"¡Que levante la mano el que sea de Cádiz!", dice el portavoz de la chirigota callejera, en la esquina de Sacramento y Sagasta, con una impresionante voz de segunda que haría retumbar los adoquines a 80 metros de distancia si cantara en el escenario del Falla.
Levantan la mano cuatro personas entre unos 60 espectadores. "Uno, dos, tres... cuatro. Pues para vosotros va este cuplé, los demás no os vais a enterar de ná", dice el chirigotero sin asomo de ironía ni simpatía, directo. La masa de público irrumpe en una ovación hacia el anuncio.
Cuando termina la letra, llena de términos de argot viñero y caletero, varios asistentes confirman que no se han enterado de nada pero aplauden todavía más, entre carcajadas. Una señora, envalentonada y disfrazada, pregunta desde la primera fila: "¿Me puedo quedar, soy de Bilbao?".
"¿Soy de Bilbao, me puedo quedar a escuchar?"
El mismo chirigotero, socarrón, le dice que en el carnaval de Cádiz no se pregunta para escuchar, que la turismofobia de la chirigota es de cachondeo, que se pone uno y ya está. Que, si no le gusta, se vaya también sin despedirse. "Además, los de Bilbao pueden hacer aquí lo que quieran, yo soy del Athletic".
La chirigota tiene por honesto nombre Si me queréis, irse y su temática es el cansancio hacia el turismo. El tipo es un pescador caletero atónito ante tanto forastero y el repertorio juega con la idea de que el oyente no va a ser nunca de Cádiz ni va a coger una sola frase.
Hay otro romancero, del actor y escritor Antonio Labajo, que fantasea con la idea de un grupo terrorista, de cachondeo, contra los visitantes. De hecho, imita el acrónimo Grapo (Grupo Revolucionario Antifascista Primero de Octubre) pero con una ligera adaptación.
Cuando se le pregunta, en la puerta del Café de Levante, mientras espera turno para actuar en el mítico callejón de San Andrés, justifica la elección del tipo y el cartelón. La relativiza: "Bueno, esto es carnaval, siempre desde las ganas de darle la vuelta y hacer la puñeta. Estamos tan hartos de turistas como estarán en otros sitios de los gaditanos que vamos de viaje", asegura con aparente sensatez.
"Estamos tan hartos de turistas como estarán en otros sitios de los gaditanos que vamos de viaje"
A unos metros de la iglesia de San Lorenzo, el televisivo politólogo Pablo Simón presenta su romancero de este año, basado en la película Sonrisas y lágrimas. Va ataviado como Julie Andrews. Su acento madrileño permite disfrutar de un texto estupendo, divertido y crítico. Su caso confirma que el carnaval sigue abierto a todos.
La masificación del turismo es un fenómeno mundial y con varios años de antigüedad. El carnaval de Cádiz tiene los mismos motivos para quejarse que las hogueras de San Juan, las zambombas de Jerez, la tomatina de Buñol o cualquier casco antiguo de pueblo costero, y montañoso, de la provincia España. Poco que decir de Venecia, Grecia o Baleares, donde inventaron la terminología de rechazo.
El carnaval de 2024, pese a ser el más lluvioso en muchas décadas, con serios problemas para mantener actuaciones improvisadas y programa oficial en tres de sus jornadas tampoco se libra de la tendencia planetaria.
Desde que se vieron las primeras colas de oceánicos y asiáticos sentados, horas, en calles de los bares de pintxos de San Sebastián, la capacidad de asombro desapareció. Viajar es más barato y más deseable que nunca. A la demanda extraordinaria le siguió una oferta (alquileres, hostelería...) desconocida. O al revés.
"Bueno, en Cádiz hay una gran diferencia", intercede Yolanda Rodríguez, chirigotera callejera ataviada como impecable lady británica muy aficionada al alcohol. Por supuesto, llevan referencias cantadas al turismo de borrachera, tan asociado a las islas de allí y a las españolas.
"La gran diferencia es que aquí podemos decírselo directamente, en otros sitios no hacen un villancico, unas sevillanas nuevas para contarlo"
"Aquí lo podemos decir claro, cantando. En otras fiestas no van a hacer una letra nueva de un villancico o de unas sevillanas para reírse o para criticar la hartura por cierto turismo. Podrán hacer pintadas, pancartas, una manifestación pero en otros sitios no le pueden hacer diez cuplés directamente a los turistas".
Ahí aparece la clave, la única característica propia y distintiva. El carnaval de Cádiz es palabra. Rimada, cantada o no pero nueva, efímera y, a veces, brillante. Nunca como en este año se le habían dedicado tantas a los distintos grados de turismofobia.
