A finales de los 90, Cádiz quedó huérfana de underground, aunque por poco tiempo. El 2 de agosto de 2002 abría sus puertas en pleno centro el Medussa Music Bar, tras el cierre del mítico Comix. El ambiente "alternativo" de la ciudad migró de manera natural hacia las noches del Medussa, primero en la calle General Luque y dos años después al actual local situado la esquina de Beato Diego con Manuel Rancés. Ahora, en su 20 aniversario, por mor de una pandemia y la necesidad de movimiento, Miguel Pérez y Pedro Pacheco decidieron darle un cambio de la noche a la mañana en sentido literal y figurado.
"En los comienzos del Medussa había más juventud y punkarreo, pero claro, la vida pasa y todos vamos cumpliendo años", inicia Miguel, sentado en un cómodo sillón colocado en la esquina donde, hasta hace un par de años, había neones y se bailaba hasta las tantas. Son las cuatro y media de la tarde, y el Medussa ahora huele a café y tiene ventanales a la calle. "Recuerdo que al principio teníamos dos y tres pinchadas semanales, algunos de esos djs se quedaron como residentes, y había conciertos por un tubo", añade.
Pedro, que se incorporó al proyecto primeramente como dj, asegura que "había cierta intención de aglomerar ese deseo y necesidad que dejó el Comix, aunque luego fue evolucionando hacia una música más de género y específica". El Medussa ha sido y sigue siendo un espacio para aquellas personas que buscan escuchar esa música que no se aparece en los diales, un ambiente fuera de la norma, la cara B de la vida nocturna. "Inicialmente teníamos un público tirando más a rockero, pero no metalero, y los Erasmus de aquella época estaban más combinados con la gente de aquí y participaban más de la ciudad", rememora.
En 2004 se mudaron al local donde todavía resisten y siguen creando cultura. "Al principio este local no nos gustaba, pero ahí estuvo la mano de Pedro –que es diseñador escénico– para remediarlo", asegura su compañero. Antes de convertirse en el 'Medussa', fue el Búnker, un garito "pijo" donde ponían música comercial y que tuvo gran peso en la ciudad, cuentan sus sucesores. "Poca gente arrastramos de esa época... De todos modos, se llevó algunos años cerrados hasta que lo pillamos nosotros", dice Pedro.
El nuevo local del Medussa nació con una pretensión setentera. "Era muy conceptual, una línea de luz y de color, y poco más. Había cosas que no podíamos cambiar, estructuralmente no podíamos intervenirlo, no teníamos esa capacidad, dejamos algunas cosas y se cambió todo lo que se pudo, pero en función de líneas que ya existían", explica su creador artístico, que incide en que lo modificaron con cuatro recursos y sin capital.
Era un espacio casi subterráneo de rojos, negros y tubos verdes de neones, donde verse reflejado en espejos e interactuar con el dj o la dj mirando hacia el techo. El antiguo Medussa te hacía bajar a los infiernos más cadenciosos de la ciudad, beber, bailar con sesiones en vinilo de reggae, punk, rock and roll, funk, psicodelia, boogaloo, garage, mambo...y un largo etc. de géneros, hasta bien entrada la madrugada. Sus paredes atesoraban arte con 'Espacio 6', cuadrados expo lumínicos que hacían las de decorado. Entrar en aquel Medussa era abstraerte, durante unas horas, de estar en una de las ciudades más antiguas de Occidente.
El Medussa siempre ha tenido una clientela fiel o como les llama cariñosamente Miguel: "Los sectarios". "En los primeros años aquí, la hora Medussa era las dos de la mañana, cuando el botellón más o menos terminaba. Entoces todos los bares de la calle teníamos portero, se formaban unas colas…", recuerda uno de sus dueños.
La crisis de 2008 les cogió, como a casi el resto de mortales, de lleno. "Aguantamos como pudimos. Metíamos a menos djs, trabajaba yo solo de camarero y así fuimos resistiendo", cuenta Miguel. "La regulación del consumo de tabaco también afectó y los vecinos comenzaron a procurarse unos derechos que antes parecía que no nos pertenecían –añade Pedro– ya se podían quejar de que esta calle era un carnaval de miércoles a domingo".
