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Una de las leyendas urbanas que los hijos de Cádiz conservan con orgullo irracional dice que los fenicios se largaron porque no soportaban el viento. El refugio entre La Caleta y el repecho del Campo del Sur (o como se llamara entonces) estaría muy bien como puerto pero para un rato. Aquello no lo aguantaba nadie.
El líder de la tribu, alcalde pedáneo de la época, dijo que todo el mundo cogiera el petate que, total, si habían ido desde Tiro hasta allí podían largarse como una bala hacia cualquier sitio. También es cierto que las carrozas y las barcazas de la época funcionaban mucho mejor que los trenes de Renfe ahora.
Una investigación reciente, de la universidad de Nuestra Señora de Loreto, establece que la realidad fue muy otra. Un chamán del momento fue consultado por el baranda sobre lo que veía en las cenizas de una fogata, en los restos de troncos nevados e incandescentes. El tío atinó a ver la ciudad 25 siglos más tarde.
Al encargado de otear, funcionario de la época y con el entusiasmo justo, se le puso la cara blanca cuando miró. Previó -imágenes sueltas, fotos aisladas- la parada de homenaje que le dedicarían los lugareños, en ese mismo lugar, 2.500 años más tarde en Cádiz, por entonces Gadir.
Balbuceante y entrecortado, el vigía del futuro sólo acertó a gritar "de aquí hay que irse pero ya. Será por el viento o por lo que sea pero aquí acaba todo el mundo muy mal de la cabeza". El regidor del momento decidió aceptar su asesoramiento y los fenicios se piraron a la carrera.
Menos mal que no queda ningún hijo de aquella civilización para ver el chocante homenaje histórico que iban a ofrecerle en su antiguo emplazamiento este viernes, segundo de septiembre de 2024. Tampoco importa. Todo queda salvado por los niños, el tiempo y por la irrelevancia.
Si este desastre organizativo sin más precedente que "el oso perjudicado" tocara a una tradición con raigambre, sea Carnaval o Semana Santa, incluso una feria o procesión con medio centenar de trienios, ahora estarían volando las bofetadas y los improperios, los chascarrillos y las peticiones de dimisión.
No es el caso. Da igual. Fue una broma y así hay que mirarla. Era una celebración sin trayectoria, sin expectativas ni más sentimientos que el orgullo local, entrenado en la intrascendencia y el desenfado, la flagelación y la ironía declinada en primera persona del plural.
El Ayuntamiento anunciaba la apertura del programa Orgullos@s de nuestra historia. Cádiz Fenicia 2024 como "un gran pasacalles". Resultó ser un gran pasatiempo, un gran pasarrato, una excusa para salir. Puede que no sea poco.
Tampoco hacen falta muchas en una parte del mundo -Atlántico Norte, Mediterráneo Noroccidental- en la que alguien toca las palmas en la tercera planta y ya está todo el edificio, recién duchado, corriendo escaleras abajo para celebrar. Una excusa más para una cerveza y una tapa.
Con esa premisa de relatividad es posible acercarse al innecesario análisis de una especie de cabalgata que recorrió anoche las calles del casco histórico entre el Castillo de San Sebastián y las Puertas de Tierra con escala en la plaza de San Juan de Dios y la Cuesta de las Calesas.
El inicio, en La Caleta, con el desembarco de una nave que remedaba a las fenicias y pronto será utilizada en cine, fue el momento más lucido gracias a una bajamar generosa y a que el huracán aún estaba en fase de presentación.
A partir de ahí, todo lo que pudo salir regular acabó peor. Desde la creciente levantera -los fenicios no eran tontos- hasta unas fallas de organización inexplicables. Incluso la Policía Local, idolatrada por la población, siempre al cabo de un roto y un descosido, para servir y proteger, desvelo puro, tuvo una mala tarde.
Si hubiera sucedido alguna desgracia, si hubiera medidado algún susto, algún ciudadano podría preguntarse por qué acabaron tantos coches atrapados, insertados en el cortejo, clavados entre los participantes y los espectadores, sin salida.
Hasta una concejala tuvo que ayudar a sacar un vehículo, marcha atrás, por una esquina de La Viña en la que los asistentes se rebelaban y no querían dejar escapar al imprudente conductor. Pero fueron escarceos, varios, y nada más en un dispositivo que ni ese nombre merecía.
Si hubiera pasado algo, si fuera un evento señalado, cabría preguntar a quién se le ocurrió que varios cientos de niños, escolares, salieran del Castillo de San Sebastián acompañados de un amago de vendaval por el paseo Fernando Quiñones.
