Hace sólo seis meses -parecieran cien años-, hubo una campaña electoral para la renovación de los ayuntamientos. En el de Cádiz, el actual alcalde, Bruno García de León, aseguraba que deseaba “volver a ver plazas llenas de niños jugando” como metáfora para lograr revertir la crónica pérdida de población.
El aspirante socialista, Óscar Torres, que se quedó a una hora de ser alcalde, acuñaba en la misma campaña electoral una comparación convertida “en una obsesión: la despoblación tan enorme. Cádiz pierde población al ritmo de los pueblos más pequeños de la España vaciada”.
Estos días, ambos renuevan los datos, como todos los gaditanos. El Instituto Nacional de Estadística ha vuelto a dar las uvas a los que consideran que la constante bajada es un problema gravísimo, que puede afectar a sus servicios e infraestructuras cuando pase la frontera de los 100.000 habitantes (a mediados de la década próxima si se mantiene la media numérica actual).
En 2023, el censo ha descendido en otro millar (1.208) de vecinos. Se mantiene la media de mil habitantes menos al año. Y esa tendencia, con alguna mínima excepción, acumula más de 40 años de duración. Por buscar amparo en los números redondos, alrededor de 1980 eran 153.000 habitantes. El año 2024 comenzará con 112.000.
Óscar Torres: "La ciudad de Cádiz pierde población al mismo ritmo que los pueblos más pequeños de la España vaciada"
Los números son muy generosos y se prestan siempre a cualquier figura o imagen. Por ejemplo, Óscar Torres recuerda que esas cifras dicen que Cádiz pierde “seis habitantes por hora”. La frase recuerda a otra estadística, en este caso sanitaria, de los años 80, que dio pie a una chirigota: Seis ratas por habitante.
Ni en la campaña electoral de mayo ni ahora, los responsables políticos están dispuestos a levantar la voz ni a culparse unos a otros. El descenso (se verá si es a los infiernos) del padrón comenzó a mitad de la década de los 80. Gobernaba Carlos Díaz Medina (PSOE).
En 1995 llegó Teófila Martínez y conservó el cargo 20 años consecutivos. Heredó, remató e impulsó los mayores proyectos de transformación urbanística vividos en la ciudad en 50 años: vivienda nueva para 5.000 personas en el recién creado barrio de Astilleros, soterramiento de la vía férrea que dividía la ciudad en dos mitades paralelas y longitudinales o el segundo puente, por orden cronológico.
Aunque en su etapa (llamada coloquialmente Teofilato) hubo altibajos en las cifras de población, la evolución media siguió su camino: mil habitantes menos al año. Un análisis simplista podría resumir que, a efectos poblacionales, tampoco funcionó.
La llegada de José María González Santos, Kichi, en 2015 se produjo acompañada de un pasodoble que el propio alcalde, con su comparsa, había cantado años antes en el Gran Teatro Falla. Relataba con la lírica de las coplas que si él tuviera el bastón de mando volverían por el puente todos los vecinos que se fueron.
En ocho años de mandato no volvió nadie. Es más, se perdieron otros 7.000 residentes en Cádiz. Es más fácil rimar unas frases emocionantes que poner remedio a tendencias socioeconómicas generalizadas.
El tono apesadumbrado pero cordial con el que todos los dirigentes municipales analizan esta situación tiene una causa: todos saben que nadie sabe cómo ponerle fin. El derrumbe de la natalidad, el invierno demográfico, tiene proporciones continentales, casi planetarias, al menos en el hemisferio norte y en los países más pudientes.
Si nadie en gobiernos, universidades o empresas encuentra la fórmula para animar a la población joven a reproducirse al ritmo de hace 50 años, cuesta creer que vaya a ser un humilde concejal de Cádiz el que lo logre.
La vivienda aparece como el único consuelo posible, como la esperanza. Cádiz tiene el término municipal más pequeño de todas las capitales de provincia peninsulares. No puede crecer en barrios periféricos ni urbanizaciones, como en el resto de la provincia, Andalucía y España. Su limitación marítima es a la vez fascinante y maldita. Enamora pero limita.
