Gaditana decía en una entrevista a lavozdelsur.es hace apenas una semana: "Somos el Gobierno municipal que ha intentado que las calles sean para los vecinos, que los carritos puedan pasar entre las terrazas y las mesas". Helena Fernández hacía estas declaraciones dentro de un amplio resumen de la tarea del equipo que ha rodeado al alcalde, José María González Santos, durante los últimos cuatro años en Cádiz.
Sin pretenderlo, dejaba ver una prioridad vigente para los actuales gobernantes municipales y un conflicto latente: la 'turismofobia' tiene una versión más sutil y menos visible. No sólo afecta a los apartamentos turísticos o a los alquileres. Ni siquiera a los ruidos nocturnos. También habla de aceras despejadas de mesas, veladores, sillas y grupos de visitantes que siguen a un guía. Habla de calles por las que los vecinos puedan pasear sin esquivar objetos y aglomeraciones.
Ese debate, poco visible en el primer mandato del alcalde saliente (2015-2019) estalló en el segundo (2019-2023) y ha provocado discusiones públicas entre el presidente de la patronal hostelera provincial Horeca, Antonio de María, y la administración local, especialmente representada por Martín Vila, concejal de Urbanismo y Movilidad. Este concejal también es uno de los que se marcha este 28-M tras ocho años de representación municipal. La discusión le sobrevive.
La limitación de las terrazas, en el barrio en el que vive el alcalde, marcó la mayor crisis del Gobierno local en enero de 2022
La actual concejala y candidata a repetir en el Pleno, Helena Fernández, viene a sustituir a Martín Vila como cabeza visible de Ganar Cádiz en Común (agrupación que incluye a Izquierda Unida) dentro de la coalición Adelante Izquierda Gaditana. Si Vila era el máximo representante de una mitad de la alianza, Fernández debe ocupar ahora ese mismo papel. Y sus palabras dejan claro, antes del 28 de mayo, que mantiene el mismo discurso.
El jefe de la hostelería, o de una parte, sostiene que cualquier limitación a la actividad, cualquier freno a la terrazas, a la expansión de los negocios, es un obstáculo a la creación de riqueza y empleo que, según su teoría, supone el sector de bares y restaurantes. Antonio de María es el máximo representante, desde hace décadas, de la infantería que mantiene en marcha ese supuesto motor de la economía local y provincial: el turismo.
El malo de la película
Martín Vila es el representante de una administración municipal, y de un grupo de ciudadanos, que considera necesario limitar esa expansión de negocios, esa ocupación de espacios públicos. El alcalde, González Santos, le ha secundado en el último roce pero hubo momentos en los que los dos líderes del Gobierno local discreparon. Fue en enero de 2022.
Hace 14 meses, las protestas de varios hosteleros en la turística calle La Palma, en el barrio de La Viña del que el alcalde es vecino, protestaron por la limitación de terrazas para sus negocios. Consideraban que la limitación de sillas y mesas ponía en peligro la supervivencia de sus negocios y, por tanto, del empleo que generan. La patronal hostelera saltó en tromba a calificar al concejal de Urbanismo, Martín Vila, de «enemigo» de los hosteleros por su intransigencia. Le achacaban falta de flexibilidad para introducir matices y excepciones en la normativa. Vila se mantuvo firme.
El alcalde, José María González Santos, Kichi, sorprendió a todos al ponerse de lado de los hosteleros, en público. Aseguró que la normativa estaba para cumplirse pero añadió una frase impactante: "También hay que comer". Dejaba con el culo al aire a su número dos, Vila, respaldaba la teoría de supervivencia económica de Horeca y aparecía como cómplice de sus vecinos viñeros. Ese episodio marcó la mayor crisis de la coalición en los últimos cuatro años.
El caso de la calle La Palma
Vila se mantuvo firme y aunque Antonio de María, Horeca, contempló aquel distanciamiento entre concejales como una victoria no pudo rentabilizarla. El criterio de control de las terrazas se impuso, Kichi solventó sus diferencias y el divorcio pasó a ser entre, cierta, hostelería y todo el Ayuntamiento en vez de contra el concejal de Urbanismo. Un año ha bastado para mostrar que las diferencias seguían donde estaban antes del episodio de la calle La Palma.
Antonio de María volvía otra vez a reabrir la misma herida de siempre al declarar que "el mejor Ayuntamiento es el que no estorba", incidiendo en sus postulados ultraliberales que consideran una intromisión, un obstáculo, cualquier regulación de horarios, espacios o terrazas. El alcalde le contestó a los pocos minutos: "Este señor está haciendo campaña por el PP desde la mentira. Acabamos de conseguir tres millones para el sector. Cádiz lleva años cosechando récord de pernoctaciones, tenemos el I Plan de Turismo Sostenible, las calles rebosan vida y no hay un bar vacío en Cádiz", defendía el alcalde.
Si el presidente de Horeca defiende que el Ayuntamiento de Cádiz ha iniciado una especie de cruzada contra el turismo y la hostelería, parece obvio que Kichi y los suyos van perdiendo la guerra porque los números del sector no pueden ser mejores, son históricos. El propio Antonio de María lo declaraba tras la última Semana Santa o la última motorada, por mencionar los últimos precedentes. Más que guerras contra las terrazas y los bares, este conflicto recurrente oculta la animadversión personal y política del representante de los empresarios con el concejal de Urbanismo que termina mandato y, por extensión, con el alcalde.
Una chirigota para tomarse muy en serio
Es un desencuentro, entre cúpula hostelera y Gobierno municipal, que viene de lejos. Incluye la supuesta alineación de Antonio de María con el PP, al que habría representado al margen de una hipotética militancia, o la posible animadversión del equipo de Gobierno hacia un sector al que acusa de fomentar la precariedad laboral. Cómo será el distanciamiento, con notable reflejo en las conversaciones ciudadanas, que hasta llegó al Carnaval. En la última edición, la chirigota callejera del año, la más seguida y aplaudida, fue Los llorones.
El tipo aludía a unos hosteleros tocados con velo negro, rosario y de luto, en constante llanto. Los chirigoteros cantaba en una queja perpetua por vivir a lo justo y llegar, apenas, a pagar las letras del Ferrari. Qué más les gustaría a ellos que poner aire acondicionado al cocinero que se asfixia pero ¿nadie piensa en que los polos se están derritiendo?, cantaban con toneladas de sorna. El enorme apoyo que consiguió esta sátira, este grupo, hace pensar que una parte del público puede estar con el Ayuntamiento de Cádiz en este divorcio largo, aunque esa es una suposición basada en risas y ovaciones, sin ningún criterio técnico. Esa resolución científica, parcial, puede llegar, en todo caso, el próximo domingo 28 de mayo.
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