En la calle Compañía de Cádiz, junto al mítico Bar Brim, se encuentra Casa Serafín, una cuchillería del s. XIX que cuenta con cuatro generaciones. Serafín Gabriel Camacho, de 53 años, continúa con el oficio de su bisabuelo Serafín Gabriel Estevez, quien abrió la cuchillería en el número 3 de la calle Arbolí, en 1897. La historia de este negocio encuentra su origen en el norte de la península, como casi todos los que proliferan en la capital gaditana a finales del XIX, principios del XX.
Serafín Gabriel Estevez, primera generación, nació en Castro Caldelas, una aldea de Ourense, ubicada en la Terra da Chispa, conocida por su tradición de afiladores. Una epidemia conocida como 'la pinosela' destruye las cepas de Ribeiro, fuente de ingresos de tantas familias gallegas, entre las que se encuentra la de Serafín, dedicada a la agricultura. Esta enfermedad provocó la emigración de muchos gallegos y gallegas a países como Uruguay, Argentina o Venezuela. Serafín se decanta por Argentina, pero en vez de hacerlo desde Vigo, decidió cruzar la península con su rueda de afilar hasta llegar a Cádiz, donde zarparía hacia Buenos Aires. Durante su viaje a pie hacia el sur por diferentes pueblos y ciudades, conoció en Sevilla a la que sería su mujer, Rocío Moreno Burgos, quien continuó el viaje con Serafín hasta Cádiz.
Una vez en la capital y a la espera del embarque, el gallego pone en práctica su oficio de afilador y, al poco tiempo, su carga de trabajo es tal que decide alquilar un pequeño local en la calle Arbolí hasta que funda en 1897 Casa Serafín en la calle Compañía, su actual localización. El negocio cuenta con una importante clientela que iba desde carniceros, pescaderos y gentes de la hostelería, hasta insignes toreros que llevaban sus espadas y estoques para afilar.
En 1945 Serafín Gabriel Estevez fallece. Por aquel entonces su hijo regentaba la cuchillería, pero las necesidades de la posguerra le lleva a emigrar a Buenos Aires con la rueda de afilar con la que su padre llegó a Cádiz. El negocio se mantiene abierto con su esposa Juana Saucedo Aragón al mando. Un año después regresa con ahorros que le permiten hacerse con la propiedad de local. En aquel momento en la cuchillería trabajan su mujer y su hijo Serafín Gabriel Saucedo, tercera generación, nacido en 1941, el mayor de cuatro hermanos, quien continúa con la tradición familiar. En 1989 muere su padre, quedando como tercera generación al frente del negocio familiar. Aunque, por desgracia, tras sufrir una enfermedad, fallece a los casi 51 años, tan solo tres después que su padre, en 1992.
A partir de entonces toma las riendas de la cuchillería Serafín Gabriel Camacho (1969), la cuarta generación de la familia. "El establecimiento está tal y como lo montó mi bisabuelo: mismo banco de trabajo, mismos mostradores, lo único que se han cambiado son los motores de las máquinas", advierte a lavozdelsur.es, Hasta pueden verse expuestas las piedras antiguas de cuando no había electricidad. Recuerda Serafín que fue en 1907 cuando su bisabuelo se dio de alta en la compañía eléctrica. "Yo sigo trabajando de la misma forma que trabajaba mi abuelo hace 100 años, el sistema de trabajo es el mismo", destaca Serafín, quien se siente de orgulloso de tener el establecimiento más antiguo de la ciudad.
La cuarta generación de Serafines afiladores también comenzó a trabajar desde muy joven en este oficio. "Me crie en la casa de arriba de la cuchillería y a los 16 ya estaba trabajando aquí. Al principio compaginaba el instituto por la mañana y el trabajo por la tarde, pero después de cursar un FP, me metí de lleno en el negocio", asegura Serafín que ya lleva 37 trabajados a sus 53 años. "A veces se hace monótono, pero estoy contento con lo que hago y es bonito sentirse reconocido por este oficio", admite, aunque para la quinta generación, la de su hijo, no tiene tan claro que quiera que continúe. "Yo quiero que mi hijo haga lo que quiera, que se forme y se prepare, porque estoy es muy duro", espeta.
La rueda con la que afila los cuchillos no para de girar. "Está hecha de esmeril, el segundo mineral más duro después del diamante, esto suelta chispas y polvillo, que es nocivo y recubre las paredes, por lo que tengo que protegerme. Esto tampoco lo quiero para mi hijo, por eso le insisto en que no tiene la obligación de continuar con la tradición familiar si no quiere", aprecia. Unas vitrinas color beige se encuentran a un lado y otro del mostrador de la cuchillería, todas del s. XIX, de cuando su bisabuelo montó el negocio. Sin duda, historia viva de la ciudad. "Mucha gente entra a preguntar por el negocio y algunos turistas nacionales me traen sus cuchillos cada año para que se los afile", revela.
Serafín asegura tener "muy buena clientela": cocineros, hostelería, hoteles, bares, carniceros, pescaderos... "Ya es raro que perdure tanto tiempo un comercio y que sigas resistiendo con las mismas técnicas que hace siglos todavía más raro", reconoce este artesano del metal, que a pesar de los avance tecnológicos y las numerosas crisis de las que ha sido testigo, ahí sigue, en el número 3 de Compañía. "Estoy orgulloso de mi trabajo y de lo que hago, porque viendo las cosas cómo están, me siento un privilegiado", reconoce.
Sobre la nostalgia de que algún día pueda desaparecer el negocio familiar, se muestra coherente y sincero. "Todo tiene un ciclo en la vida, un principio y un final, por eso no quiero dejarle la carga a mi hijo de ser responsable la continuación de este negocio. Sentimentalmente sí, me gustaría, pero también toca descansar", comenta. "Llevo toda mi vida trabajando y espero poder algún día jubilarme y olvidarme un poquito de esto. Ver solo los cuchillos en la mesa a la hora de comer", concluye risueño.