Si fuera un acto esperado, cualquier ciudadano podría preguntar cómo pudo caber tanta imprevisión. Meteorológica y de las otras. Incluso podría interrogarse con un enigmático "para qué". Pero esa duda siempre puede surgir con toda fiesta y celebración, con mayor o menor trayectoria.
O, si alguien le tuviera afecto a la tradición fenicia y a esta celebración, podría cuestionarse cuánto costó ese cortejo consistente en personas, la mitad vestidas de calle, con paraguas de los que colgaban serpentinas blancas y azules. Era una marcha escolar y eso era lo más plausible, lo más fácil de compartir.
Lo esencial es que muchos eran niños y padres, portándose como tales, con todo el cariño del que son capaces y contagiando ternura, diversión. Qué tendrá que ver nada con ellos, que fueron llamados, invitados, y acudieron. "Llevan los colores del mar", soltaba un comentario sarcástico. Volaban con el viento.
Entre este grupo, el que abría paso, y el siguiente, la misma distancia que entre Cádiz y Byblos. Transcurrieron 30, 40, 50 minutos hasta que la mayoría de espectadores, miles, creyeron en falso que se había terminado. Muchos cientos resistieron en la plaza del Ayuntamiento y ante las Puertas de Tierra.
En la segunda mitad del cortejo, a unos cinco años luz del primero, venía una comparsa de Badajoz que homenajeaba a la diosa Astarté. "Será que vienen andando desde allí", soltaba otra familia que ya se había entregado a las carcajadas durante la interminable espera.
Al parecer, también había un tributo al dios Baal Hammon (protagonizado por el grupo El Vaivén) y otro al Dios Melkart (Caribe Badajoz).
El nivel estético, coreográfico y musical de esta segunda mitad era infinitamente más alto y atractivo -eran adultos y semiprofesionales- pero la espera y la pausa contenían tantos kilómetros que apenas quedaban ya espectadores para apreciarlo, se habían rendido casi todos. Y eran varios miles al principio.
Lo mejor se anunciaba en el inicial desembarco fenicio en La Caleta -como así fue- y, como remate de la marcha: la entrega al Levante infernal de una bandera fenicia izada en la plaza de Sevilla. La prudencia recomendó la cancelación de esta última parte.
Todo sucedía justo antes del clímax, el espectáculo Cádiz, hace más de 3.000 años. Lástima que muchos menos lo vieran porque demasiados rindieron armas ante un caos tan largo y emprendieron la huída hacia una barra o un domicilio.
Los comentarios en las aceras fueron, con diferencia, lo más brillante y feliz. Desde el clásico "mojonazo", hasta el ambivalente "bastinazo". Mientras algunos discutían todavía con los policías locales por qué se les habían colado tantos coches y motos, desde los subterráneos y las esquinas, otro gritaba que "si es Kichi el que hace esto le cuelgan en la plaza del Ayuntamiento".
A la llegada de la comitiva (su primera mitad, la segunda estaba saliendo de Orión) a la Catedral, un joven con la camiseta de Osasuna grababa con el móvil y añadía comentarios: "No te lo vas a creer, mira esto, mira, mira, pero es que hace tres minutos he visto una procesión y una chirigota cantando".
"Si es Kichi el que hace esto le cuelgan en la plaza del Ayuntamiento"
Nada que reprochar al presunto navarro y cronista improvisado. Mientras la cabalgata fenicia enfilaba la calle San Juan de Dios abajo, un cortejo religioso entraba en la iglesia del Nazareno y los cuplés resonaban en un tablao de la plaza de la Merced. Simultáneo. En cien metros a la redonda.
De vuelta al presunto mundo fenicio, varias toneladas de papelillos y serpentinas enriquecían la tradicional suciedad de la ciudad de Cádiz al paso del cortejo. O de la primera parte porque de la segunda se supo muy poco hasta las 23 horas.
Los grandes ganadores de la noche fueron, afortunadamente, los chiquillos. También, los de siempre: los hosteleros, Antonio de María y sus compañeros. Miles de personas fueron lanzadas a la calle. Claro que no necesitan un puñal en la espalda.
Ya que estaban decidieron tomarse algo mientras buscaban la frase más gruesa y sonora posible sobre lo que acababan de ver. El repertorio de improperios no lo superaba ni X (antes Twitter) y eso que se llevan porque rajar une mucho y divierte más.
El que no vea la parte positiva es porque no se pone a la tarea: si esta ha sido la apertura, seguro que la clausura con La Fura del Baus en La Caleta es un bastinazo. Pero uno de los otros.