"Bueno, los grupos le cantan a los pesados y a los maleducados, a los guarros, que vienen a Cádiz como van a todas partes pero aquí tenemos que ocuparnos de lo nuestro, es la tradición y hablamos de lo local", tercia Iván, cuartetero callejero.
Y muchas agrupaciones ya lo han hecho suyo. En el Concurso Oficial del Falla (COAC) se ha escuchado por primera vez una veintena de letras referidas a la difícil convivencia, en ocasiones, entre vecinos y visitantes, al exceso de personas en todas partes y ya, casi, en todas las épocas del año.
En la calle, otra treintena de referencias a esos hipotéticos, pesados, invasores temporales. Bien sea en forma de cruceristas, de mochileros de verano, de mayores detrás de un guía, despedidas de soltero, en carnaval o en otras épocas, dentro del mitificado teatro o en cualquier playa, en todas las versiones.
La mención ha aparecido en grupos muy destacados, desde el primer premio de chirigotas, Los exageraos, hasta la revelación, Los plácidos domingos, pasando por el célebre grupo de Selu García Cossío, Que hasta las hambre las vamo a sentí.
Varios coros y algún cuarteto se han sumado a una temática que nunca había sido tan frecuente porque la situación no existía. Las alusiones presentan algo parecido a una preocupación social generalizada. Al menos, como tema de conversación.
Ya en ediciones anteriores, en 2023, hubo críticas muy sonadas a los excesos turísticos. La que más fue Los llorones, una chirigota callejera que iba de empresarios hosteleros tocados con velo y peineta negros, a modo de plañideras.
Se burlaban de las constantes quejas y reivindicaciones del sector que más se beneficia de la explosión turística en Cádiz. Fue muy comentado un episodio de discusión entre algún chirigotero y trabajadores de uno de los hosteleros más conocidos de la ciudad.
El debate pasó, por unos minutos, de las bromas a las veras sin ninguna consecuencia seria. Lo que resulta indiscutible es que la porfía está en la calle y, en Cádiz, el carnaval es callejero, se alimenta de lo que tiene alrededor.
José Luis Gómez, corista chiclanero con muchos trienios en las bateas, aporta otro efecto irritante: "Lo de subir los precios estos días me parece una falta de respeto a los que vienen y a los que vivimos aquí. También pasa mucho en verano. A ellos es como si les engañaran un poco. A nosotros nos hacen pagar lo que no corresponde". Para explicar su queja muestra un ticket: "Mira, un plato de papas aliñás diez euros y era así", forma un pequeño círculo con los dedos.
José Antonio Vera Luque es uno de los autores más premiados y aplaudidos de la fiesta de lo que va de siglo XXI. Este año ha descansado de teatro y se ha desahogado con una callejera informal, valga la extrema redundancia.
"Tenía una letra escrita sobre el exceso de turismo, a falta de una frase, a punto de determinarla. Pero este año vamos muy relajados, hacía falta mucho tiempo para meterla y, al final, la dejamos en el cajón".
El joven maestro, reincidente primer premio, recuerda que la temática no es del todo nueva, aunque no fuera tan presente: "Llevábamos algo el año de Los Cádizfornia, claro. También con Frente talibán. Incluso con Los quinquis [única incursión en comparsa] teníamos un pasodoble que no se cantó en el Falla. Lo guardamos para la final y no nos clasificamos. Era sobre la añoranza de otros veranos, con aquel turismo más natural, cuando todo era más nuestro".
A Vera Luque no le sorprende tanto ruido carnavalesco con la turismofobia: "Más ruido hacen las maletas con ruedas [ríe] por el casco antiguo. Es normal que todos los grupos lo estén tocando porque es muy llamativo el cambio que se nota en la ciudad. Al principio podía ser en carnaval y en verano pero ahora es todo el año".
El chirigotero incluso tiene una anécdota personal: "Vivo en una planta baja, en el casco antiguo, y son muchas veces al año las que oigo, por la ventana, el móvil, el GPS de la gente que ha metido una dirección y se va orientando. Es normal que los autores metan en las letras lo que ven en su día a día".
El autor, en parada biológica de COAC, relativiza el posible malestar: "En carnaval siempre ha venido muchísima gente. Es bonito. Otra cosa es que influya en los grupos, que algunos tengan que buscar un sitio más íntimo para cantar, organizarse de otra forma en la calle. Pero ya veremos cómo va encajando todo cuando pase el tiempo. Las cosas se van poniendo en su sitio. El resto del año, ahora mismo, no veo mucho remedio al exceso de turismo ni en Cádiz ni en ningún sitio".
Por el momento, en febrero de 2024, la turismofobia ha encontrado ese espacio, algo de hueco, en los libretos y los repertorios, en el Falla y en la calle.