Parte de la fuga de población de los últimos 40 años ha tenido como destino Chiclana, San Fernando, Puerto Real y El Puerto de Santa María, municipios que sí han podido construir. Ese fenómeno ha creado una población flotante de gaditanos, pendiente de cuantificar, que vive fuera de la ciudad pero vuelve de forma constante con cualquier motivación laboral, lúdica, familiar, tradicional y, en menor medida, comercial.
Ni la creación de todo un barrio nuevo, para 5.000 habitantes entre renta libre, protección oficial y nuevo acuartelamiento de la Guardia Civil fue capaz de revertir la caída en picado. El barrio de Astilleros, ocupado de forma mayoritaria entre 1999 y 2003, es la prueba de que la vivienda tampoco es el remedio universal. Puede llegar a ser alivio parcial.
La rehabilitación de infravivienda, que cogió un gran impulso entre 1998 y 2005 gracias a la colaboración entre Junta de Andalucía (PSOE) y Ayuntamiento (PP) logró recuperar más de 2.000 viviendas decentes para los gaditanos. Pues tampoco funcionó a efectos de censo. La "sangría" no se detuvo.
Ante una realidad tan perseverante, durante tanto tiempo, nadie va a levantar la voz ni a decir que tiene el bálsamo mágico. Nadie le creería.
Bruno García de León confiaba este viernes, 48 horas después de conocer la pérdida oficial de otro millar de habitantes, en que la vivienda es el único camino. Al menos, el único que conocen los responsables municipales, el único en manos de un ayuntamiento tan modesto. “Yo creo que sí. Todas las instituciones, todas las personas relacionadas con la vivienda podemos hacer un camino para que haya más gaditanos viviendo en la ciudad”.
Bruno García: "Tenemos que cambiar esa tendencia para que haya más niños y niñas jugando en las plazas de Cádiz"
Con la boca pequeña, como susurrando una maldición política, así lo parece, añade el origen de su reflexión: “Estos días han dicho ustedes, han informado ustedes, de que ha bajado la población”. Otra vez, podría añadir, y van 40 años con escasísimas e inapreciables pausas.
Tras anunciar el inicio de la construcción de 75 viviendas, en distintas fórmulas, “tanto de rehabilitación como de obra nueva, tanto de renta libre como de protección oficial” insiste en que la única esperanza de mejorar el censo pasa por “generar más vivienda en Cádiz”.
“Nuestra voluntad, nuestra intención, es tratar de frenar la curva de la despoblación”. Antes de que se la hiciera nadie, el alcalde se lanza la preguntar retórica a sí mismo: “¿Cómo? Generando vivienda, generando oportunidades de vivienda”.
Aunque García de León sabe que la versión local de la crisis demográfica (uno de cada cuatro habitantes de la ciudad tiene más de 65 años y apenas están registrados un millar de niños menores de tres años) tiene difícil tratamiento recurre a la lógica partidista para tratar de superar el trago de cada mes de diciembre.
“La Junta de Andalucía lo está haciendo ahora Matadero y está avanzando en Cerro del Moro. Hay previstas 212 viviendas en Puntales. También vamos a favorecer el proyecto de construcción en Navalips, impulsado por el Gobierno central, con la herramienta de la Zona Franca… Creo que podemos ir avanzando también con otros proyectos que debemos poner sobre la mesa”.
Como remate, recupera su eslogan de campaña, el de los menores corriendo y riendo por la ciudad: “Tenemos que cambiar esa tendencia de que haya más construcción, más rehabilitación, más niños y niñas en las plazas de la ciudad de Cádiz. Es lo que nosotros queremos".
Puede que sea lo que quieren muchos gaditanos, casi todos. Falta pasar del deseo al método y a los resultados. Hasta ahora, nadie ha dado con las claves en más de 40 años.