La nostalgia es un filón inagotable. Comercial, artístico, político. Cada vez más generaciones se suman con explicable entusiasmo a la exaltación de su infancia y su juventud, vividas siempre con menos derechos, más miserias morales o de las otras, menos opciones pero muy poco miedo y mucho más tiempo.
"Mira, Galerías Preciados. Tenemos que traer a mamá. Lo que va a llorar" dicen entre carcajadas y onomatopeyas de ternura Isabel y Ana, dos mujeres alrededor de los 50 años ante una imagen de la exposición. La memoria del tiempo vivido es uno de esos prodigios que causa a la vez placer y dolor, diversión y tristeza. En una de las fotos de ese desaparecido negocio de cuatro plantas, en la calle Ancha, se ve a niños y mayores, riguroso blanco y negro, con las narices y las palmas pegadas al cristal, esperando la inauguración.
Es fácil calcular que la progenitora mencionada por las dos visitantes estará bastante por encima de los 70 años. A ese público -y a todos los demás porque la melancolía no hace distingos, como la gripe- va dirigida la exposición inaugurada el segundo viernes de junio en el Castillo de Santa Catalina, uno de los que cierra la playa de La Caleta, en Cádiz.
La muestra fotográfica, y documental, está disponible hasta el 10 de septiembre. Todo el verano, la época más dada a la añoranza. Su título es aclaratorio: 'El comercio gaditano en los años 60. Fotografías de Duke y González'. La proposición es indecente, hermosa e irresistible.
Fabricantes de suspiros
"Teníamos menos pero lo disfrutábamos más", repiten como una letanía hasta dos visitantes distintos, hombres y por encima de los 60 años, en momentos diferentes, por separado, siempre marcando una fotografía con el dedo índice. Es indiscutible que teníamos menos. Años, sobre todo. Lo del disfrute, allá cada cual con su capacidad de autoengaño, imprescindible para la supervivencia.
La muestra está basada en 87 imágenes de González y Duke, cedidas por el Archivo Histórico junto a documentos y publicidad
El recorrido permite pasar por los almacenes de distribución para los conocidos supermercados SPAR, en la Zona Franca, por la caja registradora de El 13 o por los estantes de Romisa, en una calle Ancha que ni se llamaba así. El visitante igual se cruza con los dependientes de entonces que con los alcaldes de la época o con Pemán en plena inauguración de la librería Mignon, por la que han pasado miles de vecinos hasta en cuatro décadas distintas. De repente aparece Confecciones Lluch, La Cocina Moderna con las últimas novedades iluminadas o un salón de celebraciones, lleno de los celebradores habituales del momento.
Pemán inaugurando la librería Mignon, curas omnipresentes y niños con la nariz pegada al escaparate...
Si otros apartados del sector comercial y artístico proponen recordar -nunca revivir- a través de la ropa, la música, los cachivaches, los discursos políticos, las zapatillas o las marcas, ninguno funciona mejor que la foto. Entre todas las disponibles, es la herramienta más eficaz para provocar y contagiar nostalgia.
La foto es la gran protagonista de la muestra aunque también hay espacio para anuncios y rótulos de los comercios de la etapa, con Fanta como ineludible protagonista. Completan la muestra actas de apertura, solicitudes de permisos varios y listados municipales de negocios.
El sacerdote ubicuo
La muestra gaditana, y turística en menor medida, está producida por el Archivo Histórico Municipal dentro de la celebración de la Semana Internacional de los Archivos. Incluye 87 imágenes. El Padre Marcelino, párroco de Santa Cruz, popular religioso del Cádiz de entonces, implacable y cruel con los descarriados como tantos curas de la época. Tenía el don de la ubicuidad, aparece en la mitad de las fotos. Exageración. Sólo está en muchas, hisopo en mano, inaugurando.
Cualquier análisis honesto admite que mucho de entonces (la década que sea) era objetivamente peor. Una gran parte siempre sigue igual, es inmutable. Y a pesar de saberlo, puede más la tentación de concentrarse en lo que no volverá, en lo perdido, en aquellos años que, una vez lavados, relucen como chícharos. Es verdad: ahora llueve mucho menos, la prisa se ha hecho con todo, la paciencia y los textos largos están en peligro de extinción, nadie los soporta.
Cádiz aceleraba en los 60 la expansión urbanística en extramuros, tenía 115.000 habitantes como ahora; ha perdido 40.000 en 40 años
Si a ese pasado pausado se añaden los primeros supermercados y grandes almacenes, las viejas tiendas de barrio aniquiladas, todo está dicho. Si aparece la evocación del donut a granel, de la caja al papel de estraza, o aquella trenca colegial, o las primeras gafas compradas con los padres, el suspiro está servido. Un panel explica que el marco es el Cádiz del desarrollismo, de los años 60. Puertatierra, Extramuros, crecía a gran velocidad, se urbanizaba a un ritmo acelerado.
La negrura y la hambruna de la posguerra empezaban a quedar atrás. Una sensación de bienestar económico mínimo llegaba cada vez a más población. El comercio jugaba un papel esencial en ese ambiente de mejora paulatina, de niños que vivían mejor que sus padres. Algo que se ha dado, sin pausa ni guerra, hasta hoy.
La ciudad de Cádiz tenía en 1960 unos 115.000 habitantes, pocos centenares menos que ahora. En 1970 llegó a los 135.000 y en los años 90 superó los 150.000 residentes. Desde entonces, la línea del gráfico inicia la bajada, empieza el camino del envejecimiento y la despoblación. Imparable, a mil vecinos menos por año. Otro argumento a favor de los adictos a la nostalgia. Ya no somos los que éramos. Somos menos. Cómo hemos menguado.
Aquellos artesanos con sus locos cacharros
Las imágenes son obra de dos artesanos de la fotografía, de los que dieron y dan testimonio de la realidad de su entorno, ahora y antes. En esta muestra uno de los maestros fotógrafos es Emilio González González, conocido de forma muy creativa como González. Un zamorano que decidió quedarse en Cádiz tras llegar para hacer el servicio militar. La mili, ese subgénero temático de la nostalgia española.
Comenzó como fotógrafo de la Falange y tras aprender con otro clásico gaditano, Hernández, abrió despachos hasta acabar en la ubicación más conocida, en Barrié. Desde allí salía para captar imágenes cotidianas, callejeras y comerciales, que reflejan la vida real, reconocible, de la ciudad en la década de los 60. Colaboró en prensa y cubrió actos oficiales de diversos organismos públicos y empresas. Llegó a ejercer de fotógrafo ambulante, una especialidad muy solicitada en unos años en los que aún no abundaban las cámaras entre particulares.
El otro autor de las fotografías expuestas es José Ramón Bensusan Anchóriz Duke. Gaditano a pesar de sus apellidos vascos. Llegó con facilidad a bachiller, supo manejarse con soltura en inglés y alemán, infrecuente en la España de los 40, pero decidió girar su vida profesional hacia su pasión por la fotografía. Entre sus varios negocios, antes y después, fue muy célebre la tienda en la plaza de Mina -cercana a la de otra leyenda, Raymundo-.
Por allí pasó 'el todo Cádiz', que siempre fue bastante pequeño, para retratar comuniones, bodas, disfraces o mantillas. Suyo fue el primer laboratorio de revelado en 24 horas de la ciudad, ya avanzados los años 70. Tan adepto a la vanguardia tecnológica fue que Valerio Lazarov, el inventor del zoom televisivo, eligió su local para grabar un programa protagonizado por Marisol.
Comentarios