Los conciertos llegaron más tarde. Pedro explica que "el hecho de que hubiera música en directo fue un capricho, porque no es un espacio para ello. De hecho, aquí casi nunca se ha cobrado entrada y al principio tuvo una gran acogida porque no había una cosa como esta en Cádiz".
El Medussa siempre gozó de buena insonorización y tuvo buena relación con el vecindario, así lo manifiesta Miguel, que recuerda que a partir de 2011 también hubo un cambio generacional: "Los más jóvenes se fueron a estudiar fuera, otros se marcharon a trabajar, y quien no tuvo hijos se hipotecó. Después, esa gente ha vuelto y se ha ido asentando". Pero resulta anecdótico, insiste Miguel, cuando "esa gente venía con sus hijos adolescentes a primera hora de la noche, y 15 años después, son sus hijos e hijas los que vienen ya con treinta y tantos años".
Renovarse o morir (de cansancio)... Y llegó la pandemia
Dos décadas creando esta gran familia, no libró a Miguel y Pedro de la necesidad de un cambio. "Son 20 años de trasnochar, de estar en activo programando, tanto las jam de los jueves, como conciertos y pinchadas, además de todo lo requiere llevar un bar", expresa Miguel. "Estábamos cansados, llevábamos un año cerrados y consideramos que era momento de renovarse", apunta su compadre.
El cambio de la noche al día responde a un sentido literal. "Nos apetecía seguir con nuestra esencia musical, pero con otro horario. Antes la hora punta era las dos de la mañana y ahora es a la hora que cerramos. Abrimos los sábados a medio día con tapitas en frío, selección de vinos, vermú y cervecitas fresquitas", apunta Miguel, que asegura que la acogida está siendo "positiva, pero lentita".
Pedro, por su parte, advierte que "el cambio es incluso más radical de lo que ahora se puede percibir, porque no está desarrollado todavía. Antes la música era predominante, y ahora queremos que la palabra tome un plano principal". Por eso insiste en que el bar no está acabado ni físicamente ni en términos conceptuales,
"Es otro formato al que la gente se irá acostumbrando poco a poco", dice Miguel, que atiende a este periódico a una hora inimaginable en la anterior etapa: la hora de la siesta o del café. Pedro reafirma que "la acogida está siendo buena", pero "a la gente habitual le cuesta un poco más por cierta reticencia a lo que implica estar aquí, ya que quieren seguir bailando y gritando".
Para ellos, la vida implica movimiento y ese fue el leit motiv de su cambio. "Ya nos movimos en su día y llevábamos mucho sin hacerlo, lo necesitaba el cuerpo; el movimiento es lo que define esta huida hacia delante", sostiene Pedro, que se muestra contento con la decisión. El nuevo Medussa se cambió en solo cinco meses y abrió en octubre de 2021. Ahora inspirado en el expresionismo geométrico de los años 50.
"Ha sido un proyecto complicado con pocos medios, pero con la ayuda en especial de los artistas Javier Molina y Fernando Benítez Gabriel, y la colaboración de muchas otras personas a las que le estamos muy agradecidos", expresa Miguel.
Pero entonces, ¿qué es el Medussa ahora?
Pedro lo define así: "No es una cafetería, no es un discopub, es un saloncito donde puedes escuchar buena música, a la vez que hablas. Un lugar donde encontrarte con tus amigos de forma diferente. Aquí se liga mejor y se liga más. Te puedes ir cuando quieras, no tienes el ansia de quedarte hasta el final para ver si algo ocurre".
Miguel lo define como un lugar "abierto a gente variopinta" y un espacio "acogedor y seguro", donde la música sigue estando presente "porque es nuestra forma de vivir". No se olvida del Club Cara B, integrado por djs residentes del Medussa, aunque ahora la música se escuche en cualquier formato, no solo en riguroso vinilo: "Siempre y cuando se escuche bien y sea de calidad".
Que no pare la música (ni la palabra). Al menos, por otros 20 años más.
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