Cuenta la leyenda –o el embuste de Cádiz– que a comienzos del s. XX, allá por 1903, dos monjas trajeron en barco unos árboles en macetas desde la India con destino el norte peninsular. Por azares de la vida, una de ellas se puso enferma y tuvo que quedarse en Cádiz. Esto hizo que los árboles también se quedaran en tierra y tuvieran que plantarlos en el mismo Hospital de Mora, donde se encontraba hospitalizada, supuestamente, la religiosa
Hoy esos pequeños árboles, que comparados con su tamaño actual parecían bonsais, tapan casi por completo el hospital de Mora, convertido en Facultad de Empresariales, y algunas de sus ramas tienen que ser sujetadas con soportes de hierro y hormigón.
Aunque popularmente sean conocidos como "los árboles del Mora', realmente se tratan de Ficus Magnolia, concretamente, Ficus Macrophylla debido al tamaño y al color marrón rojizo del envés de sus hojas, que según apunta un usuario de la red social donde se ha compartido la foto, hace que se confunda con el magnolio.
El hospital de Mora fue el mayor establecimiento hospitalario de la ciudad, promovido por José Moreno de Mora para paliar las deficiencias en infraestructuras sanitarias de Cádiz a inicios del siglo XX, según informan desde el Catálogo Abierto de Arquitectura Moderna y Contemporánea de Cádiz.
El edificio ha sufrido numerosas reformas a lo largo de su historia, si bien por su orden, claridad y contundencia ha logrado mantener su carácter singular, prosiguen explicando en el catálogo. En los 90 fue sometido a un proceso de rehabilitación a cargo del arquitecto Rafael Otero González para albergar la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Cádiz.
Estas obras consistieron en la adaptación de los espacios hospitalarios a nuevos usos docentes y administrativos, y sacaron provecho de la organización racional del edificio, así como de su generosidad espacial, concluyen.
Lo cierto es que estos dos ficus, primos hermanos de los situados en la Alameda Apodaca, han crecido junto a generaciones de gaditanos y gaditanas que han jugado entre sus inmesas raíces, se han fotografiado en ellas y quién sabe cuántas anécdotas y grandes momentos se han desarrollado a su sombra. Algunas de sus raíces, también curiosas, se asoman por los adoquines de la carretera. Y sus copas siguen con las mejores vistas de la playa de La Caleta.